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Media vida en Tenerife
CAPÍTULO III
LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN, CORAZÓN DE LA CIUDAD
CAPÍTULO III
LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN, CORAZÓN DE LA CIUDAD
[PRIMERA
PARTE]
por
Carlos Benítez Izquierdo
17 de marzo de 1913
Carlos Benítez Izquierdo
17 de marzo de 1913
Al separarme de don Servando, dirigí mis pasos hacia
al hotel donde tenía pensado alojarme, al menos durante el inicio de esta nueva
etapa en mi vida.
A
mi derecha se alzaba el pórtico de tres arcos, fabricado en ladrillo y
cantería, que conformaba la entrada a la Alameda del muelle o del Duque de
Santa Elena. Fue este el primer lugar construido ex profeso para el
esparcimiento y recreo de la población, a finales de la pasada centuria, y que
jamás ha albergado ni un solo álamo.
En la explanada donde me encontraba, entre dicho
recinto, la entrada al muelle y el castillo de San Cristóbal, el Ayuntamiento
ha erigido una caseta hecha en hierro fundido que alberga unos urinarios
públicos. Aunque esta idea ha resultado ser novedosa y es símbolo de
civilización, lo cierto es que no ha tenido la acogida que se esperaba.
Joaquín Ravenet y Marentes.
Litografía. Siglo XIX
|
Antes de esta fecha, el acceso al muelle y el tráfico
de mercancías, resultaban molestos tanto por el fuerte desnivel del terreno, a
la altura del Boquete o entrada al
espigón, como por lo angosto de dicha vía entre el castillo de San Cristóbal y
la plaza de La Constitución. El significativo aumento del tráfico de
caballerías, carros de transporte y transeúntes originaba importantes
retenciones y atascos en este punto, de tal manera que se imponía la resolución
del conflicto.
Por aquél entonces, ostentaba el cargo de gobernador
civil de la provincia don Joaquín Ravenet y Marentes. Fue este caballero quien
tomó la iniciativa al respecto, contando además con la colaboración del Ayuntamiento
y del ingeniero jefe de Obras Públicas de la provincia.
En primer lugar, en 1861 se consiguió el permiso para
retranquear el tambor del castillo. Poco después, se construyó una rampa que
salvara el desnivel y hacer posible la comunicación entre la calle de La Marina
y la plaza. Además, se ensanchó la zona baja todo cuanto se pudo.
En 1863, se derribaron las vetustas puertas de
entrada al muelle y, cinco años más tarde, se finalizó la reforma por la Junta
Revolucionaria de Salvación y Fomento. Esta, ordenó derribar el Cuerpo de
Guardia principal del castillo y lo trasladó al norte del mismo, por lo cual
fue necesario sacrificar la batería de Santo Domingo y rellenar el foso, donde
se levantó la antigua pescadería [1]. Como consecuencia, este lugar ha sido
bautizado muy justamente, como Rambla de
Ravenet.
Para mayor comodidad del joven que transporta mi
equipaje, hemos decidido acceder a la plaza de la Constitución a través de la
pendiente que conforma parte de dicho paseo, al que el pueblo de Santa Cruz
sigue llamando por su antiguo nombre, que es además el de la calle de la que
forma parte y hoy se denomina Eduardo Cobián: La Marina.
Este
desnivel, que se halla bien adoquinado linda en su parte oeste con tres casonas
de arquitectura tradicional.
En
primer lugar, haciendo esquina con la calle de San José, una construcción de
tres pisos con balcones de madera. Aquí se encuentra establecido un bazar
hindú, propiedad de M. Dialdas quien, según mi acompañante, es dueño de otro en
la plaza de la Constitución, donde se ubican varios semejantes, regentados por
compatriotas de este señor.
A continuación, y en medio de la manzana, se alza una
edificación dieciochesca de tres pisos, con balcón acristalado en el último.
Alberga las sedes de las empresas de Miller
& Wolfson y la de Otto Thoresen,
que bien merecen que les dediquemos un momento de nuestro tiempo.
