martes, 6 de mayo de 2014

Media Vida en Tenerife (III). La plaza de la Constitución, corazón de la ciudad


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 Media vida en Tenerife
CAPÍTULO III
LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN, CORAZÓN DE LA CIUDAD
[PRIMERA PARTE]
por
 Carlos Benítez Izquierdo
 
17 de marzo de 1913

Al separarme de don Servando, dirigí mis pasos hacia al hotel donde tenía pensado alojarme, al menos durante el inicio de esta nueva etapa en mi vida.
          A mi derecha se alzaba el pórtico de tres arcos, fabricado en ladrillo y cantería, que conformaba la entrada a la Alameda del muelle o del Duque de Santa Elena. Fue este el primer lugar construido ex profeso para el esparcimiento y recreo de la población, a finales de la pasada centuria, y que jamás ha albergado ni un solo álamo.

En la explanada donde me encontraba, entre dicho recinto, la entrada al muelle y el castillo de San Cristóbal, el Ayuntamiento ha erigido una caseta hecha en hierro fundido que alberga unos urinarios públicos. Aunque esta idea ha resultado ser novedosa y es símbolo de civilización, lo cierto es que no ha tenido la acogida que se esperaba.


Joaquín Ravenet y Marentes. Litografía. Siglo XIX
Tan amplio espacio, dentro del cual nos hallábamos, no siempre ha estado configurado del modo actual, sino que se debe a una remodelación efectuada durante la década de 1860.
Antes de esta fecha, el acceso al muelle y el tráfico de mercancías, resultaban molestos tanto por el fuerte desnivel del terreno, a la altura del Boquete o entrada al espigón, como por lo angosto de dicha vía entre el castillo de San Cristóbal y la plaza de La Constitución. El significativo aumento del tráfico de caballerías, carros de transporte y transeúntes originaba importantes retenciones y atascos en este punto, de tal manera que se imponía la resolución del conflicto.
Por aquél entonces, ostentaba el cargo de gobernador civil de la provincia don Joaquín Ravenet y Marentes. Fue este caballero quien tomó la iniciativa al respecto, contando además con la colaboración del Ayuntamiento y del ingeniero jefe de Obras Públicas de la provincia.
En primer lugar, en 1861 se consiguió el permiso para retranquear el tambor del castillo. Poco después, se construyó una rampa que salvara el desnivel y hacer posible la comunicación entre la calle de La Marina y la plaza. Además, se ensanchó la zona baja todo cuanto se pudo.
En 1863, se derribaron las vetustas puertas de entrada al muelle y, cinco años más tarde, se finalizó la reforma por la Junta Revolucionaria de Salvación y Fomento. Esta, ordenó derribar el Cuerpo de Guardia principal del castillo y lo trasladó al norte del mismo, por lo cual fue necesario sacrificar la batería de Santo Domingo y rellenar el foso, donde se levantó la antigua pescadería [1]. Como consecuencia, este lugar ha sido bautizado muy justamente, como Rambla de Ravenet.

Para mayor comodidad del joven que transporta mi equipaje, hemos decidido acceder a la plaza de la Constitución a través de la pendiente que conforma parte de dicho paseo, al que el pueblo de Santa Cruz sigue llamando por su antiguo nombre, que es además el de la calle de la que forma parte y hoy se denomina Eduardo Cobián: La Marina.
 Este desnivel, que se halla bien adoquinado linda en su parte oeste con tres casonas de arquitectura tradicional.
Joaquín González Espinosa. Rambla de Ravenet. Ca. 1920
En primer lugar, haciendo esquina con la calle de San José, una construcción de tres pisos con balcones de madera. Aquí se encuentra establecido un bazar hindú, propiedad de M. Dialdas quien, según mi acompañante, es dueño de otro en la plaza de la Constitución, donde se ubican varios semejantes, regentados por compatriotas de este señor.

