Capítulo 2.
Viene de Media vida en Tenerife
El muelle de Santa Cruz. Primeras impresiones
por
Carlos Benítez Izquierdo
Carlos Benítez Izquierdo
17 de marzo de 1913
—¿Estamos?, preguntó el patrón de la embarcación.
—¿Estamos?, preguntó el patrón de la embarcación.
—¡Estamos! Respondió el
timonel.
—¡Pues avante al muelle!
Anónimo: Mariano de Estanga y Arias-Girón. Ca. 1915. Col. part. Tenerife |
Tras un
breve trayecto por la rada, las pequeñas falúas que transportaban a los
pasajeros y sus equipajes, llegaron al lugar de desembarco.
A causa de
las obras en el dique sur, debidas a su insuficiente capacidad de atraque para
el cada vez más abundante tráfico de buques, la Junta de Obras del Puerto ha
dispuesto diversas zonas de fondeo —en las aguas de la bahía al abrigo del
espigón—, propias para cada tipo de embarcación.
Por todo
ello, el barco en el que viajábamos no ha atracado en el muelle —como sería lo
natural—, sino que se ha visto obligado a anclar en el lugar destinado a los
vapores trasatlánticos, ubicado hacia el centro de las aguas del puerto.
Delante de esta área, frente a las playas y astilleros del litoral, fondean las
numerosas gabarras carboneras que proporcionan el necesario combustible para
los barcos. Junto a nuestra demarcación, se encuentra la de los vapores y
veleros de cabotaje insular. Más allá, hacia el fondo de la bahía, las
destinadas a pesqueros, buques de guerra, remolcadores, falúas y botes, etc.
El
embarcadero de Santa Cruz se conoce popularmente como Los Platillos. Consiste en una serie de escalinatas dispuestas por
parejas y de forma opuesta entre sí. Tal vez dicho nombre sea debido a esta
colocación de manera contraria, que recuerda a los platillos de las balanzas al
ser visto desde el agua. Este lugar ha sido testigo mudo de la llegada de toda
clase de personajes más o menos ilustres: desde simples viajeros, hasta
políticos, artistas, científicos y un largo etcétera. Entre los bañistas de la
cercana playa de Ruiz, o Principal, llegar a nado hasta este punto es una
clásica prueba de destreza natatoria.
Joaquín Martí:
Enrique Wolfson y su hijo Andrés.
Ca. 1900. Col. part. Tenerife
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Con motivo
de la llegada de Su Majestad el Rey don Alfonso xiii
en el año 1906, el Ayuntamiento colocó en Los
Platillos un pabellón, diseñado ex profeso para dicha visita por el arquitecto don Mariano de
Estanga, hecho en madera y tejido de lona. Parece que después fue adquirido por
don Enrique Wolfson, que lo ha colocado en los jardines del hotel Quisisana,
situado en esta capital.
Me contaba
don Servando Hernández-Bueno, que en la época de aquella visita real, era aún
un mozalbete adscrito a la banda de música de su Güímar natal, de la que era
director don Miguel Castillo Alfonso. Con el objeto de participar en los actos
organizados, se desplazaron a la capital a fin de cumplimentar a Su Majestad.
La banda güimarera se colocó en la calle de Candelaria esquina a la de Imeldo
Serís, a esperar el paso de la comitiva regia, que se desplazaba a la iglesia
de La Concepción para asistir al consabido Te
Deum. Ejecutaron la Marcha de
Infantes al pasar éstos. A continuación, divisaron el landó, en el cual
viajaba el monarca, e interpretaron la Marcha
Real.
Al día
siguiente les fue designado como escenario la plaza de Weyler, frente al
palacio de Capitanía General, con el fin de saludar a don Alfonso xiii que partía rumbo a La Orotava.
El incómodo
alojamiento facilitado a la banda municipal de Güímar, consistió en unas
modestas colchonetas militares, colocadas en el salón de plenos del nuevo
edificio consistorial, que por entonces se hallaba inconcluso, y que
compartieron con los miembros de otras agrupaciones musicales [1].
Apenas
terminó de referirme esta anécdota, reparé en un curioso individuo que cantaba
la siguiente copla, llevando las manos en los bolsillos mientras paseaba arriba
y abajo:
¡Ya Caracas tiene
lo que no tenía,
la pila de mármol
y la monarquía!
