lunes, 27 de junio de 2011

Ricardo Ruiz y Aguilar (I)


RICARDO RUIZ Y AGUILAR (I)


Estancia en Tenerife [1866-1867]

Antecedentes de la narración


La privilegiada -por coyuntural- situación de las islas Canarias y el añadido mítico que las adornaba desde los comienzos de la divulgación de sus particularidades y excelencias en el Renacimiento, fueron causa, entre otras, que justificó decenas de libros de viaje, bien como objetivo final o escala exótica, en empresas de descubrimiento, científicas, mercantiles y turísticas.
La mayoría, por no decir la totalidad de esta literatura, en cuanto a los siglos xviii y xix se refiere, es obra de viajeros europeos, principalmente anglosajones, y ha sido objeto de estudio por algunos de nuestros más rigurosos investigadores [1] labor que se ha venido complementando con la creación de varias colecciones que han dado a conocer la traducción total o parcial de aquellos textos que tratan  del archipiélago [2]. Pero son escasos, y constituyen una rareza, aquellos otros debidos a autores españoles, oriundos del territorio peninsular.
En el magnífico archivo de la Casa de Acialcázar [3] se conserva un tomo manuscrito en el que don Francisco María de León transcribió algunas de las noticias que sobre las islas corrían impresas en libros,  periódicos y revistas de la época. Allí se encuentra recogido un texto que, bajo el título de Un viaje a las islas Canarias, dio a la estampa, en Teruel, en 1845, en la Imprenta de Anselmo Zarzosa y Compañía, don Víctor Pruneda y Pruneda, quien estuvo afincado entre nosotros, en calidad de deportado, por un período de seis años, antes de aquella fecha.
Casi veinte años más tarde, en 1863, publicada por El Correo Navarro de Pamplona, apareció otra obra de título semejante, Un viaje a Canarias, de la que fue autor el médico militar don Nicasio Landa y Álvarez de Carvallo [1830-1891] que había sido destinado al archipiélago para combatir la epidemia de fiebre amarilla que diezmaba su población y que, al parecer, plagada de despropósitos, irritó a los lectores de las islas [4].
Ricardo Ruiz Benítez de Lugo, hijo del autor del texto que ahora publicamos, escribió en su Estudio Sociológico y Económico de las Islas Canarias: Las Canarias han sido poco estudiadas en la península ibérica. De su suelo y de su cielo; de sus habitantes y su instrucción nos llegan noticias por los empleados, los cómicos y los viajantes que van; por los telegramas cortos que recibe la prensa imposibilitada de grandes gastos a causa de la elevada tarifa de los despachos y por crisparse nuestros nervios cuando oímos hablar de que en un pedazo de provincia española hay quien se muere de sed y de hambre.
En el extranjero se conoce a Canarias por eminencias de Inglaterra, Alemania, Francia, Bélgica y otras naciones, que van a hacer estudios; por reyes, como el belga, que visitan las islas; por escritores de muchos Estados que en conferencias, libros y periódicos las describen [...]. En el extranjero, principalmente en Inglaterra, se suelen conocer, mejor que en Madrid, las necesidades de Canarias [5].
La narración de Ruiz y Aguilar a su padre comienza el día 27 de mayo de 1867, expresándole en esta primera carta las circunstancias que originaron su destierro debidas, no sólo a su simpatías políticas, como también a un desgraciado malentendido con el coronel don Bernardo Foulet, con quien estuvo a punto de batirse en duelo y que, aún insatisfecho con haber logrado la deportación del narrador, se cebó torturando a un sobrino suyo, a su cargo como cadete en el regimiento.