Comenzaremos por la primera de ellas, ubicada en la
planta baja del inmueble. Henry Wolfson, judío ruso nacionalizado británico,
llegó a estas costas en 1886 a bordo de un buque que hizo escala en su viaje a
Sudáfrica. La primera actividad comercial de este caballero fue la
representación de la compañía inglesa Burrell,
de la que pronto sería socio. Como la biografía de Mr. Wolfson resulta por
muchos motivos interesante, y merece ser tratada de manera más amplia, nos
comprometemos a ampliar esta información en otro capítulo de nuestra crónica.
Por
ahora, bástenos decir que diversificó sus actividades mercantiles hacia la
exportación de frutos, banca y cambio de divisas, agencia de seguros, navieras
y consigna de buques [2].
Su negocio, actualmente denominado Miller, Wolfson & Cía cuya sede está
en el inmueble que contemplamos, tiene sucursales en Las Palmas y Londres, así
como en las poblaciones de San Sebastián y Hermigua, en la vecina isla de La
Gomera. Esto último ha dado motivo a disponer de barcos propios; como el Golden Eagle o el Velox, dedicados al cabotaje insular con servicios regulares de
carga y pasaje.
A la Izda. sentado, Charles Howard
Hamilton,
a su lado, de pie, su esposa Carmen Montverde
y otros familiares.
Fotografía anónima. Siglo XIX
|
Hasta
el pasado año de 1905, esta empresa mantuvo buenas relaciones con otra del
mismo género, Hamilton & Co,
situada en el núm. 15 de esta misma calle y fundada en 1837. Es propiedad de la
familia homónima, de origen escocés, siendo quizá la más antigua que existe en
la actualidad de cuantas se dedican a estas actividades comerciales.
Pues bien, como decíamos, hasta hace poco tiempo las
relaciones comerciales y personales entre los propietarios de ambas firmas eran
francamente buenas. Sucedió que los Hamilton dejaron de requerir a Mr. Wolfson,
como intermediario frutero, para las navieras cuyas representaciones
ostentaban. Por su parte, el ruso les
devolvió el favor ofreciendo sus servicios a una importante compañía, la Union Castle, que representaban
aquellos. Además, estuvo a punto de arrebatarles a los escoceses la
consignación de otras, como la White Star
o la Shaw Savill & Albion. El
resultado de todo esto no sólo ha sido una enemistad férrea, sino que Mr.
Wolfson se asoció con la firma grancanaria Miller,
fruto de lo cual ha originado la nueva razón social, llamada Miller, Wolfson & Co. [3] , una
fuerte competidora para los Hamilton.
El otro comerciante que ocupa la planta alta del
caserón al que aludimos, es Otto Thoresen, íntimamente relacionado con el
anterior. Dicho empresario, de origen noruego, se dedica a negocios similares a
los de su vecino. De hecho, fue Mr. Wolfson quien lo introdujo en el mercado de
exportación de frutos en las islas.
Esta compañía tiene su sede en la capital de aquél
reino escandinavo, y posee sucursales tanto aquí como en la ciudad de Las
Palmas. El agente local es don Alvaro Rodríguez López, que a la sazón desempeña
el cargo de vice-cónsul de Noruega.
Como naviera [4] y consignataria de vapores, cuenta
con un servicio de navegación interinsular de cabotaje. Además, lleva a cabo el
transporte de mercancías desde Canarias a Londres, y asimismo entre
Escandinavia y nuestro país [5].
La siguiente edificación que nos encontramos, que
linda también con la plaza de La Constitución, es de tres pisos diseñada en estilo
neoclásico. Sus esquinas y huecos están labrados en cantería basáltica del
país, y los balcones con rejería en hierro forjado.
En la
planta baja se encuentra, en primer lugar, una sucursal de la banca de don
Nicolás Dehesa. Además de las labores que le son propias, lleva a cabo cambios
de divisa, tan necesarios en un puerto con tráfico internacional. Es también
corresponsal de casas bancarias españolas y extranjeras [6].