Es Blasillo —comentó mi acompañante—, que
se encarga de sacar de la mar a los que se ahogan. Siempre canta lo mismo cada
vez que está entonado. Una tarde, al
reconocer a un antiguo compañero de presidio que desembarcaba de un bote, se
dirigió a él en tono zumbón:
—¿A qué vienes a esta
tierra? Aquí está todo entre vidrieras… [2].
Anónimo: Desembarco de Su Majestad el Rey Alfonso xiii. 1906. Col. part. Tenerife
Anónimo: Pabellón Real en el Hotel Quisisana. Ca. 1915. Col. part. Tenerife
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Retomando
nuestra crónica, después de esta pequeña divagación, actualmente se llevan a
cabo unas obras de reforma en el embarcadero, debidas al mal estado en el que
se encontraba y al aumento del comercio y el tráfico marítimos.
A
consecuencia de esta remodelación, ha desaparecido una de las dos grúas allí
ubicadas, que servían para la carga y descarga de equipajes y mercancías. La
primera de ellas fue instalada en 1821. Cuarenta años más tarde se trajo una
segunda de procedencia inglesa. Con el dinero resultante del alquiler de ambas
se construyó, en 1868, el primer tinglado para depósito de mercancías [3].
Sin duda, la
mayor novedad que se ha aportado en esta reforma, sea la construcción de una
marquesina de hierro fundido entre las dos parejas de escalinatas a través de
las cuales aportamos los viajeros. Se trata de una suerte de pabellón con
tejado a cuatro aguas sustentado sobre ocho columnas, todo ello realizado en el
mismo material por la casa Juan Miró y Compañía, de Sevilla. Su
construcción está ya muy avanzada y pretende inaugurarse el próximo mes de
abril [4].
Joaquín González Espinosa: Marquesina y Farola. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
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Anónimo: Cipriano de Arribas y Sánchez.
Ca.
1890. Col. part. Tenerife
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Al poner los
pies por primera vez en Santa Cruz, no pude sino dar por ciertas las palabras
de don Cipriano de Arribas sobre esta zona, al afirmar que la animación que reina en su muelle nos recuerda la de los grandes
puertos europeos. Continuamente embarcan y desembarcan pasajeros los botes que
a este exclusivo tráfico se dedican [5].
En efecto, por allí pululaba una multitud de personas de toda edad y condición:
viajeros, pescadores, cambulloneros,
estibadores, marineros, militares, albañiles y toda clase de gentes
relacionadas en mayor o menor medida con la mar. Además, sobre el mismo, se
encuentran grandes cantidades de mercaderías de todo género, prestas para su
embarque o desembarque en los navíos de todas las naciones que tocan este
pedazo de nuestra patria. El cuadro se completa con animales para la carga y
transporte, bien sueltos o uncidos a sus correspondientes carros.
Inmediatamente,
se acercan a nuestro grupo de viajeros unos individuos, que tras haberse
identificado como celadores de Puertos Francos, empezaron a exigirnos la
apertura de nuestros baúles. Dio comienzo un espectáculo bochornoso —no sin
suscitar protestas por nuestra parte— que no dejaba de tener su tinte
pintoresco, al abrir y registrar los equipajes al aire libre y en presencia de
una crecida multitud de curiosos. Fue en esta ocasión, cuando hice valer por
vez primera mi condición de secretario del Gobierno Civil —sin haber tomado aún
posesión del cargo—, al negarme a que el señor Hernández-Bueno y yo
recibiésemos un trato tan vejatorio. Enseñar mis credenciales fue un bálsamo de
efectos inmediatos, que nos permitió continuar sin mayores contratiempos.
Como ya
relatamos en el capítulo anterior, el espigón se encuentra en obras para
obtener más metros de atraque. El ingeniero don Prudencio de Guadalfajara —jefe
de Obras Públicas—, dirige los trabajos portuarios: ha reformado lo realizado
por su colega don José de Paz y Peraza, quien a su vez había sustituido a don
Eugenio Suárez Galván, cuyo proyecto está fechado en 1892.
Lo ideado
por Guadalfajara data del año 1905 y constituye el cuarto proyecto de
ampliación y modificación del puerto: consiste principalmente en prolongar
el dique Sur quinientos cuarenta y cinco
metros más allá del punto final previsto por Suárez Galván, y en la
remodelación de un dique rompeolas conocido por el muelle Norte [6].