Prosigue Ruiz y Aguilar, relatando cómo, tras haber resuelto el futuro de su sobrino, se embarcó en Barcelona con destino a Cádiz y desde allí, en el vapor Isla de Cuba, a Canarias, divisando el pico del Teide a los tres días de navegación.
El aspecto de la capital del archipiélago le resultó, de nuevo, extremadamente desagradable. Los mendigos, el calor sofocante, los mosquitos y la suciedad, constituyen una serie de argumentos compartidos con la totalidad de los viajeros que visitaron Santa Cruz de Tenerife en las centurias pasadas.
 Por el contrario, los naturales le parecieron gentes amables y complacientes. No obstante, Ruiz Aguilar hace gala de un sentido estricto de la justicia cuando observa que es difícil formar juicio exacto de una población en la que sólo se ha permanecido tres días. 
Llama su  atención la vestimenta tradicional de los campesinos y las clases humildes en general y las bestias de acarreo por excelencia: los camellos. También sintió curiosidad por los nombres con que los canarios designaban a las diferentes monedas de curso legal.
Reanudó la serie epistolar con la descripción de La Laguna, su vega y los montes que la rodean. En su corto hospedaje en la vieja ciudad de San Cristóbal conoció y trata a varios miembros de una familia, los Ossuna, a quienes prodigará todo tipos de elogios ya que hicieron lo posible por mitigar los sufrimientos del destierro a nuestro autor y sus compañeros más allegados.
En cartas sucesivas, hasta un total de doce, da noticia a los suyos de su establecimiento en una casita de Las Mercedes, y de su posterior confinamiento en la villa de La Orotava, de cuyo valle y su clima quedó prendado, nos atrevemos a decir, que para siempre. La Botánica y la Agricultura en general, los jardines existentes y las variedades que en ellos se cultivaban, haciendo hincapié en el drago de Franchy y el castaño de la Candia;  el declive de la producción vinícola, el sorgo, la parasitación de los nopales con cochinilla, nada parece escapar a su curiosidad. Observaciones sobre la crudeza del pleito insular y el mal estado de los puertos -dos de las preocupaciones que luego serían constantes en su labor como periodista y político-; sobre el clima y la ausencia de infraestructura turística, se complementan con otras, más humanas, en las que critica la ociosidad, el juego y la escandalosa estadística que confirmaba que en Canarias, uno de cada cinco hijos habidos, era ilegítimo. Situación que atribuyó a los ínfimos jornales que obligaban a las mujeres del pueblo a acabar amancebadas con sus amos, en una isla en la que no existía clase media, tan sólo ricos y pobres.
El Puerto de la Cruz y su escaso tráfico marítimo, constituyen el objeto de otra de sus reflexiones. Los Realejos, Icod de los Vinos, son poblaciones que visita y describe con mayor o menor extensión, para concluir con una ascensión al pico de Tenerife. Todo ello salpicado de retazos de historia insular, que no excluye un corto informe sobre los vestigios de la raza guanche,
La correspondencia iniciada, como ya dijimos, el día veintisiete de mayo, concluye el nueve de diciembre de 1867. Cuando Ruiz Aguilar remite la primera carta a su padre, hace ya siete meses que padece destierro en Tenerife. Todo hace pensar que fuera tomando notas para emprender la labor, cuando las circunstancias lo permitieran. El cuadernillo, con las copias de las cartas, escritas con letra menuda y elegante, es actualmente propiedad de su bisnieto don Luis Ruiz-Benítez de Lugo y Zárate, a quien agradecemos que nos lo facilitara para su transcripción. Hemos actualizado la ortografía, para una mejor comprensión del texto. 