A continuación, y en medio de la manzana, se alza una edificación dieciochesca de tres pisos, con balcón acristalado en el último. Alberga las sedes de las empresas de Miller & Wolfson y la de Otto Thoresen, que bien merecen que les dediquemos un momento de nuestro tiempo.
Comenzaremos por la primera de ellas, ubicada en la planta baja del inmueble. Henry Wolfson, judío ruso nacionalizado británico, llegó a estas costas en 1886 a bordo de un buque que hizo escala en su viaje a Sudáfrica. La primera actividad comercial de este caballero fue la representación de la compañía inglesa Burrell, de la que pronto sería socio. Como la biografía de Mr. Wolfson resulta por muchos motivos interesante, y merece ser tratada de manera más amplia, nos comprometemos a ampliar esta información en otro capítulo de nuestra crónica.
 Por ahora, bástenos decir que diversificó sus actividades mercantiles hacia la exportación de frutos, banca y cambio de divisas, agencia de seguros, navieras y consigna de buques [2].
Su negocio, actualmente denominado Miller, Wolfson & Cía cuya sede está en el inmueble que contemplamos, tiene sucursales en Las Palmas y Londres, así como en las poblaciones de San Sebastián y Hermigua, en la vecina isla de La Gomera. Esto último ha dado motivo a disponer de barcos propios; como el Golden Eagle o el Velox, dedicados al cabotaje insular con servicios regulares de carga y pasaje.
A la Izda. sentado, Charles Howard Hamilton, 
a su lado, de pie, su esposa Carmen Montverde 
y otros familiares. Fotografía anónima. Siglo XIX
        Hasta el pasado año de 1905, esta empresa mantuvo buenas relaciones con otra del mismo género, Hamilton & Co, situada en el núm. 15 de esta misma calle y fundada en 1837. Es propiedad de la familia homónima, de origen escocés, siendo quizá la más antigua que existe en la actualidad de cuantas se dedican a estas actividades comerciales.
Pues bien, como decíamos, hasta hace poco tiempo las relaciones comerciales y personales entre los propietarios de ambas firmas eran francamente buenas. Sucedió que los Hamilton dejaron de requerir a Mr. Wolfson, como intermediario frutero, para las navieras cuyas representaciones ostentaban. Por su parte, el ruso les devolvió el favor ofreciendo sus servicios a una importante compañía, la Union Castle, que representaban aquellos. Además, estuvo a punto de arrebatarles a los escoceses la consignación de otras, como la White Star o la Shaw Savill & Albion. El resultado de todo esto no sólo ha sido una enemistad férrea, sino que Mr. Wolfson se asoció con la firma grancanaria Miller, fruto de lo cual ha originado la nueva razón social, llamada Miller, Wolfson & Co. [3] , una fuerte competidora para los Hamilton.

El otro comerciante que ocupa la planta alta del caserón al que aludimos, es Otto Thoresen, íntimamente relacionado con el anterior. Dicho empresario, de origen noruego, se dedica a negocios similares a los de su vecino. De hecho, fue Mr. Wolfson quien lo introdujo en el mercado de exportación de frutos en las islas.
Esta compañía tiene su sede en la capital de aquél reino escandinavo, y posee sucursales tanto aquí como en la ciudad de Las Palmas. El agente local es don Alvaro Rodríguez López, que a la sazón desempeña el cargo de vice-cónsul de Noruega.
Como naviera [4] y consignataria de vapores, cuenta con un servicio de navegación interinsular de cabotaje. Además, lleva a cabo el transporte de mercancías desde Canarias a Londres, y asimismo entre Escandinavia y nuestro país [5].

La siguiente edificación que nos encontramos, que linda también con la plaza de La Constitución, es de tres pisos diseñada en estilo neoclásico. Sus esquinas y huecos están labrados en cantería basáltica del país, y los balcones con rejería en hierro forjado.
 En la planta baja se encuentra, en primer lugar, una sucursal de la banca de don Nicolás Dehesa. Además de las labores que le son propias, lleva a cabo cambios de divisa, tan necesarios en un puerto con tráfico internacional. Es también corresponsal de casas bancarias españolas y extranjeras [6].
La central de este banco se halla en la calle de Alfonso XIII de esta población, y cuenta con otro establecimiento en la vecina ciudad de Las Palmas.