En la punta
del dique Sur, se encuentra la grúa Titán;
todo un logro de la ingeniería moderna. Con su aspecto macizo y robusto, se
asemeja a una de aquellas bestias antediluvianas cuyos fósiles contemplamos en
los museos de Historia Natural. Esta máquina es la segunda de su nombre, y fue
importada por la Sociedad Metropolitana de Construcción, contrata encargada de
las obras de ampliación de dicho espigón. Llegó a esta ciudad la mañana del
cuatro de marzo de 1897 en el vapor Baeden
Tower, procedente de Glasgow [7].
Fabricada por empresa Jessips &
Appleby Brothers, radicada en
Leicester. Tiene un peso —incluyendo los contrapesos— de ciento noventa y cinco
toneladas. Posee una altura total cercana a los nueve metros y medio, y un
ancho de otros cinco y medio. Su pluma tiene una longitud algo mayor de los
doce metros y medio, pudiendo levantar bloques de hasta treinta y cinco
toneladas de peso [8].
Fue montada por los señores Campbell y Osborn, comisionados por la empresa
constructora para esta labor. La grúa entró en servicio el diez de junio de
dicho año [9].
Dejando a un lado la impresión que produce por su envergadura, es indudable su
utilidad debido al enorme avance que supone su presencia en las obras.
Maximiliano Lohr Rolle [Fotografía
Alemana]:
Reproducción fotográfica de un
retrato de
Pedro Maffiotte Arocha. Ca. 1890.
Biblioteca Municipal de Santa
Cruz de Tenerife
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El material
de construcción que se emplea en estos trabajos a los que nos referimos
consiste en prismas artificiales, que se fabrican a pie de obra y se colocan
con la ayuda de la grúa. En 1846, se tuvo conocimiento de esta técnica
—entonces novedosa— gracias a la feliz casualidad de arribar a esta isla una expedición
científica francesa, que proporcionó la noticia de su empleo en el puerto de
Argel. La Junta de Comercio de Santa Cruz, a cargo entonces del cuidado del
muelle, envió a su costa a don Pedro Maffiote Arocha a aquella ciudad
norteafricana y a otros puertos de Francia, que utilizaban este mismo
procedimiento, para que lo estudiase con el fin de saber si podía ser útil en
Tenerife. A su regreso, Maffiote puso en práctica este nuevo sistema: el primer
prisma artificial fabricado por él, fue arrojado al mar el diez de febrero de
1847 ante un numerosísimo público [10].
Junto al
embarcadero, y diseminadas por varios puntos del puerto, se encuentran una
serie de casetas de madera con cubiertas a cuatro aguas. Algunas de ellas son
propiedad de las diferentes casas navieras, en su mayoría británicas; como
Hamilton, Elder Dempster o Miller y Wolfson, esta última también facilita el
cambio de divisas; o bien del país, como la de la Compañía de Vapores Correos
Interinsulares Canarios. Son dueñas de otras, empresas de embarcaciones para el
servicio interior del puerto; como Barrera, Carballo y Compañía o Camacho’s Union —en una de sus
embarcaciones hemos venido a tierra—. Algunas pertenecen a sociedades
carboneras; como la Teneriffe Coaling Co.
o Cory Brothers, también
consignataria de buques. Las hay de agentes de aduanas como Abelardo del
Sacramento Molowny y hasta de efectos navales y provisiones que es el caso de
la de Alfred Williams. En varias, tienen su despacho los exportadores de frutos
Andrés Saavedra, Sebastián Cifra y Castro o Ulises Guimerá Castellano. Existen
otras que albergan los estancos de tabaquerías, como La Ferrolana o La Corona
Española [11].
Finalmente, encontramos la de los aduaneros y las de los recaudadores de
Consumos. Estos últimos son empleados municipales que cobran un arbitrio o
impuesto que grava las diferentes mercancías que entran por este puerto:
aceite, jabón, café, bebidas alcohólicas, carnes, tabaco y un larguísimo
etcétera.