La central de este banco se halla en la calle de
Alfonso XIII de esta población, y cuenta con otro establecimiento en la vecina
ciudad de Las Palmas.
El otro local que se sitúa a nivel de calle, ya en la
esquina, es la tabaquería La Flor, propiedad de don Ángel Carrillo.
Entre ambos comercios, se abre el zaguán de entrada
al entresuelo, donde se ubica Fyffes y
Cía. Es propiedad de súbditos británicos, dedicados a negocios similares a
los ya comentados anteriormente [7]. Esta Casa, tiene fuertes vínculos con Miller, Wolfson & Co. en el negocio
de cultivos y exportación de frutos.
Hace veinte años, Mr. Henry Wolfson y otro directivo
de Fyffes —Mr. Barker— adquirieron
dos enormes fincas en Adeje —al sur de Tenerife— para destinarlas al cultivo de
plátanos y tomates. Más tarde, ambos se convirtieron en importantes accionistas
de esta compañía y traspasaron los predios a nombre de la misma como parte de
sus fondos. En 1901, Fyffes se
fusionó con otra potente empresa británica, Elder,
Dempster & Co., que ya contaba con significativa presencia en Canarias
[8].
Hemos llegado a la plaza de La Constitución: es
amplia, de planta rectangular y enlosada con piedra del país. Con un aire
elegante a la vez que despreocupado, me recuerda enormemente a las plazas de mi
muy querida y siempre añorada isla de Cuba [4].
Plaza de la Constitución.
Fotografía anónima. Siglo XIX
|
Podríamos señalar sin ningún género de duda, que desempeña el
papel de Plaza Mayor, debido a su importancia y por ser uno de los lugares
donde se concentra la vida pública de la ciudad. No obstante, hemos de señalar
que no se pensó en su existencia cuando se fundó la población.
Este espacio fue ideado tardíamente, sin que mediase
un plan urbanístico previo. Hasta finales del siglo XVI, la calle del Castillo
—actual de Alfonso XIII— llegaba casi hasta el mar. El Cabildo de la isla
decidió derribar una serie de edificios para despejar los alrededores del
castillo de San Cristóbal, con el propósito de obtener un campo o plaza de
armas para los ejercicios militares. Es así como surgió este recinto, que
durante el siglo XVIII terminó de adquirir su forma actual. Delimitada por tres
flancos de edificios con un cierto empaque, le fueron añadidos los monumentos
que en el día de hoy podemos admirar, salvo una pila o fuente de la cual
hablaremos. La proximidad del Gobierno Militar, de la Aduana y, temporalmente,
del Ayuntamiento —en la casa que existe en su parte alta [9]—le dieron esta
categoría de Plaza Mayor que comentamos. A todo esto, debemos sumar el hecho de
celebrarse aquí todas las manifestaciones políticas, religiosas, alborotos,
pronunciamientos, proclamaciones y fiestas oficiales [10].
La plaza ha tenido varios nombres. En su origen, y
hasta la primera mitad del setecientos, se le conoció como plaza del Castillo.
Por esas fechas se le empezó a denominar plaza de la Pila, debido a la fuente
antes mencionada.
Hace justo un siglo, el Ayuntamiento decidió
bautizarla como plaza de la Constitución, en memoria de la que se había
proclamado en Cádiz en 1812. Dos años más tarde, Fernando VII llevó a cabo la
restauración absolutista y se le cambió el nombre por el de plaza Real. Debido
a esto, se delimitó su perímetro con columnas unidas por cadenas de hierro, que
se conservaron hasta la mitad del siglo anterior.
En 1820 recuperó el nombre de Constitución. Cuatro
años después volvió a tener el de Real, que ostentó hasta el final del reinado
fernandino. Desde Isabel II hasta hoy, lleva el nombre de la Carta Magna [11].