El otro local que se sitúa a nivel de calle, ya en la esquina, es la tabaquería La Flor, propiedad de don Ángel Carrillo.
Entre ambos comercios, se abre el zaguán de entrada al entresuelo, donde se ubica Fyffes y Cía. Es propiedad de súbditos británicos, dedicados a negocios similares a los ya comentados anteriormente [7]. Esta Casa, tiene fuertes vínculos con Miller, Wolfson & Co. en el negocio de cultivos y exportación de frutos.
Hace veinte años, Mr. Henry Wolfson y otro directivo de Fyffes —Mr. Barker— adquirieron dos enormes fincas en Adeje —al sur de Tenerife— para destinarlas al cultivo de plátanos y tomates. Más tarde, ambos se convirtieron en importantes accionistas de esta compañía y traspasaron los predios a nombre de la misma como parte de sus fondos. En 1901, Fyffes se fusionó con otra potente empresa británica, Elder, Dempster & Co., que ya contaba con significativa presencia en Canarias [8].

Hemos llegado a la plaza de La Constitución: es amplia, de planta rectangular y enlosada con piedra del país. Con un aire elegante a la vez que despreocupado, me recuerda enormemente a las plazas de mi muy querida y siempre añorada isla de Cuba [4].
Plaza de la Constitución. Fotografía anónima. Siglo XIX
 Podríamos señalar sin ningún género de duda, que desempeña el papel de Plaza Mayor, debido a su importancia y por ser uno de los lugares donde se concentra la vida pública de la ciudad. No obstante, hemos de señalar que no se pensó en su existencia cuando se fundó la población.
Este espacio fue ideado tardíamente, sin que mediase un plan urbanístico previo. Hasta finales del siglo XVI, la calle del Castillo —actual de Alfonso XIII— llegaba casi hasta el mar. El Cabildo de la isla decidió derribar una serie de edificios para despejar los alrededores del castillo de San Cristóbal, con el propósito de obtener un campo o plaza de armas para los ejercicios militares. Es así como surgió este recinto, que durante el siglo XVIII terminó de adquirir su forma actual. Delimitada por tres flancos de edificios con un cierto empaque, le fueron añadidos los monumentos que en el día de hoy podemos admirar, salvo una pila o fuente de la cual hablaremos. La proximidad del Gobierno Militar, de la Aduana y, temporalmente, del Ayuntamiento —en la casa que existe en su parte alta [9]—le dieron esta categoría de Plaza Mayor que comentamos. A todo esto, debemos sumar el hecho de celebrarse aquí todas las manifestaciones políticas, religiosas, alborotos, pronunciamientos, proclamaciones y fiestas oficiales [10].
Plaza de la Constitución. Fotografía anónima. Finales del siglo XIX
La plaza ha tenido varios nombres. En su origen, y hasta la primera mitad del setecientos, se le conoció como plaza del Castillo. Por esas fechas se le empezó a denominar plaza de la Pila, debido a la fuente antes mencionada.
Hace justo un siglo, el Ayuntamiento decidió bautizarla como plaza de la Constitución, en memoria de la que se había proclamado en Cádiz en 1812. Dos años más tarde, Fernando VII llevó a cabo la restauración absolutista y se le cambió el nombre por el de plaza Real. Debido a esto, se delimitó su perímetro con columnas unidas por cadenas de hierro, que se conservaron hasta la mitad del siglo anterior.
En 1820 recuperó el nombre de Constitución. Cuatro años después volvió a tener el de Real, que ostentó hasta el final del reinado fernandino. Desde Isabel II hasta hoy, lleva el nombre de la Carta Magna [11].