Joaquín González Espinosa: Espigón del muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Joaquín González Espinosa: Bahía interior. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
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Aunque al
lector le pudiera parecer abusivo tanto gravamen en los productos que llegan a
la isla, dicho concepto no es del todo exacto. Canarias se encuentra bajo el
amparo de la ley de Puertos Francos, aprobada en 1822, cuyo reglamento de
administración autonómica entró en vigor en 1856, bajo el ministerio de Bravo Murillo.
La norma fue concebida como un instrumento de desarrollo para el archipiélago y
ha dado parcialmente sus frutos: no ha enriquecido a las islas porque sólo
atiende a los intereses del puerto, pero es por este lugar por donde únicamente
entra la riqueza en esta región. La filosofía de los Puertos Francos, se puede
resumir en tres apartados básicos: exención fiscal para las mercancías
importadas del extranjero; arancel de excepciones a esta regla, con la
implantación de arbitrios de puerto franco, nunca superiores a los que se
pagarían en la Península y, finalmente, la supresión en las islas del régimen
español de monopolios.
Con todo
esto se han conseguido unos objetivos importantes: por una parte, el asegurar
el abastecimiento de una zona aislada que consume más de lo que produce; y por
otra, abaratar el coste de la vida incluso para los menos pudientes. No
obstante todo ello, debemos observar algunos efectos negativos de esta ley: en
primer lugar, al surtir efectos por medio de la actividad portuaria, la riqueza
se concentra en torno a las zonas más próximas al muelle y decrece a medida que
nos alejamos de él. En segundo, al suprimir el monopolio madrileño se ha creado
de hecho —que no de derecho— uno de tipo regional. Así, Canarias ha llegado a
ser —en palabras de don Carlos Pizarroso— un
régimen aduanero disfrazado, en el que los arbitrios insulares se han
multiplicado de forma notable [12].
El muelle es
además, desde tiempos remotos, escenario de difusión de las noticias de
actualidad. Ostenta, desde el punto de vista político y social, el papel de
Plaza Mayor o mentidero. El dique Sur, posee en lo alto una especie de avenida
o malecón, muy frecuentado por los santacruceros de todas las edades; bien como
lugar de paseo y esparcimiento, o para otras prácticas como la pesca. Es a la
caída de la tarde, cuando este lugar se nos presenta más concurrido. Con motivo
de la llegada de algún personaje ilustre, de un embarque o partida de tropas,
del arribo de un navío de importancia o, simplemente, cualquier acto que rompa
la rutina habitual; este espacio se convierte en privilegiado lugar de
observación y es por ello que se encuentra abarrotado de público en semejantes
ocasiones.
Joaquín González Espinosa: Entrada al Muelle. Ca. 1920. Col.
part. Tenerife
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Junto a este
paseo, justo donde el dique forma un ángulo o quiebro muy próximo a Los Platillos, se encuentra la llamada Farola del mar. Este tipo de señal
marítima se diferencia de los faros por su menor potencia lumínica y por
situarse generalmente en los espigones de entrada a puertos, escolleras
próximas a la costa, etc. La que ahora nos ocupa, tiene un cuerpo de madera de
sección hexagonal, al que sigue otro en forma de octógono, donde se sitúa la
linterna que alberga la óptica. Este segundo cuerpo se halla rodeado por un
pequeño balconcillo circular. La techumbre, consiste en una cubierta
semiesférica de cobre, rematada por un pararrayos con veleta. La farola en sí,
tiene una altura de seis metros y medio, pero su foco se eleva casi diez sobre
el nivel del mar, por estar colocada en lo alto del dique.
Construida
por Henry Leapaute, llegó a Tenerife en mayo de 1862, procedente de París. Se
encendió por primera vez la última noche del siguiente año. Fue la segunda
señal luminosa que entró en funcionamiento en Canarias. La primera lo hizo dos
años antes, y era la baliza del final del muelle Sur, de la que hablamos en la
entrega anterior.
Está
considerada dentro de las señales luminosas de sexto orden, su luz es blanca
fija y tiene un alcance de nueve millas náuticas [13].
En origen, el combustible era aceite vegetal. Más tarde se la dotó de una
lámpara de petróleo y de otras especiales con diversas mechas que emitían un
haz fijo. Finalmente, con la llegada de la electricidad a finales del pasado
siglo, pasó a ser ésta la actual fuente de alimentación del faro.