Le Brun y Testard: Pila de Santa Cruz. Siglo XIX
|
La primera remodelación de importancia tuvo lugar en
1813, y la máxima pretensión del Ayuntamiento fue igualar y embaldosar el piso,
además de trasladar la pila a otro lugar. Esta se desplazó más cerca del
muelle, adosada al muro del castillo, donde permaneció hasta 1844.
El primer elemento de adorno que tuvo la plaza —y la
ciudad— fue esta misma pila o fuente. Situada en la mitad de su área, consistía
en una sencilla taza en cantería basáltica del país, con su pie de lo mismo. El
agua brota por un surtidor y sale de la copa a través de seis chorros, que
vierten el mineral en un pequeño estanque circular, sobre cuyo centro se alza el
conjunto. Fue labrada en el año 1706, bajo el mandato del capitán general don
Agustín de Robles y Lorenzana, según la leyenda que lleva esculpida. Este
militar, empleando métodos expeditivos para obtener recursos económicos, trajo
las aguas a Santa Cruz desde el Monte de Aguirre por medio de canales de
madera, constituyendo todo ello un acontecimiento histórico. [7]
Fue tal la importancia que tuvo este surtidor para
los vecinos, que justificó el cambio del nombre de la plaza durante más de un
siglo. Incluso llegó a denominarse como calle
de la Pila a la que llevaba hasta ella, que al presente se conoce como de
Candelaria [13].
En los años finales de la pasada centuria, fue
rescatada de un depósito municipal por don Anselmo Jacinto Benítez, caballero
sensible y amante de la historia, que la trasladó a los jardines de su hotel y
museo, en las afueras de esta población. Es un gesto muy de agradecer, que ha
liberado del ostracismo y de su posible destrucción a una pieza íntimamente
ligada a la historia de Santa Cruz [14].
Anselmo Jacinto Benítez. Fotografía anónima. Siglo XIX
|
Quince años después, tras algunas correcciones
menores, el resultado continúa siendo insuficiente, a pesar de que ya tenía
aspecto de buena plaza según opinión de algunos visitantes. Los santacruceros
de entonces le achacaban dos defectos principales: por una parte, la fuerte
pendiente, impropia de una plaza principal y lugar de paseo. Por otra, las
malas condiciones del embaldosado, que hacía ingrato su tránsito.
El Ayuntamiento sigue decidido a mejorarla, por ello
en 1860 emprendió una nueva modificación. Fue promovida una vez más por el
gobernador civil Ravenet, nombrado al principio de esta narración. Contó además
con el apoyo del capitán general, don Narciso de Ametller y Cabrera. El autor
del proyecto fue don Manuel de Oráa, arquitecto provincial por esos años.
Esta vez, la reforma consistió en variar la rasante,
con el fin de dejarla lo más horizontal posible. Para conseguirlo, se rebajó el
suelo de la parte alta a la vez que fue rellenada la zona inferior. El lugar
cobró entonces un aspecto más acorde con lo que se deseaba, muy semejante al
actual.
La elevación del sector inferior, trajo como
consecuencia un fuerte desnivel entre la plaza, la entrada del muelle y el
castillo. La solución fue levantar un muro de contención rematado por una verja
de hierro, que cerraba a modo de terraza la salida en dirección a la costa. Por
el costado sur, se dejó una calle con el nivel de la antigua rasante, para
permitir el tráfico de vehículos.
Ferran y Goutiere: Narciso de
Ametger.
Litografía. Siglo XIX
|
En 1889 el arquitecto municipal, don Antonio Pintor,
llevó a cabo un nuevo proyecto con modificaciones. Una vez más, fue la falta de
presupuesto lo que impidió que se materializara. Por ello, el municipio
solamente realizó algunos trabajos de desmonte para terminar de regularizar la
rasante. Quizá lo más notorio, fue la apertura de una escalinata en el muro de
contención realizado por Oráa, que ponía en comunicación la parte baja de la
plaza y la rambla de Ravenet [15].