Su familia
Ricardo Ruiz de Aguilar nació en la ciudad de Granada y recibió el bautismo, el 2 de septiembre de 1839, en la iglesia parroquial de Las Angustias, como hijo de don Juan de Mata Ruiz Jiménez y de su esposa, doña Josefa de Aguilar y Sanz. Su padres, ambos granadinos, habían sido bautizados en las parroquias de San Andrés y San Ildefonso, respectivamente. El primero, el 9 de febrero de 1792, hijo de don Alfonso Ruiz-Calvo de Pineda y de doña María Francisca Jiménez de Santaella, casados en Santa Escolástica de Granada el 15 de agosto de 1786. La segunda, nacida del matrimonio que contrajeron en la citada parroquia de San Andrés, don José de Aguilar y Salazar, -hijo de don Pablo Fernández de Aguilar y doña María Manuela de Salazar y Castillero- y doña Josefa Sanz de Santaella.

Elena Bautista Benítez de Lugo y Urtusáustegui.
Señora de Fuerteventura y marquesa de la Florida.
Fotografía S. Pego. Santa Cruz de Tenerife
La familia tenía sus raíces, por ambas líneas, en la vega de Granada, con la excepción de un bisabuelo, don Manuel Sanz Gavín, natural de Alcolea, casado en Granada con doña Ana de Santaella y padres de la ya citada doña Josefa Sanz de Santaella.
El abuelo paterno, don Alfonso Ruiz-Calvo de Pineda, había nacido en el cortijo de Chauchina, señorío de la marquesa de Guadalcázar, a veinticinco kilómetros de la ciudad de Granada, hijo de don Pedro José Ruiz-Calvo y doña Paula de Pineda y Alderete, bautizada en Santa Escolástica de la repetida Granada el 7 de febrero de 1739 e hija de don José de Pineda y de doña Paula de Alderete.
         Don Pedro Ruiz-Calvo, bisabuelo paterno de Ruiz y Aguilar, nació en el cortijo de Chauchina el 13 de febrero de 1728, y fue bautizado en su parroquia como hijo de don Alonso Ruiz-Calvo y de su tercera mujer doña Catalina Muñoz, casados en el mismo pueblo el 15 de marzo de 1722. Don Alonso Ruiz-Calvo, segundo abuelo de Ricardo Ruiz de Aguilar, nació en el cortijo de Láchar, próximo al de Chauchina, y fue bautizado el día 2 de febrero de 1676 del matrimonio formado por don Pedro Ruiz-Calvo, viudo de doña Francisca Martín de Aguilera, y doña María Jiménez Cabello, que habían casado en Láchar el 10 de junio de 1675.
Los Ruiz, o Ruiz-Calvo, tenían casas y tierras en arriendo en los citados cortijos de Láchar, Chauchina, e Illora, y vivieron durante generaciones en la ciudad de Granada, en la calle de las Armonas viejas, tal y colmo se desprende del Catastro de Ensenada.
Ricardo Ruiz de Aguilar, teniente de Infantería, frecuentó con sus compañeros de destierro en La Orotava los salones de doña Elena Bautista Benítez de Lugo, última señora territorial de Fuerteventura y séptima marquesa de La Florida por su matrimonio con don Luis Benítez de Lugo y del Hoyo, propietario de la dignidad nobiliaria. De esta señora dijo don Antonio de los Ríos Rosas, presidente del senado de la nación, que era providencia de desterrados de todas clases y condición en la isla de Tenerife.
Entre los exiliados de renombre político que compartieron alojamiento con Ricardo Ruiz de Aguilar se encontraban, el general Serrano, duque de la Torre, y su sobrino, don José López Domínguez.

María Candelaria Benítez de Lugo y Benítez de Lugo y Aguilar.
Fotografía anónima, c. 1867. Col. Part., Tenerife
Ricardo Ruiz de Aguilar trabó una estrecha amistad con don Luis Francisco Benítez de Lugo, hijo de doña Elena, con quien compartía ideario político y amigo particular de López Domínguez. Así fue como conoció a la que más tarde sería su esposa, doña María Candelaria Benítez de Lugo, nacida en La Orotava el 14 de febrero de 1843, hija y hermana de los dueños de la casa.
El 4 de julio de 1870, doña Elena otorgó su consentimiento ante el notario Nicolás Afonso para que su hija casara con el ya capitán de Infantería y secretario del Gobierno Militar de Santa Cruz de Tenerife, don Ricardo Ruiz de Aguilar, matrimonio que tuvo lugar en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción de La Orotava.
De los hijos que tuvo el matrimonio, cuatro sobrevivieron. Ricardo, el mayor, nació en Santa Cruz de Tenerife el 2 de febrero de 1872. Casó con doña María de los Ángeles Ruiz y Trillo-Figueroa, y alcanzó numerosa descendencia. Ricardo Ruiz Benítez de Lugo siguió los pasos de su padre y fue, como él, militar, escritor y político, además de prestigioso abogado.  Como su padre también, se distinguió por su amor a las islas, lo que le llevó a fundar y dirigir en Madrid el periódico Las Canarias, instrumento por medio del cual, atrajo la atención sobre la lejana provincia y desde el que defendió los intereses del archipiélago.