Joaquín González Espinosa: Muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
Joaquín González Espinosa: Muelle. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
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Como ya
apuntamos, gran parte de la superficie del muelle se encuentra literalmente
atestada de mercancía, lista para la carga o descarga en los barcos que se
hallan atracados aquí. El panorama es de perfecto agobio, e incluso caótico:
altas torres de fardos, sacos, cajas o huacales que en muchos casos no se
explica ni cómo se han podido edificar o de qué manera se van a deshacer. El
dique Sur tampoco dispone de grandes espacios por su estrechez. El que existe,
hay que dividirlo entre diversas zonas: de maniobra para carga y descarga, la de
paso de carruajes y la de depósito de mercancías más o menos permanentes, que
utilizan algunos cargadores y consignatarios que no disponen de almacenes
propios. Algo se ha ganado al trasladar las carboneras a las playas cercanas, y
al haber ampliado el primer tramo del muelle, pero la superficie sigue siendo
insuficiente. Los carros y camiones acostumbran a actuar según el buen criterio
de su conductor y todo en medio de gritos, acaloradas discusiones y una absurda
ineficacia [14].
Joaquín González Espinosa: El Puerto. Ca. 1920. Col. part. Tenerife
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Los obreros
o estibadores portuarios, se dividen en dos grandes grupos, que vienen
denominados por los artículos con los cuales trabajan: los de la carga negra, que acarrean carbón y los
de la blanca, que transportan el
resto de mercancías. El jornal de los primeros es más alto debido al duro
trabajo que desempeñan que, además de sucio, es nocivo para la salud. El turno
para trabajar en las faenas del carboneo es muy riguroso. Permanecen a la
espera de ir a bordo, con el hatillo de la ropa de trabajo preparada para
recibir el negro polvillo. Regresan en un estado lastimoso, y a falta de agua a
presión en sus casas —la mayoría son vecinos de los populares barrios de Los
Llanos y El Cabo—, se sumergen en la bahía para su aseo personal, quedando
bastante limpios [15].
Tal vez uno
de los estibadores más célebres de la carga
blanca sea Luis Siverio, apodado El
francés, a causa de haber navegado durante años en un carguero de dicha
nacionalidad y conocer el idioma galo. En su mocedad trabajó de cargador, de
forma honrada y seria en sus tratos, hasta que tuvo la desgracia de caer en el
alcoholismo.
Aquello fue
su perdición, porque empezó a aborrecer a los guardias municipales. Según este
individuo, las iniciales GM que aquellos portaban en el cuello del uniforme,
significan guardia malo. Los de Orden
Público —bajo la jefatura del gobernador civil— llevan las de OP, y Luis el francés explica que quieren decir otro peor.
De este
modo, cada vez que nuestro personaje se embriaga y ve a un agente de la
autoridad, la emprende con él a puñetazos. Bien es verdad que los policías
tampoco lo aprecian mucho: las numerosas veces que ingresa en la cárcel
municipal, los guardias le propinan abundantes golpes y cintarazos, que no
hacen sino aumentar el odio, por parte de este hombre, hacia ellos [16].
Otra
particularidad suya, consistía en que cuando llegaba al estado de ebriedad, se
dirigía hacia la imprenta de don Anselmo J. Benítez para adquirir el Almanaque de las Islas Canarias, que
allí se editaba. Imagínese el lector los centenares de calendarios que debió
acumular en su domicilio [17].
Al amparo
del negocio carbonero en el muelle, ha surgido el oficio del rastrilleo, autorizado por la
Comandancia de Marina. Consiste en zambullirse para recoger aquellos trozos de
carbón que caen al fondo del mar durante las operaciones de carga y descarga de
dicho producto. Las buenas gentes que esto practican, venden el fruto de su
recolección a la fábrica de gas, situada en el barrio de Los Llanos, ganando
así unas monedas para su humilde sustento.
Me contó don
Servando una anécdota referente a dos personajes populares que cierta vez
practicaron esta actividad: se trataba de dos hermanos —Juan y David—
pertenecientes a una familia apodada Los
Barracos. David, dotado de una fuerza hercúlea, ejerce de peón y recadero
por los alrededores del mercado.