Le Brun y Testard: Pila de Santa Cruz. Siglo XIX
En su fisonomía, la plaza ha sufrido importantes reformas desde sus comienzos hasta nuestros días. Al principio, se limitaba a un espacio en pendiente, con el piso de tierra apisonada. Circundada por tres calles que aún no se le habían integrado, daba la sensación de ser un solar desocupado más que una plaza [12].
La primera remodelación de importancia tuvo lugar en 1813, y la máxima pretensión del Ayuntamiento fue igualar y embaldosar el piso, además de trasladar la pila a otro lugar. Esta se desplazó más cerca del muelle, adosada al muro del castillo, donde permaneció hasta 1844.
El primer elemento de adorno que tuvo la plaza —y la ciudad— fue esta misma pila o fuente. Situada en la mitad de su área, consistía en una sencilla taza en cantería basáltica del país, con su pie de lo mismo. El agua brota por un surtidor y sale de la copa a través de seis chorros, que vierten el mineral en un pequeño estanque circular, sobre cuyo centro se alza el conjunto. Fue labrada en el año 1706, bajo el mandato del capitán general don Agustín de Robles y Lorenzana, según la leyenda que lleva esculpida. Este militar, empleando métodos expeditivos para obtener recursos económicos, trajo las aguas a Santa Cruz desde el Monte de Aguirre por medio de canales de madera, constituyendo todo ello un acontecimiento histórico. [7]
Fue tal la importancia que tuvo este surtidor para los vecinos, que justificó el cambio del nombre de la plaza durante más de un siglo. Incluso llegó a denominarse como calle de la Pila a la que llevaba hasta ella, que al presente se conoce como de Candelaria [13].
En los años finales de la pasada centuria, fue rescatada de un depósito municipal por don Anselmo Jacinto Benítez, caballero sensible y amante de la historia, que la trasladó a los jardines de su hotel y museo, en las afueras de esta población. Es un gesto muy de agradecer, que ha liberado del ostracismo y de su posible destrucción a una pieza íntimamente ligada a la historia de Santa Cruz [14].

Anselmo Jacinto Benítez. Fotografía anónima. Siglo XIX
Salvado este pequeño paréntesis, debemos señalar que esta fuente no desmerecía el lugar que ocupaba. Sin embargo, ocasionaba concentraciones de aguadoras con los inherentes gritos y discusiones, lo que impedía el aseo de la zona superior de la plaza. El grave inconveniente que se le presentó al Consistorio para materializar esta reforma, fue una palpable falta de fondos. Después de una serie de donativos, suscripciones populares y otras medidas, se concluyeron las obras en 1815 tras muchos altibajos. Todo el peso de la empresa fue llevado a cabo por los vecinos.

Quince años después, tras algunas correcciones menores, el resultado continúa siendo insuficiente, a pesar de que ya tenía aspecto de buena plaza según opinión de algunos visitantes. Los santacruceros de entonces le achacaban dos defectos principales: por una parte, la fuerte pendiente, impropia de una plaza principal y lugar de paseo. Por otra, las malas condiciones del embaldosado, que hacía ingrato su tránsito.
El Ayuntamiento sigue decidido a mejorarla, por ello en 1860 emprendió una nueva modificación. Fue promovida una vez más por el gobernador civil Ravenet, nombrado al principio de esta narración. Contó además con el apoyo del capitán general, don Narciso de Ametller y Cabrera. El autor del proyecto fue don Manuel de Oráa, arquitecto provincial por esos años.
Esta vez, la reforma consistió en variar la rasante, con el fin de dejarla lo más horizontal posible. Para conseguirlo, se rebajó el suelo de la parte alta a la vez que fue rellenada la zona inferior. El lugar cobró entonces un aspecto más acorde con lo que se deseaba, muy semejante al actual.
La elevación del sector inferior, trajo como consecuencia un fuerte desnivel entre la plaza, la entrada del muelle y el castillo. La solución fue levantar un muro de contención rematado por una verja de hierro, que cerraba a modo de terraza la salida en dirección a la costa. Por el costado sur, se dejó una calle con el nivel de la antigua rasante, para permitir el tráfico de vehículos.

Ferran y Goutiere: Narciso de Ametger. 
Litografía. Siglo XIX
Como todo trabajo humano, parece que hubo unos cuantos elementos susceptibles de mejora, hasta el punto que se formó una sociedad de vecinos para acondicionar la plaza y sus calles adyacentes.
En 1889 el arquitecto municipal, don Antonio Pintor, llevó a cabo un nuevo proyecto con modificaciones. Una vez más, fue la falta de presupuesto lo que impidió que se materializara. Por ello, el municipio solamente realizó algunos trabajos de desmonte para terminar de regularizar la rasante. Quizá lo más notorio, fue la apertura de una escalinata en el muro de contención realizado por Oráa, que ponía en comunicación la parte baja de la plaza y la rambla de Ravenet [15].