Luis Francisco Benítez de Lugo y su padre
            El segundo de los hijos, Alfonso, nació, como su hermano, en Santa Cruz de Tenerife, el 11 de junio de 1873, y falleció en La Orotava, soltero, el 16 de abril de 1915. Militar de profesión, participó en la guerra de Cuba.
Soltero también, murió, en Madrid el 10 de diciembre de 1910, Luis, tercero de los hijos de don Ricardo Ruiz y doña María Candelaria Benítez de Lugo. El más pequeño Juan, nacido en Santa Cruz de Tenerife el 26 de octubre de 1880, ingeniero técnico de Obras Públicas, casó con doña Elvira de Zárate y Méndez, y dejó amplia sucesión de su matrimonio, que perpetúa el apellido del ilustre militar en las islas, unido por Orden del Ministrio de Justicia de 14 de agosto de 1935, al de Benítez de Lugo [6].
Doña María Candelaria Benítez de Lugo murió el 7 de septiembre de 1916 en La Orotava. Don Ricardo Ruiz Aguilar falleció en La Laguna el 20 de febrero de 1922, dejando manuscritas unas disposiciones sobre su entierro que resumen a la perfección su carácter:
1ª Mi cadáver será envuelto en una sábana que le cubra desde el cuello hasta los pies, extendiendo sobre el rostro un pañuelo de seda. Prohibo que me vistan ni calcen como es uso y costumbre que yo respeto pero que me ha parecido siempre una repugnante profanación.
2ª Ruego a mi esposa e hijos que no repartan esquelas ni publiquen anuncio en los periódicos con la obligada súplica de asistencia y coche; deseo llevar al cementerio la menor comitiva posible y desde luego ninguna corona.
3ª En la lista que es costumbre poner a la puerta para que firmen los amigos se escribirá el siguiente encabezamiento "Por disposición testamentaria no se han circulado invitaciones" "El duelo se despide en la puerta de esta casa".
4ª Prohibo que se moleste a mi esposa con preguntas ni consultas, y mucho menos que lleguen hasta ella los agentes de ninguna funeraria u otros industriales que pretendan verla; mis hijos, o el primer amigo que tropiece  con ellos, les despedirá cortésmente.
5ª Mi entierro, cuya modestia no quiero exagerar por atención a mi esposa, deseo se limite a una carroza de cuatro caballos sin pajes de peluca empolvada; y una caja sencilla sin cristal que sirva de mirilla para satisfacer curiosidades estúpidas.
6ª Mi sepultura la dejo al cuidado de mi esposa con la única prohibición de que no gaste en ella sino la cantidad que suelen invertir personas de mediana fortuna y, ya sea en tierra ya en nicho, sólo se tallará o inscribirá en la lápida que la cierra, la siguiente inscripción precedida de una cruz: "Ricardo Ruiz Aguilar" " Tantos de tal mes y tal año".
7ª Ruego a mi esposa que no me haga ninguna clase de funerales, ni misas cantadas, ni responsos que no sean rezados, pudiendo encargar en compensación y a sacerdotes que sean verdaderamente pobres, las misas rezadas que tenga a bien, sin que éstas excedan de una docena que conceptúo bastantes para que Dios las escuche si en justicia lo merezco.
8ª Ruego asimismo a mi esposa que si desea imprimir recordatorios de esos que la moda ha introducido, encargue que no contengan indulgencias, ni versículos de la Biblia, que no entienden los que los eligen, bastando expresar en esos papelitos piadosos, mi nombre, la fecha del fallecimiento, la familia que da cuenta de éste y el lugar en que se celebren las misas. Respecto a estampitas, puede ponerse una cruz sencilla en una de sus caras y un sarcófago o ciprés en la otra, sin angelito que llore.
9ª Encargo a mis parientes que sólo se pongan luto por el tiempo preciso para cumplir con la sociedad, y en cuanto a mis amigos (sobre todo si tienen hijas) que no se priven ni las priven de ir a todas partes, pues mi familia tendrá en cuenta este deseo mío para no ofenderse por ello, y a mí en el otro mundo me tendrá sin cuidado.
10ª Encargo a mis hijos, y especialmente al mayor de ellos, que no tomen a su cargo el cumplimiento exacto de estas disposiciones si su madre manifestara deseo de alterarlas: son estas en su totalidad, ruegos y no mandatos que puedan disgustarla o afligirla.
Madrid, 9 de Noviembre de 1905.


La carrera militar
El 22 de julio de 1857 ingresó Ricardo Ruiz y Aguilar en calidad de cadete, por gracia especial, en el regimiento Infantería de Asturias núm. 31, de guarnición en Cartagena, donde comenzó a cursar sus estudios.
Pasados unos meses, el 29 de enero de 1858, embarcó con su regimiento con destino a Palma de Mallorca y permaneció en la isla el resto del año. Cursadas con aprovechamiento todas las materias que comprende el Reglamento, en los trimestres transcurridos, pasó al ejército de Filipinas con el empleo de alférez de Infantería. Tras un largo viaje que duró cerca de seis meses y que le trajo a Canarias por vez primera, llegó a Manila el 2 de agosto de 1859, y fue destinado al regimiento de la Princesa num. 7, de guarnición en la citada capital de las islas.
Permaneció en Filipinas por espacio de un año, gran parte de él, en los pueblos de Mariquina y Cavite, disfrutando la licencia que le fue concedida para reponerse de las heridas sufridas en un duelo a pistola a causa del cual estuvo a punto de perder la vida.
De vuelta a la península, llegó a Cádiz el 9 de agosto de 1861. Por regresar de ultramar antes de cumplir el período de tiempo obligatorio establecido fue destinado, de nuevo en clase de cadete, al regimiento de Toledo num. 35, pasando luego al de América num. 14, de guarnición en Granada.
            En Granada transcurrió el año 1862 y en noviembre, ya con el empleo de alférez de Infantería del regimiento de León núm. 38, fue enviado a Cataluña, de guarnición en el castillo de Figueras y en Barcelona.     Retornó a Baleares y, en 1865, se encontraba en Mahón, próximo a partir a Tarragona y Reus, desde donde salió en columna de operaciones en persecución de los sublevados a las órdenes del cabecilla Chaqueta, batiéndolos y dispersándolos.
De nuevo en Palma, Barcelona y Manresa durante el año 1866, cuando por Real Orden de 12 de febrero, fue destinado en situación de remplazo a las islas Canarias, presentándose en Santa Cruz de Tenerife, el 18 de octubre.