Juan ha sido
soldado y como tal hizo el servicio militar en Cuba. En una refriega en plena
manigua recibió un trastazo en la cabeza, a resultas del cual perdió el juicio:
suele encontrársele por la misma zona que su hermano, siempre hablando solo y
escenificando supuestos combates con los mambís, dando voces de mando en medio
de la calle. Como ha perdido mucha vista, suele golpearse, profiriendo gritos y
maldiciones. Inventó un aparato llamado metroscopio
con el que pretende obtener un plano de la población.
Pues bien,
cierto día se hallaban estos dos sujetos en plena faena de búsqueda del
producto fortuitamente desperdiciado: Juan dentro del agua y David sobre el
muelle preparado para recoger lo que el otro sacara. Parece que el carbón era
abundante por la zona, pero muy menudo y disperso. Juan asomó la cabeza y le
dijo a su hermano:
—Davín… ¡si habiera una sereta…! [18].
Mientras
departíamos sobre estos asuntos, se acercaron dos jóvenes con un pequeño
carrito de madera, con el fin de ofrecerse a llevar nuestros baúles — por una
módica cantidad— hasta el lugar indicado. En mi caso, les indiqué el hotel
Victoria, lugar donde tenía pensado hospedarme. Don Servando por su parte,
declinó mi invitación para almorzar en mi compañía, alegando que aún le
restaban cerca de cinco horas de viaje hasta llegar a Güímar, para lo cual
tomaría un ómnibus o coche de hora, que le llevaría hasta esa villa.
Joaquín Martí:
Imeldo Serís-Granier y Blanco, marqués de Villasegura.
Ca. 1900. Col. part. Tenerife
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Continuamos
dando un paseo hasta la entrada del muelle, mientras proseguía explicándome con
extrema amabilidad y paciencia cuanto veíamos. En la muralla del muelle, junto
a grandes carteles redactados en diferentes idiomas que anunciaban lugares de
alojamiento y otros comercios de la ciudad, me hizo reparar en uno de los
bloques de piedra basáltica que presentaba una rotura, producto sin duda de una
bala de cañón. Según la tradición popular, se corresponde con la que hirió en
el brazo al vicealmirante Horacio Nelson, durante aquella jornada del 25 de
julio de 1797, en su intento de apoderarse de la plaza. Aunque todo esto no es
más que pura superchería, constituye el fundamento de leyendas muy arraigadas
que le dan sabor a la pequeña historia de esta población. Lo que sí parece muy
probable es que el citado balazo date de aquél histórico acontecimiento.
Avanzando
por la rampa que va a unirse al nivel superior y la entrada del muelle,
observamos ciertas construcciones de importancia, que pasamos a reseñar: en
primer lugar, varias casetas de madera de regular tamaño, que albergan negocios
a los que ya hemos hecho referencia.
Junto a las
mismas, el tinglado de la Sociedad de Tranvías de Tenerife, que en 1868 edificó
la Junta de Comercio para depósito de mercancías. Años después, en 1901, fue
arrendado por la de Obras del Puerto a dicha Sociedad, de capital belga; que ha
trazado una línea férrea que parte desde el propio muelle Sur, hasta llegar a
Tacoronte —bella localidad situada al norte de la isla—, pasando por la ciudad
de La Laguna. El tranvía fue inaugurado dicho año por don Imeldo Serís-Granier,
natural de esta ciudad y senador del Reino por la provincia de Canarias. Este
tinglado, tiene previsto utilizarse como cocheras para los vehículos, pero
hasta el momento su uso es el de almacén de materiales, de oficinas de la
Sociedad arrendataria y en ocasiones depósito de las mercancías que van a
transportarse en los vagones [19].
A su lado,
la pequeña vivienda del torrero, fabricada en 1873, para servir de alojamiento
al encargado de cuidar y mantener la
farola del mar.
1. Carmen Cólogan: Manuel de Cámara y Cruz.
Dibujo a tinta. 2008. Col. part. Tenerife
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Junto a
ella, la Comandancia de Marina y Capitanía del Puerto, al mando de don Bernardo
Navarro y Cañizares. Una construcción en ladrillo de estilo neo-árabe, de una
sola planta y torreón central, que auxilia a los prácticos en el avistamiento
de buques. Fue proyectada por el arquitecto don Manuel de Cámara, que
actualmente es presidente de la Junta de Obras del Puerto, y se edificó en
1887. Este inmueble es sede de las oficinas del capitán del puerto y de los
prácticos.