Llegados a este punto debemos mencionar los dos
monumentos que la embellecen. Se deben a la donación de un hijo de esta
capital: don Bartolomé Antonio Méndez Montañés. Comerciante y naviero
enriquecido en la Carrera de Indias, ostentó los cargos de capitán del
regimiento de Forasteros, síndico personero de Santa Cruz y castellano perpetuo
del castillo de San Pedro, en Candelaria.
Queriendo dar muestras de su fervor religioso, a la
vez que obsequiar a sus convecinos con un lugar de recreo más elegante, donó en
1759 una cruz, símbolo del nombre de esta ciudad. Enclavada en la parte alta
del recinto, fue esculpida en mármol blanco, en la ciudad de Málaga, por
Salvador Alcaraz y Valdés. En una de las caras de su basamento, lleva una
leyenda que hace alusión al donante [16].
El otro monumento que sufragó este señor es el
llamado Triunfo de Nuestra Señora de Candelaria, dedicado a la Patrona de
Canarias. Representa a cuatro régulos o menceyes guanches: los de Güímar,
Abona, Icod y Daute. Según la tradición, cuando Castilla se anexionó la isla en
1496, llevaron en procesión la estatua de Nuestra Señora—tras ser bendecida—
desde la cueva de Chinguaro en Güímar, hasta la de Achbinico en Candelaria
[17].
Joaquín González Espinosa:
Triunfo de la Candelaria. Ca. 1920
|
Sobre un
basamento cuadrado, descansa un sustentáculo de forma octogonal y de un
precioso y delicado gusto, que recibe una pirámide que corona la Virgen. En el
sustentáculo hay cuatro estatuas de tamaño natural que representan a los
guanches, antiguos habitantes de esta isla; y en el basamento cuatro alegorías
o genios que simbolizan las estaciones […] En cada cara hay una inscripción [18].
Tras la reforma de 1860, este conjunto perdió parte
de su esbeltez al quedar sus gradas algo soterradas, a consecuencia de haberse
rellenado la zona. Hubo que esperar a la siguiente remodelación, casi treinta
años después, para que le fuese devuelta su altura correcta.
Esta bella obra de arte no ha escapado al vandalismo
de algunos desalmados. El primero de los ataques sucedió el 26 de marzo de
1825. Dos oficiales de la fragata de guerra inglesa Boadicea, la emprendieron a sablazos con dos de las esculturas de
las estaciones, que aún exhiben las huellas de esta visita. Fueron multados por el alcalde con cincuenta duros.
Diez años después, otros compatriotas suyos de
idéntica profesión, repitieron la hazaña
no sólo con las mismas piezas que los anteriores, sino que lograron mutilarles
las narices a varios de los guanches [19]. Con todo esto, interpretamos que los
británicos, habiendo fracasado en sus tres intentos de apoderarse de Tenerife,
pretendieron de forma momentánea conquistar
esta obra de arte, posiblemente bajo la influencia de Baco.
La plaza cuenta además con una serie de bancos
situados en su perímetro. Los primeros, a los que se denominó canapés, fueron colocados en 1864.
Ejecutados en cantería del país, carecían de respaldos y parece que no
agradaron a los vecinos.
Rafael Belza: Felipe Poggi y Borsotto.
Fotografía. Siglo XIX
|
Varias noches a la semana se celebran conciertos,
amenizados por bandas de música. La militar, toca en invierno los martes de
ocho a diez de la noche; mientras que la municipal lo hace los jueves y
domingos en un horario similar, que varía durante el verano [20].
No se equivocaba Poggi al definirla como uno de los paseos favoritos de la ciudad y
se halla siempre concurrida, a causa de hallarse abrigada de las brisas del mar
por el histórico castillo de San Cristóbal. Esto hace que en ella se disfrute
de agradable temperatura sin las molestias que un viento fresco proporciona
[21].
Del alumbrado público empezamos a tener las primeras
noticias en 1834, cuando se instalaron aquí diez faroles alimentados con
aceite, con un resultado práctico de poca utilidad.