Grupo de deportados políticos. Sentado en primera línea, de civil, Ricardo Ruiz y Aguilar.
De pie, segundo por la izquierda, Ángel Gallifa y Larraz. La Orotava, 1867. Fotografía anónima. Col. Part,. Tenerife.

En noviembre, deportado en Tenerife, se le concedió la cruz de primera clase del Mérito Militar por los servicios prestados en Cataluña.
Entre los meses de septiembre de 1866 y  julio de 1867, fechas que abarcan su segunda estancia en las islas, emprendió la tarea de entretener a su padre describiéndole, en sucesivas cartas, los acontecimientos de su vida en el destierro.
En octubre de 1868 fue autorizado por la Junta Revolucionaria del Archipiélago a abandonarlo, trasladándose a la Península y fijando su residencia en Granada y fue, posteriormente, ascendido a capitán por Gracia General.

Ricardo Ruiz y Aguilar
           Antes de finalizar el año volvió a las islas destinado como secretario del Gobierno Militar de Santa Cruz de Tenerife, desempeñando su cargo hasta junio de 1874 en que se incorporó al batallón reserva de Segorbe núm. 79, saliendo de operaciones por el bajo Aragón y hallándose en la acción que tuvo lugar en Villafranca del Cid, lo que le significó, un año más tarde, ser ascendido a comandante como recompensa a los méritos contraídos.
Destinado de nuevo a Santa Cruz de Tenerife, le fue concedida la cruz de Carlos III y, en 1879, se le nombró ayudante de campo del capitán general de Canarias, don Valeriano Weyler y Nicolau, comisión que desempeñó hasta 1884, en que pasó al batallón reserva de La Orotava. En diciembre de 1881 fue designado caballero de la Orden Militar de San Hermenegildo por S. M. el Rey don Alfonso XII.
En 1886 fue nombrado ayudante de órdenes del director general  de Administración y Sanidad Militar, general Weyler,  y permaneció en Madrid hasta 1890 en que, de nuevo, y como ayudante de campo, fue destinado a Filipinas, reclamado por el mismo Weyler. Ejerció como jefe de la guardia civil veterana de Filipinas y retornó, enfermo, en 1891 a Canarias, donde desempeñó el empleo de comandante militar de La Orotava.
Se le concedió, por Real Orden de 26 de mayo de 1893, la placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo
Posteriormente fue ascendido a teniente coronel y, en 1896, elegido diputado a Cortes por Canarias. En 1899 pasó a la situación de reserva, con el grado de coronel de Infantería y se produjo su vuelta definitiva al archipiélago, estableciéndose en La Orotava [7].


La política
En las elecciones a Cortes de 1896, convocadas por Real Decreto de 28 de igual año y celebradas el 12 de abril, resultó elegido por la circunscripción de Santa Cruz de Tenerife, junto a Feliciano Pérez Zamora e Imeldo Serís, marqués de Villasegura. Don Feliciano obtuvo 15.262 votos, don Ricardo 13.837 y don Imeldo 12.913. Se presentó también a esta elección Juan García del Castillo, conde de Belascoaín, que obtuvo un voto. Permaneció en su cargo hasta el mes de marzo de 1898 [8].
 Había sido, tal y cómo confesó a Leoncio Rodríguez, un diputado del montón, encasillado por el gobierno. Lo habían elegido por no tener otro más a mano. Con su habitual modestia, Ruiz Aguilar apenas daba importancia a esta actuación suya como representante de la isla de Tenerife, lo cierto es que la correspondencia conservada, pendiente de un amplio estudio, indica una actividad importante encaminada a la defensa de los intereses que se le habían encomendado [9]. 
En 1905 fue nombrado gobernador civil de Baleares, donde permaneció al menos hasta 1907 [10].
En el perfil que Leoncio Rodríguez publicó de Ruiz Aguilar, se hace mención de este período de la vida política de nuestro autor y de las delicadas maniobras diplomáticas que tuvo que realizar entre los partidarios de Weyler y Maura. A este último tuvo ocasión de demostrar su caballerosidad en 1906, con ocasión de hallarse desterrado en Mallorca. Quizá por haber sufrido la misma situación, el 13 de agosto telegrafió al ministro de la Gobernación comunicándole: Ordeno retirada Guardia civil inmediación persona Sr. Maura de acuerdo con éste por considerar ridícula esta exagerada vigilancia. Dispongo servicio con agentes vestidos paisano que pagaré de mi bolsillo.
 En La Tarde, periódico de Palma, se publicó la siguiente nota de despedida: Don Ricardo Ruiz Aguilar. Hoy en el vapor "Isleño" salió con dirección a Valencia acompañado de su distinguida familia.
El Sr. Ruiz Aguilar que tantas simpatías ha sabido conquistarse en esta ciudad por su caballerosidad y afable trato obtuvo hoy una despedida cariñosísima.
Durante el tiempo que el Sr. Ruiz Aguilar permaneció al frente del gobierno de la provincia , con una constancia grande, y las dotes de su inteligencia y d su ilustración, supo vencer algunos espinosos asuntos que se le presentaron.
A su gestión, laboriosa y honrada se ha debido el que algunas veces desapareciesen conflictos que hubieran podido revestir consecuencias bien desagradables.
Recientemente, y a su iniciativa se debió la creación de la Junta permanente de salubridad y la importante campaña que actualmente se sigue contra la epidemia variolosa que sufre Palma.
Así, pues, D. Ricardo Ruiz Aguilar, puede estar satisfecho de su valiosa gestión, de la que tan reconocido le queda especialmente el pueblo palmesano.