Llegados a este punto debemos mencionar los dos monumentos que la embellecen. Se deben a la donación de un hijo de esta capital: don Bartolomé Antonio Méndez Montañés. Comerciante y naviero enriquecido en la Carrera de Indias, ostentó los cargos de capitán del regimiento de Forasteros, síndico personero de Santa Cruz y castellano perpetuo del castillo de San Pedro, en Candelaria.
Queriendo dar muestras de su fervor religioso, a la vez que obsequiar a sus convecinos con un lugar de recreo más elegante, donó en 1759 una cruz, símbolo del nombre de esta ciudad. Enclavada en la parte alta del recinto, fue esculpida en mármol blanco, en la ciudad de Málaga, por Salvador Alcaraz y Valdés. En una de las caras de su basamento, lleva una leyenda que hace alusión al donante [16].

El otro monumento que sufragó este señor es el llamado Triunfo de Nuestra Señora de Candelaria, dedicado a la Patrona de Canarias. Representa a cuatro régulos o menceyes guanches: los de Güímar, Abona, Icod y Daute. Según la tradición, cuando Castilla se anexionó la isla en 1496, llevaron en procesión la estatua de Nuestra Señora—tras ser bendecida— desde la cueva de Chinguaro en Güímar, hasta la de Achbinico en Candelaria [17].
Joaquín González Espinosa:  
Triunfo de la Candelaria. Ca. 1920
Fechado en 1768, fue esculpido en mármol de excelente calidad en la ciudad de Génova, por el célebre artista Pasquale Bocciardo. Su coste, según se dice, ascendió a la fabulosa suma de treinta mil duros. Se sitúa en el otro extremo de la plaza, alineado con la Cruz. Poggi Borsotto lo describe de la siguiente manera: 
Sobre un basamento cuadrado, descansa un sustentáculo de forma octogonal y de un precioso y delicado gusto, que recibe una pirámide que corona la Virgen. En el sustentáculo hay cuatro estatuas de tamaño natural que representan a los guanches, antiguos habitantes de esta isla; y en el basamento cuatro alegorías o genios que simbolizan las estaciones […] En cada cara hay una inscripción [18].
Tras la reforma de 1860, este conjunto perdió parte de su esbeltez al quedar sus gradas algo soterradas, a consecuencia de haberse rellenado la zona. Hubo que esperar a la siguiente remodelación, casi treinta años después, para que le fuese devuelta su altura correcta.
Esta bella obra de arte no ha escapado al vandalismo de algunos desalmados. El primero de los ataques sucedió el 26 de marzo de 1825. Dos oficiales de la fragata de guerra inglesa Boadicea, la emprendieron a sablazos con dos de las esculturas de las estaciones, que aún exhiben las huellas de esta visita. Fueron multados por el alcalde con cincuenta duros.
Diez años después, otros compatriotas suyos de idéntica profesión, repitieron la hazaña no sólo con las mismas piezas que los anteriores, sino que lograron mutilarles las narices a varios de los guanches [19]. Con todo esto, interpretamos que los británicos, habiendo fracasado en sus tres intentos de apoderarse de Tenerife, pretendieron de forma momentánea conquistar esta obra de arte, posiblemente bajo la influencia de Baco.

La plaza cuenta además con una serie de bancos situados en su perímetro. Los primeros, a los que se denominó canapés, fueron colocados en 1864. Ejecutados en cantería del país, carecían de respaldos y parece que no agradaron a los vecinos.
Rafael Belza: Felipe Poggi y Borsotto
Fotografía. Siglo XIX

 Más tarde fueron sustituidos por otros fabricados en hierro y madera. Mientras camino por la plaza en dirección al hotel, observo gran animación de transeúntes, unos paseando, otros sentados en los bancos y algunos en sillas plegables que para estos menesteres se alquilan a un precio asequible.