Frontera a
esta construcción, se halla la sede de la Dirección de Sanidad Marítima,
construida en 1865. Alberga las oficinas de dicho organismo, así como un
almacén para los enseres de las falúas que se emplean en las visitas a los
barcos [20],
tras la cual, habiendo comprobado que no existe impedimento sanitario a bordo,
se les concede el permiso de atraque.
El conjunto
de construcciones de este flanco del muelle, se cierra con la pescadería. Según
una placa de cantería colocada en su fachada se alzó en 1865, a expensas de los
pescaderos matriculados ese año. Es una obra de arquería hecha con gusto y
sencillez a base de piedra traída de Igueste de San Andrés. Su interior
presenta gran limpieza y cuenta con una fuente o chorro de agua dulce. Las
mesas donde se expone y despacha el género son de mármol blanco [21].La
fachada posterior da al mar y posee una galería abierta, por la cual introducen
el pescado desde las lanchas con la ayuda de un pequeño pescante [22].
Unido a este higiénico recinto se yergue el
castillo de San Cristóbal, que data del siglo xvi,
y que comentaremos en otra ocasión por ser éste el límite del muelle por la
parte sur.
En el lado
norte del puerto, que da a las aguas de la bahía, justo en frente de todos
estos edificios que hemos descrito, existen otros pescantes cuya función
consiste en izar y arriar al mar los botes que se encuentran en esta zona.
Joaquín González Espinosa: Entrada al muelle y almacenes de Ruiz.
Ca. 1920. Col. part. Tenerife
|
No muy
lejano a los mismos, junto a la entrada al muelle, se levantan los almacenes de
don José Ruiz de Arteaga, comerciante sevillano que se asentó en esta ciudad [23].
Tras su fallecimiento, continúan con el negocio sus señores hijos.
Es una
construcción de dos plantas, pero debido al fuerte desnivel que presenta el
lugar donde se halla ubicado, una de ellas se sitúa por debajo de la rasante
sobre la cual nos encontramos.
Anónimo: José Tarquis de
Soria. Ca. 1865. Col. part. Madrid |
Fueron
erigidos en 1868, bajo la dirección del delineante de Obras Públicas don José
Tarquis de Soria. Ha supuesto una novedad en la arquitectura por tener su
cimentación sobre columnas de hierro que se sumergen en el agua. Las paredes
son de ladrillo cocido y la techumbre tiene forma de azotea. En muy breve espacio
de tiempo, tiene previsto efectuarse una ampliación del edificio de cuarenta
metros hacia el mar [24].
En el piso superior, al cual se accede por el nivel de la calle, el señor Ruiz
estableció un almacén general de provisiones para buques y efectos navales. Este
comercio, tiene una hermosa galería o corredor abierto en la fachada que da al
mar. Me llamó la atención un buen número de personas —al parecer desocupadas—
que se encontraban acodadas a la barandilla o sentados en ese lugar: señalaban
hacia los botes varados en la cercana playa, al mismo tiempo que reían y
comentaban con voces alegres. Me explicó don Servando, que en las barcas
inservibles de la vecina playa de Ruiz, tenían su vivienda una serie de
personajes populares: La Pulida, los
esposos Chocolate, El Picudo, La Picuda y algunos otros. Todos
aquellos individuos del corredor, permanecían allí como meros espectadores de
los pleitos y discusiones de los habitantes de la playa: al estar las lanchas
unidas, cuando discutía el matrimonio ocupante de una de ellas, el de al lado
protestaba poniéndose de pie sobre su desvencijada embarcación. Como el público
no ve sino las cabezas y el agitar de los brazos, cobran aquellos una
apariencia cómica, semejante a la de las marionetas [25].
En la planta
baja de los almacenes, se ha instalado una casa de baños conocida como Los Baños de Ruiz o Las Delicias. Se trata de un salón amplio y bien ventilado, en el
que se hallan instalados veintisiete cuartitos: unos destinados a baños de tina
y otros a los de mar. En los primeros, se han dispuesto unas piletas de mármol
con llaves para agua fría y caliente, a fin de que el usuario pueda regular la
temperatura del agua a su voluntad [26].
Anónimo: Alameda y almacenes de Ruiz. Ca.