Empresario

Ruiz Aguilar acometió empresas de diversa índole tanto en la Península, como en Canarias. Fue propietario y director de El Correo Militar en Madrid y gerente del puerto de Denia en Alicante.
         En las islas, su interés se centró en explotaciones mineras, en el afloramiento de aguas en Tenerife y Fuerteventura, en la pretensión  del cultivo de cereales y pastos en Las Cañadas, en el incipiente turismo y en la electrificación del alumbrado público [11]
Algunos de estos proyectos alcanzaron el fin deseado, otros, como las prospecciones de yacimientos minerales o la agricultura experimental, más cercanos a cierto tipo de utopías post-románticas, en boga en el siglo diecinueve, constituyeron estrepitosos fracasos.
         Ruiz Aguilar dejó multitud de notas, fragmentos de un proyecto de Memorias. En ellas hizo la pequeña historia del período en que fue propietario de El Correo Militar, en los siguientes términos:
         Este periódico, propiedad de un general que ya murió, se sostenía merced a enorme número de suscripciones de la Guardia Civil y de Carabineros que su influencia, como Subsecretario de Guerra, mantenía y la cuales cobraba sin molestia en las cajas de ambas Direcciones, mediante descuento voluntario que se hacía a las clases de tropa. Con esto que se acercaba a 2.000 pesetas mensuales, y con la obligada subvención que el Ministerio de la Guerra a semejanza de los otros, da siempre, salía a la calle este periódico vestido de conservador y lleno de artículos kilométricos que los pobres civiles y los desgraciados carabineros remitían para que nadie los leyera. Constituía pues una verdadera mina para su propietario, pues los gastos se deducían al sueldo que pagaba a su director, que lo era a la sazón don Javier Ugarte, a quien yo reemplacé. Pero como la tal mina podría agotarse y el que la explotaba no era tonto, optó por venderla después de muchos regateos y a sabiendas de que hacíamos el papel de primos.
         Héteme ya con un periódico y con dos mil duros en peligro.
         Tomé su dirección y todas sus responsabilidades, con un entusiasmo digno de mejor empleo y con una candidez impropia de mis años. Aumenté su tamaño mejorando el tipo de letra, acortando las enormes dsiquisiciones de los artículos y dándole un tono más liberal que yo creí más simpático a los oficiales, obteniendo en efecto un aumento de suscripciones que no debo atribuir a esto sólo, pues el general se prestó a escribir cartas a los jefes de cuerpo que también surtieron efecto.
         Pero, naturalmente, lo que en cultura e independencia de los lectores ganábamos, lo perdíamos en las forzadas suscripciones de tropa y, poco a poco, sin que pudiera evitarlo, nos quedábamos sin el saneado ingreso de la Guardia Civil y de los Carabineros. En vano acudí a los directores de ambos cuerpos, amigos míos a la sazón, de quienes poco, muy poco, pude conseguir. El general Weyler no andaba bien con ellos ni quiso interesarles, cosa que le acontece cuando más se necesita su intervención.
         Emprendí la campaña en condiciones de total desamparo en cuanto a ayuda moral y material, pues sólo algún tiempo después y obligado por la necesidad, acepté un pequeño auxilio del Ministerio de la Guerra, mucho más modesto que el que ha venido asignándose con posteridad a las publicaciones militares, y en cuanto a ayuda moral ¿quién había de prestarla si el general estaba indispuesto con todo el mundo?
         Es un hecho que vengo desde entonces observando, que durante los períodos que permanece sin destino, sólo habla de agravios y de venganzas que olvida en cuanto le colocan. Esto, y cierta leyenda de la primera guerra de Cuba que no consiguió destruir su paternal mando de sus años en Canarias, le dieron una reputación como muchas otras falsa, de hombre terrible y fiero; reputación que anda hoy por dos suelas arrastrada con frases sangrientas cual una que se atribuye al Sr. Romero Robledo en la que figura un león convertido en liebre.
Fue nombrado por aquel entonces Capitán General de Cataluña, mando que ambicionaba y al cual le enviaron en clase de cataclismo a raíz de los atentados anarquistas. Su fama, su suerte, o la calma que siempre sigue a ciertas convulsiones sociales, le elevaron a unas alturas desde las cuales
Pudo contemplar el gobierno general de hecho alcanzado después.
         Y no es esto quitar el mérito a su mando en Cataluña sino sentar un hecho confirmado por él mismo cuando decía que al llegar a Barcelona se marcharon, sin que nadie los obligara a ello, todos los anarquistas.
         Nada ganó el periódico con esta elevación de su co-propietario, salvo un par de docenas de suscriptores, y en cuanto a mí, no recobré mis antiguas relaciones de amistad con los generales Palanca e Hidalgo, ni con otros muchos que desde entonces me miran con recelo; como tampoco he vuelto a pisar la casa del general López Domínguez contra cuyas reformas cuando fue ministro hice una campaña rudísima a la cual me empujó don Valeriano, teniendo que prescindir para ello de lazos de cariño y de gratitud que hace algunos años pesa sobre mí conciencia haber olvidado. Sobre todo cuando vi y sigo viendo a ambos generales en la mejor armonía, siendo Weyler comensal obligado en la casa de López Domínguez
         Castigo merecido es la pérdida de esa amistad, más antigua y eficaz que la suya, lo que no creo merecer es el abandono en que me ha dejado con respecto a ese general después de reconciliarse con él. Verdad es que así ha procedido con respecto a otros hasta el punto de dejarme sin más amistad ni protección que la suya, cuya eficacia se irá viendo cuando me ocupe de sus últimos actos realizados.
         Comenzó el periódico a no cubrir gastos y comencé yo a suplir el déficit con el aditamento de los disgustos que me producía, entre los cuales recuerdo un duelo que por fortuna interrumpió la guardia civil en el terreno donde iba a verificarse.
         Cuatro años duró este Calvario en cuyas zarzas dejé amistades valiosas sin ganar ninguna nueva, salvo la del general Azcárraga, que procede de aquella época y a quien debo lo que más adelante expondré sin que haya recibido de mí, como Weyler, otra cosa que sentimientos inmensa gratitud.
         Al cabo de un tiempo y aprovechando la ida a Cuba de don Valeriano vendí el periódico poco menos que regalado, después de reintegrarnos todos del capital aportado y yo de mis antiguas y yo de mis anticipos, esas mensualidades mezquinas y de mala gana enviadas desde la gran Antilla.