Varias noches a la semana se celebran conciertos, amenizados por bandas de música. La militar, toca en invierno los martes de ocho a diez de la noche; mientras que la municipal lo hace los jueves y domingos en un horario similar, que varía durante el verano [20].

No se equivocaba Poggi al definirla como uno de los paseos favoritos de la ciudad y se halla siempre concurrida, a causa de hallarse abrigada de las brisas del mar por el histórico castillo de San Cristóbal. Esto hace que en ella se disfrute de agradable temperatura sin las molestias que un viento fresco proporciona [21].

Del alumbrado público empezamos a tener las primeras noticias en 1834, cuando se instalaron aquí diez faroles alimentados con aceite, con un resultado práctico de poca utilidad. 
Plaza de la Constitución. Fotografía anónima. Siglo XX
A finales de 1862, se hizo en esta plaza un ensayo de farolas alimentadas con belmontina, un tipo de parafina extraída del alquitrán. En vista de los buenos resultados, pocos meses después se encargaron a París faroles y columnas de hierro en número suficiente para iluminar el lugar de manera adecuada.
Al mismo tiempo, se estaba barajando la posibilidad del alumbrado por gas, haciéndose varios estudios y sondeos en ese sentido. En diciembre de 1886, se llegó a firmar por parte del Ayuntamiento un contrato con don Enrique Wolfson, que constituyó una sociedad anónima llamada The Tenerife Gas and Coke Company. Tras una serie de protestas por parte de algunos vecinos y demoras de tipo burocrático, dos años después contaba Santa Cruz con farolas alimentadas por este combustible. Duraron menos que las de belmontina, porque el 7 de noviembre de 1897 fueron desplazadas, de forma definitiva, por su rival: la electricidad [22].

Los edificios que se levantan alrededor de esta plaza son señoriales y de buena planta, con dos y tres alturas en su caso. Algunos han sido edificados en el siglo XVIII, mientras que otros se levantaron durante la pasada centuria. Aún así, forman un conjunto armónico y grato a la vista.
Los comercios que albergan, son de la más variada índole: cafés, tabaquerías, barberías, joyerías y relojerías, bazares… Todos instalados de manera lujosa, que trasluce el progreso y riqueza de esta capital, donde el cliente encuentra satisfecha su demanda en la práctica totalidad de sus visitas.
Como enumerarlos a todos sería muy extenso y hastiaría al lector, nos comprometemos a dar cumplida cuenta de todos ellos en sucesivos capítulos.
No obstante, no podemos pasar por alto otros establecimientos que tienen su sede en esta parte de la ciudad. Por un lado, dos sociedades recreativas: el Casino Principal de Santa Cruz, instalado en un amplio edificio, frente al cual me hallo en este instante; y el Club Inglés, situado unos metros más arriba. Por otro, dos hoteles: El de Panasco, ubicado en el piso alto de la casa marcada con el número seis —que cierra la plaza por su parte alta—; y el Victoria, en la número siete, haciendo esquina con la calle del Doctor Comenge o de San Francisco.
Me informa el muchacho que transporta mis baúles, que el hotel Panasco ha sido trasladado este mismo año a la casa citada. Anteriormente se hallaba en la número uno, haciendo esquina con la calle de la Caleta [23]. Este último inmueble, fue adquirido por una emprendedora dama, doña Concepción Pérez Yanes. Lo está sometiendo a una reestructuración, y tiene el propósito de abrirlo al público en breve, con el nuevo nombre de hotel Orotava [24].
Al preguntarle a mi acompañante si sabía dónde vivía el señor don Juan Bethencourt, me respondió afirmativamente. Habita con su familia, justamente, en la casa contigua al nuevo hotel.