1890. Col. part. Tenerife
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Junto a los
almacenes de Ruiz, existe una pequeña edificación que alberga la celaduría de
Puertos Francos y unas dependencias del fielato de Consumos, pegadas a la
Alameda de Branciforte o del Duque de Santa Elena. En la primera de ambas, se
encuentra la oficina subalterna que se encarga de inspeccionar las mercancías
introducidas en la isla a través de este puerto.
La entrada
al puerto se conoce popularmente por El
Boquete. Desde mediados del siglo xviii,
se encontraba en este lugar una puerta, consistente
en unas cancelas de madera sustentadas sobre
cuatro pilares de ladrillo y cantería, rematados por esferas de piedra. Esta
construcción fue demolida en 1863, con el fin de facilitar el tránsito de
carruajes y bestias, quedando la zona totalmente allanada, como se encuentra al
presente.
En éste
lugar abandoné la compañía del señor Hernández-Bueno, él, camino del coche que
le ha de llevar a Güímar y yo, rumbo a mi nuevo alojamiento.
Al
comentarle acerca de mi recomendación
a don Juan Bethencourt, me indica que se encuentra en la actualidad delicado de
salud, rogándome además que le transmita saludos, pues tiene amistad con su
familia; especialmente de sus tíos Antonio y Nicolás, los cuales han ejercido
para don Juan de corresponsales en el envío de informaciones para sus trabajos
de antropología.
Nos
despedimos de manera muy cordial, no sin antes hacerle prometer una visita en
su próximo viaje a Santa Cruz.
[1] Hernández-Bueno, Servando: “Güímar. Remembranzas”. El
Día, Santa Cruz de Tenerife, recorte sin fecha.
[2] González, Blas [Marcos
Pérez]: Santa Cruz anecdótico. Santa Cruz de
Tenerife. Biblioteca canaria del tiempo viejo, Librería Hespérides, s/f.
[3] Ledesma
Alonso, José Manuel:
“Grúas del puerto de Santa Cruz de Tenerife”. El Día, Santa Cruz de Tenerife, 24 de diciembre de 2011.
[4] Hernández
Rodríguez, María
Candelaria: La arquitectura del hierro en
Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, Colegio Oficial de Aparejadores y
Arquitectos técnicos. 1989.
[5] Arribas Sánchez, Cipriano: A través de las islas Canarias. Santa Cruz de
Tenerife. Ed. A. Delgado Yumar, s/f. Primera edición.
[6] Cioranescu, Alejandro: Historia del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de
Tenerife, Gobierno de Canarias, 1993.
[7] La
Opinión. Santa
Cruz de Tenerife, 4 de marzo de 1897.
[8] Diario
de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 25 de mayo de
1897.
[9] Diario
de Tenerife.
Santa Cruz de Tenerife, 10 de junio de 1897.
[10] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[11] Branle, Georges: Guía comercial de Santa Cruz de Tenerife. Año 1913. Santa Cruz de
Tenerife, imprenta de A.J. Benítez.
[12] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[13] Unos 16,668 km.
[14] Cioranescu, Alejandro: Op. cit.
[15] Borges
Salas, Miguel: “Carbón
en bruto”. El Día. Santa Cruz de
Teerife, 18 de noviembre de 1981
[16] González, Blas [Marcos
Pérez]: Op. cit.
[17] Se imprimió entre los años 1869 y
1879, ambos inclusive.
[18] Marti, Antonio: Setenta años (de la vida de un hombre y de un pueblo).Santa Cruz de
Tenerife, Imprenta Católica, 1975. Volumen I.
[19] Cedrés
Jorge, Rafael: El antiguo tranvía de Tenerife (El tranvía
Villasegura). Cabildo Insular de Tenerife, 2013.
[20] Poggi y
Borsotto, Felipe
Miguel: Guía histórica-descriptiva de
Santa Cruz de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, imprenta Isleña, 1881.
[21] Poggi y
Borsotto, Felipe
Miguel: Op. cit.
[22] Testimonio oral de don Lorenzo
Benítez Filpes, 1996 (86, años).
[23] Expropiados por el Ayuntamiento ,
comienza su derribo el 7 de agosto de 1936.
[24] Hernández
Rodríguez, María
Candelaria: Op. cit.
[25] González, Blas [Marcos Pérez]: Op. cit.
[26] Poggi y Borsotto, Felipe Miguel: Op. cit.
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