Logotipo de la Empresa eléctrica del Puerto de la Cruz. Tenerife

Escritor


Ricardo Ruiz y Aguilar
         La obra literaria de Ricardo Ruiz Aguilar se halla dispersa, impresa en su mayoría en periódicos y revistas. Escritor metódico y apasionado, sus descendientes poseen parte de su archivo particular, en el que se conservan fragmentos de otros muchos proyectos, que atesora artículos periodísticos, ensayos,  poesías satíricas y narraciones de viajes, relacionadas, principalmente, con su estancia en las islas Filipinas. Lamentablemente, sólo ha llegado hasta nosotros una pequeña parte de un libro que habría de titularse Medio siglo en Tenerife, del que hemos entresacado algunos textos que ilustran esta semblanza.   
Gran parte de los artículos publicados se encuentran en periódicos como La Época, de Madrid, en el que aparecieron sabrosas crónicas filipinas por los años de 1888 y 1889. También en La Justicia, donde mantuvo largas polémicas con el redactor militar de El Resumen.
 Las Canarias , fundado y dirigido por Ricardo Ruiz Benítez de Lugo, hijo de nuestro autor, surgió como publicación semanal, editado en Madrid. Su primer número es de fecha 13 de junio de 1901 [12].
Las colaboraciones de Ruiz y Benítez de Lugo están relacionadas con la política local [13], la construcción el puerto de Santa Cruz de Tenerife [14], y el freno a la preeminencia de León y Castillo en la figura contrapuesta de Weyler. También queda patente su preocupación, compartida con el director del periódico, por la situación desastrosa que padecían, en todos los aspectos, las islas de Lanzarote y Fuerteventura.
Finalmente, y a partir de su definitivo traslado a Tenerife, se convirtió en asiduo colaborador de La Prensa en Santa Cruz de Tenerife, donde fue considerado como un viejo y querido maestro, decano de cuantos periodistas integraban su plantilla.