Contemplamos ahora la fábrica que tal vez revista mayor importancia: la que alberga el Gobierno Civil, mi futuro destino profesional. Realizada en el siglo XVIII, su fachada se encuentra revestida de piedra volcánica negra, buena rejería en sus balcones y ventanas, coronándose el conjunto con un reloj que marca el cotidiano vivir de los vecinos. A través de su zaguán, vislumbro un patio amplio y hermoso, al estilo de los tradicionales del país, como más tarde he tenido ocasión de comprobar.
Hotel Victoria. Fotografía anónima. Siglo XX
El edificio adyacente es el hotel Victoria, el lugar donde al fin podré dar reposo a mis cansados huesos. Se trata de una construcción de tres alturas, con entrada por la plaza, que hace esquina a la calle de San Francisco y vuelta a la de San José. Su edificación data de la primera mitad del XVIII, dirigida por el maestro de obras Juan Alonso García de Ledesma, por mandato del coronel don José Luis de Miranda.
En 1874 su nuevo propietario, don Tomás Ascanio y Aponte, encargó al ayudante de Obras Públicas, don Menandro de Cámara y Cruz, la reforma de la fachada. Diseñada siguiendo el estilo clasicista romántico que imperaba entonces, se finalizó al año siguiente. Las cornisas y huecos se realizaron en cantería, mientras que el resto de la fachada se hizo de argamasa simulando ladrillos. Parece ser que durante su construcción surgieron ciertos inconvenientes administrativos, finalmente solventados, debido a que el proyecto de Cámara contemplaba aumentar la altura de la planta del entresuelo.
Hacia 1882, don Benigno Ramos Hernández instaló aquí su establecimiento hotelero dotado con restaurante y cantina, al que añadió además sendos comercios de ultramarinos y confitería en los locales del piso bajo. A finales de 1898 sobrevino la quiebra económica de los negocios este señor, y en los primeros meses del siguiente año se trasladó aquí el Victoria, que ya venía prestando sus servicios de hospedaje —desde al menos 1896— en el número nueve de la calle de la Marina. 
Triunfo de la Candelaria y Casino principal. 
Fotografía anónima. Finales del siglo XIX
Hace doce años, don Enrique Ascanio Estévez —hijo de don Tomás— solicitó al arquitecto don Manuel de Cámara —hermano de don Menandro—, la construcción de un hermoso torreón en la esquina de la calle de San José, lo que sin duda ha sido un acierto que ha embellecido de forma notable esta propiedad [25].

Además del establecimiento hotelero, cuenta con dos importantes almacenes en la planta baja.
Junto al Gobierno Civil, el bazar propiedad de los hindúes Manuel Dialdas y su hermano Juan, que llevan en esta ciudad una decena de años. En él podemos encontrar mantones de manila, bronces orientales, piezas de porcelana china y cerámica japonesa de Satzuma, cajitas talladas en madera de sándalo, objetos de laca y un sinfín de chinoiseries que tan de moda están en estos últimos tiempos.
En el extremo opuesto y haciendo esquina, un negocio similar al anterior, denominado Alexandre & Co., pero a diferencia del anterior, éste se centra en la venta de relojería y joyas, amén de otros artículos de índole diversa.

Atravesando el amplio zaguán con zócalo de azulejos, desemboco en un amplio patio central, decorado con plantas y muebles de mimbre. Me dirijo a la recepción, donde tras comprobar mi reserva, dan las órdenes oportunas a los botones para que suban mi equipaje a la habitación en la que voy a alojarme.
Miguel, que así se llama el muchacho que ha transportado mis pertenencias en su carrito, va a prestarme un último servicio. Después de haber pedido recado de escribir en el hotel, redacto una nota para don Juan Bethencourt solicitándole ser recibido. Adjunto la carta de presentación que me escribió el señor conde de Leyva, y le entrego el sobre al muchacho, para que lo alcance durante el camino de regreso al muelle a casa del ilustre médico. Por ese motivo, le premio con una cantidad extra a la acordada por el transporte, como pago por tan útil cometido.
Hecho esto, me retiro a mi habitación a tomar un buen baño y un merecido descanso.
Plaza de la Constitución. Fotografía anónima. Siglo XIX