Plaza de la Constitución. Fotografía anónima. Siglo XX |
A finales de 1862, se hizo en esta plaza un ensayo de
farolas alimentadas con belmontina, un tipo de parafina extraída del alquitrán.
En vista de los buenos resultados, pocos meses después se encargaron a París
faroles y columnas de hierro en número suficiente para iluminar el lugar de
manera adecuada.
Al mismo tiempo, se estaba barajando la posibilidad
del alumbrado por gas, haciéndose varios estudios y sondeos en ese sentido. En
diciembre de 1886, se llegó a firmar por parte del Ayuntamiento un contrato con
don Enrique Wolfson, que constituyó una sociedad anónima llamada The Tenerife Gas and Coke Company. Tras
una serie de protestas por parte de algunos vecinos y demoras de tipo
burocrático, dos años después contaba Santa Cruz con farolas alimentadas por
este combustible. Duraron menos que las de belmontina, porque el 7 de noviembre
de 1897 fueron desplazadas, de forma definitiva, por su rival: la electricidad
[22].
Los edificios que se levantan alrededor de esta plaza
son señoriales y de buena planta, con dos y tres alturas en su caso. Algunos
han sido edificados en el siglo XVIII, mientras que otros se levantaron durante
la pasada centuria. Aún así, forman un conjunto armónico y grato a la vista.
Los comercios que albergan, son de la más variada
índole: cafés, tabaquerías, barberías, joyerías y relojerías, bazares… Todos
instalados de manera lujosa, que trasluce el progreso y riqueza de esta
capital, donde el cliente encuentra satisfecha su demanda en la práctica
totalidad de sus visitas.
Como enumerarlos a todos sería muy extenso y
hastiaría al lector, nos comprometemos a dar cumplida cuenta de todos ellos en
sucesivos capítulos.
No obstante, no podemos pasar por alto otros
establecimientos que tienen su sede en esta parte de la ciudad. Por un lado,
dos sociedades recreativas: el Casino Principal de Santa Cruz, instalado en un
amplio edificio, frente al cual me hallo en este instante; y el Club Inglés, situado
unos metros más arriba. Por otro, dos hoteles: El de Panasco, ubicado en el
piso alto de la casa marcada con el número seis —que cierra la plaza por su
parte alta—; y el Victoria, en la número siete, haciendo esquina con la calle
del Doctor Comenge o de San Francisco.
Me informa el muchacho que transporta mis baúles, que
el hotel Panasco ha sido trasladado este mismo año a la casa citada.
Anteriormente se hallaba en la número uno, haciendo esquina con la calle de la
Caleta [23]. Este último inmueble, fue adquirido por una emprendedora dama,
doña Concepción Pérez Yanes. Lo está sometiendo a una reestructuración, y tiene
el propósito de abrirlo al público en breve, con el nuevo nombre de hotel
Orotava [24].
Al preguntarle a mi acompañante si sabía dónde vivía
el señor don Juan Bethencourt, me respondió afirmativamente. Habita con su
familia, justamente, en la casa contigua al nuevo hotel.
Contemplamos ahora la fábrica que tal vez revista
mayor importancia: la que alberga el Gobierno Civil, mi futuro destino
profesional. Realizada en el siglo XVIII, su fachada se encuentra revestida de
piedra volcánica negra, buena rejería en sus balcones y ventanas, coronándose
el conjunto con un reloj que marca el cotidiano vivir de los vecinos. A través
de su zaguán, vislumbro un patio amplio y hermoso, al estilo de los
tradicionales del país, como más tarde he tenido ocasión de comprobar.
El edificio adyacente es el hotel Victoria, el lugar
donde al fin podré dar reposo a mis cansados huesos. Se trata de una construcción
de tres alturas, con entrada por la plaza, que hace esquina a la calle de San
Francisco y vuelta a la de San José. Su edificación data de la primera mitad
del XVIII, dirigida por el maestro de obras Juan Alonso García de Ledesma, por
mandato del coronel don José Luis de Miranda.