Las ilustraciones fotográficas

Hemos ilustrado el texto con algunas fotografías de paisajes de la isla y otras que reproducen la fisonomía de muchos  de los personajes que dan vida a la narración de Ruiz Aguilar.
Con respecto a las primeras hemos elegido dos artistas y un coleccionista, los tres, cercanos en el tiempo a la narración y, todos, personas que fueron conocidas o tratadas por nuestro autor.
Sobre el fotógrafo y altruista de nacionalidad británica George Graham-Toler, escribió Ruiz Aguilar: Todos en esta Villa conocemos al generoso extranjero cuyo nombre encabeza estas líneas y todos en los campos inmediatos hasta las faldas del Teide lo bendicen.
Ni mármoles, ni bronces, ni títulos de adopción, ni sencillos letreros que prodigarse suelen, perpetuarán su memoria; pero el bien derramado, el beneficio sin ostentación hecho, conservará en la memoria de los sencillos campesinos, pasando con el tiempo a la categoría de tradición que no muere, y recordándose durante las veladas como no se recordarán otros de relumbrón que en los pueblos se explotan y la adulación enaltece [15].
Marcos Baeza, en su dilatada carrera profesional, retrató varias veces a los miembros de la familia de Ricardo Ruiz Aguilar y sus vistas, circulaban profusamente entre los invalids, alojados temporalmente en el Puerto de la Cruz y en la Villa de La Orotava [16].
El coleccionista de fotografías lo fue don Plácido de la Cierva y Nuevo, conde de Ballovar, teniente coronel del ejército, destinado a Santa Cruz de Tenerife en 1893, como jefe de Estado Mayor. Parte de sus fondos documentales han retornado a la isla, y forman parte ahora de una colección con sede en Tenerife.



Notas
(1)Alfredo Herrera Piqué: Las Islas, escala científica en el Atlántico. Viajeros y naturalistas en el siglo XVIII. Editorial Rueda con la colaboración del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria y la Caja Insular de Ahorros de Canarias. Madrid, 1987.
(2)José Luis García Pérez: Viajeros ingleses en las Islas Canarias durante el siglo XIX. Caja General de Ahorros de Canarias, Santa Cruz de Tenerife, 1988.
(3)Nicolás González Lemus: Viajeros victorianos en Canarias. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998.
(4)Colección A través del tiempo, al cuidado de José A. Delgado Luis, y  Colección Viajes, del Calbildo Insular de Gran Canarika, al cuidado de Jesús Bombín Quintana y con la colaboración de Jonathan Allen.
Y otra de reciente aparición,  con similar título a la anterior, Viajes, publicada por Edén Ediciones, en el Puerto de la Cruz. Tenerife.
 (5)Santiago de Luxán Meléndez: La industria tipográfica en Canarias. 1750-1900. Balance de la producción impresa. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria. 1994, pp. 135-146.
(6)Carmelo Vega de la Rosa: La Laguna. Paisajes de identidad. Ayuntamiento de La Laguna. 1996,
 p. 212.
 (7)Copia de las partidas sacramentales que justifican estas ascendencias, se encuentran en el Archivo Ruiz-Benítez de Lugo. Carpetas sin clasificar. La Laguna de Tenerife.
( 8)Para un mejor conocimiento de la actuación promotora de don Ricardo Ruiz y Aguilar en la electrificación del alumbrado público de La Orotava, véase Tomás Méndez Pérez: "Centenario del alumbrado eléctrico de la Villa de la Orotava". El Día, 25 de diciembre de 1994, pág. IX/51.
(9)Gregorio J. Cabrera Déniz y Carmen J. Hernández Hernández: "Las Canarias o veinticinco años de historia apasionada de Lanzarote y Fuerteventura (1901-1925). III Jornadas de Estudios sobre Fuerteventura y Lanzarote. Tomo I. Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura. Excmo. Cabildo Insular de Lanzarote. Puerto del Rosario 1989.
(10)Nicolás Reyes González y Carmen Sánchez Jiménez: La situación portuaria de 1902 como reflejo del pleito insular. Tebeto I. Anuario del Archivo Histórico Insular de Fuerteventura. Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura. 1988.
(11)Ricardo Ruiz Aguilar:" Política colonial y autonomía" Edición de Nicolás Reyes González. Revista del Oeste de África. 3-7, Agosto-Diciembre de 1985. pp. 214-231.
( 12) Carmelo Vega de la Rosa. George Graham-Toler. Catálogo de la Exposición Marcos Baeza-G. Graham-Toler-Carlos Schwartz. Círculo de Bellas Artes de Tenerife.
(13) Marquesa viuda del Sauzal. George Graham-Toler. Catálogo de la Exposición Marcos Baeza-G. Graham-Toler-Carlos Schwartz. Círculo de Bellas Artes de Tenerife.
(14) Carmelo Vega de la Rosa. Marco Baeza. Biblioteca de Artistas Canarios. Vicecosejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Santa Cruz de Tenerife. 1992.

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