NOTAS                                                                 

[1] POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Guía histórica [sic]-descriptiva de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Imprenta Isleña, 1881.
[2] BAILLON, Austin:Misters: británicos en Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Ed. Idea, 1995.
[3] GUIMERÁ RAVINA, Agustín: La Casa Hamilton. Una empresa británica en Canarias.1837-1987. Santa Cruz de Tenerife, litografía Romero, 1989.
[4] Vendida en 1921 a su compatriota Fred Olsen [N. del a.].
[5] BRANLE, Georges: Guía comercial de Santa Cruz de Tenerife. Imprenta de A.J. Benítez, 1913
[6] La Banca Dehesa terminó siendo absorbida por el Banco Hispano-Americano [N. del a.].
[7] Hacia 1925 se trasladan a la calle San Vicente Ferrer nº1, esquina a La Marina [N. del a.].
[8] DÍAZ LORENZO, Juan Carlos: De los correíllos al “fast ferry”. Santa Cruz de Tenerife, ed. Puertos de Tenerife, 2004
[9] En la década de 1870 fue modificada su fachada dentro del estilo clasicista romántico que imperaba por entonces [N. del a.].
[10] CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz de Tenerife. Servicio de publicaciones de la Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, 1978.
[11] ARENCIBIA DE TORRES, Juan J.: Calles y plazas de Santa Cruz de Tenerife. Su historia y sus nombres. Santa Cruz de Tenerife, Gráficas Tenerife, 1996.
Entre 1931 y 1936, pasó a llamarse plaza de la República. El 5 de octubre de ese año, el Ayuntamiento decide cambiarlo por el de plaza de la Candelaria, que es el que actualmente ostenta [N. del a.].
[12] CIORANESCU, Alejandro: Op. cit.
[13] COLA BENÍTEZ, Luis: Sed. La odisea del Agua en Santa Cruz de Tenerife. Ayto. de Santa Cruz de Tenerife, 2010.
[14] COLA BENÍTEZ, Luis: Itinerario histórico de Santa Cruz de Santiago de Tenerife. Ayto. de Santa Cruz de Tenerife, 2013.
Tras ser devuelta al Ayuntamiento por los herederos del señor Benítez, la pila fue colocada de nuevo en la plaza, durante la reforma de 1986 ubicándose en su parte alta [N. del a.].
[15] CIORANESCU, Alejandro: Op.cit.
Las reformas más significativas de la plaza hasta hoy fueron: la que tuvo lugar en 1930-31 y años siguientes, que devolvió la primitiva rasante inclinada y permitió el tráfico por todo su perímetro. La otra gran remodelación tuvo lugar en 1986, que suprimió el tráfico y añadió un nuevo pavimento al mismo nivel el todo su espacio [N. del a.].
[16] COLA BENÍTEZ, Luis: Op. cit.
Con la reforma que tuvo lugar a comienzos de los años 30 del pasado siglo, la cruz fue trasladada a la plaza de San Telmo. Allí permaneció hasta la década de 1960, al desaparecer este lugar con la apertura de la avenida de Bravo Murillo. Desde entonces, se halla colocada en el jardín de la plaza de la Iglesia [N. del a.].
[17] ARRIBAS SÁNCHEZ, Cipriano de: A través de las islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife. Ed. A. Delgado Yumar, s/f. Primera edición.
[18] POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Op. cit.
[19] Otro atentado tuvo lugar en 1919 cuando unos marineros de un petrolero inglés vertieron pintura negra en su base. El último acto vandálico de importancia que sufrió el Triunfo, tuvo lugar la madrugada del 4 de junio de 1967, por parte de dos marineros ingleses del buque Stuart Prince. Esta vez, lograron llegar a la cima del monumento, rompiendo la corona de la Virgen, la cabeza del Niño y una nariz de los guanches [N. del a.].
[20] BRANLE, Georges: Op. cit.
[21] POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Op. cit.
[22] CIORANESCU, Alejandro: Op. cit.
[23] Hoy denominada General Gutiérrez [N. del a.].
[24] Fue inaugurado el domingo 8 de febrero de 1914.  Ver El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 5 de febrero de 1914
[25] DARIAS PRÍNCIPE, Alberto: Ciudad, arquitectura y memoria histórica.