En 1874 su nuevo propietario, don Tomás Ascanio y
Aponte, encargó al ayudante de Obras Públicas, don Menandro de Cámara y Cruz,
la reforma de la fachada. Diseñada siguiendo el estilo clasicista romántico que
imperaba entonces, se finalizó al año siguiente. Las cornisas y huecos se
realizaron en cantería, mientras que el resto de la fachada se hizo de argamasa
simulando ladrillos. Parece ser que durante su construcción surgieron ciertos
inconvenientes administrativos, finalmente solventados, debido a que el
proyecto de Cámara contemplaba aumentar la altura de la planta del entresuelo.
Hacia 1882, don Benigno Ramos Hernández instaló aquí
su establecimiento hotelero dotado con restaurante y cantina, al que añadió
además sendos comercios de ultramarinos y confitería en los locales del piso
bajo. A finales de 1898 sobrevino la quiebra económica de los negocios este
señor, y en los primeros meses del siguiente año se trasladó aquí el Victoria,
que ya venía prestando sus servicios de hospedaje —desde al menos 1896— en el
número nueve de la calle de la Marina.
Triunfo de la Candelaria y Casino
principal.
Fotografía anónima. Finales del siglo XIX
|
Hace doce años, don Enrique Ascanio Estévez —hijo de
don Tomás— solicitó al arquitecto don Manuel de Cámara —hermano de don
Menandro—, la construcción de un hermoso torreón en la esquina de la calle de
San José, lo que sin duda ha sido un acierto que ha embellecido de forma
notable esta propiedad [25].
Además del establecimiento hotelero, cuenta con dos
importantes almacenes en la planta baja.
Junto al Gobierno Civil, el bazar propiedad de los
hindúes Manuel Dialdas y su hermano Juan, que llevan en esta ciudad una decena
de años. En él podemos encontrar mantones de manila, bronces orientales, piezas
de porcelana china y cerámica japonesa de Satzuma, cajitas talladas en madera
de sándalo, objetos de laca y un sinfín de chinoiseries
que tan de moda están en estos últimos tiempos.
En el extremo opuesto y haciendo esquina, un negocio
similar al anterior, denominado Alexandre
& Co., pero a diferencia del anterior, éste se centra en la venta de
relojería y joyas, amén de otros artículos de índole diversa.
Atravesando el amplio zaguán con zócalo de azulejos,
desemboco en un amplio patio central, decorado con plantas y muebles de mimbre.
Me dirijo a la recepción, donde tras comprobar mi reserva, dan las órdenes
oportunas a los botones para que suban mi equipaje a la habitación en la que
voy a alojarme.
Miguel, que así se llama el muchacho que ha
transportado mis pertenencias en su carrito, va a prestarme un último servicio.
Después de haber pedido recado de escribir en el hotel, redacto una nota para
don Juan Bethencourt solicitándole ser recibido. Adjunto la carta de
presentación que me escribió el señor conde de Leyva, y le entrego el sobre al
muchacho, para que lo alcance durante el camino de regreso al muelle a casa del
ilustre médico. Por ese motivo, le premio con una cantidad extra a la acordada
por el transporte, como pago por tan útil cometido.
Hecho esto, me retiro a mi habitación a tomar un buen
baño y un merecido descanso.
NOTAS
[1]
POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Guía histórica [sic]-descriptiva de Santa Cruz
de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Imprenta Isleña, 1881.
[2]
BAILLON, Austin:Misters: británicos en Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Ed.
Idea, 1995.
[3]
GUIMERÁ RAVINA, Agustín: La Casa Hamilton. Una empresa británica en
Canarias.1837-1987. Santa Cruz de Tenerife, litografía Romero, 1989.
[4]
Vendida en 1921 a su compatriota Fred Olsen [N. del a.].
[5]
BRANLE, Georges: Guía comercial de Santa Cruz de Tenerife. Imprenta de A.J.
Benítez, 1913
[6]
La Banca Dehesa terminó siendo absorbida por el Banco Hispano-Americano [N. del
a.].
[7]
Hacia 1925 se trasladan a la calle San Vicente Ferrer nº1, esquina a La Marina
[N. del a.].
[8]
DÍAZ LORENZO, Juan Carlos: De los correíllos al “fast ferry”. Santa Cruz de
Tenerife, ed. Puertos de Tenerife, 2004
[9]
En la década de 1870 fue modificada su fachada dentro del estilo clasicista
romántico que imperaba por entonces [N. del a.].
[10]
CIORANESCU, Alejandro: Historia de Santa Cruz de Tenerife. Servicio de
publicaciones de la Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, 1978.
[11]
ARENCIBIA DE TORRES, Juan J.: Calles y plazas de Santa Cruz de Tenerife. Su
historia y sus nombres. Santa Cruz de Tenerife, Gráficas Tenerife, 1996.
Entre
1931 y 1936, pasó a llamarse plaza de la República. El 5 de octubre de ese año,
el Ayuntamiento decide cambiarlo por el de plaza de la Candelaria, que es el
que actualmente ostenta [N. del a.].
[12]
CIORANESCU, Alejandro: Op. cit.
[13]
COLA BENÍTEZ, Luis: Sed. La odisea del Agua en Santa Cruz de Tenerife. Ayto. de
Santa Cruz de Tenerife, 2010.
[14]
COLA BENÍTEZ, Luis: Itinerario histórico de Santa Cruz de Santiago de Tenerife.
Ayto. de Santa Cruz de Tenerife, 2013.
Tras
ser devuelta al Ayuntamiento por los herederos del señor Benítez, la pila fue
colocada de nuevo en la plaza, durante la reforma de 1986 ubicándose en su
parte alta [N. del a.].
[15]
CIORANESCU, Alejandro: Op.cit.
Las
reformas más significativas de la plaza hasta hoy fueron: la que tuvo lugar en
1930-31 y años siguientes, que devolvió la primitiva rasante inclinada y
permitió el tráfico por todo su perímetro. La otra gran remodelación tuvo lugar
en 1986, que suprimió el tráfico y añadió un nuevo pavimento al mismo nivel el
todo su espacio [N. del a.].
[16]
COLA BENÍTEZ, Luis: Op. cit.
Con
la reforma que tuvo lugar a comienzos de los años 30 del pasado siglo, la cruz
fue trasladada a la plaza de San Telmo. Allí permaneció hasta la década de
1960, al desaparecer este lugar con la apertura de la avenida de Bravo Murillo.
Desde entonces, se halla colocada en el jardín de la plaza de la Iglesia [N.
del a.].
[17]
ARRIBAS SÁNCHEZ, Cipriano de: A través de las islas Canarias. Santa Cruz de
Tenerife. Ed. A. Delgado Yumar, s/f. Primera edición.
[18]
POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Op. cit.
[19]
Otro atentado tuvo lugar en 1919 cuando unos marineros de un petrolero inglés
vertieron pintura negra en su base. El último acto vandálico de importancia que
sufrió el Triunfo, tuvo lugar la madrugada del 4 de junio de 1967, por parte de
dos marineros ingleses del buque Stuart Prince. Esta vez, lograron llegar a la
cima del monumento, rompiendo la corona de la Virgen, la cabeza del Niño y una
nariz de los guanches [N. del a.].
[20]
BRANLE, Georges: Op. cit.
[21]
POGGI Y BORSOTTO, Felipe Miguel: Op. cit.
[22]
CIORANESCU, Alejandro: Op. cit.
[23]
Hoy denominada General Gutiérrez [N. del a.].
[24]
Fue inaugurado el domingo 8 de febrero de 1914. Ver El Progreso. Santa Cruz de Tenerife, 5 de febrero de 1914
[25]
DARIAS PRÍNCIPE, Alberto: Ciudad, arquitectura y memoria histórica.
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