viene de Media vida en Tenerife III
MEDIA VIDA EN TENERIFE
Capítulo IV.
La plaza de la Constitución, corazón de
la ciudad
[Segunda parte].
Por Carlos Benítez Izquierdo
Hotel
Victoria. Tarjeta postal. Ca. 1900
17 de marzo de 1913
Nada hay tan reconfortante para el cansado viajero,
como un buen baño caliente y algo de reposo tras un largo periplo: vuelve a
sentirse como nuevo.
La habitación donde me alojo, tiene dos hermosos
balcones hacia la calle de San Francisco. Aunque en principio pensaban
destinarme a una con vistas a la plaza, por expresa indicación mía fue trocada
por otra hacia esta vía, en aras de una mayor tranquilidad y un mejor descanso.
Es amplia, luminosa y bien ventilada. Su mobiliario se compone de una cama
amplia y cómoda, ropero con luna en la puerta, una mesa de escritorio y los
demás enseres característicos de esta clase de estancias. Posee además un
pequeño cuarto de aseo, que constituye toda una novedad propia de los
establecimientos más modernos.
Una vez colocados mis efectos personales en los
lugares correspondientes, puedo decir que tomé posesión de mi nuevo hogar. Tras haber reposado lo suficiente
en el mullido lecho, me dispuse a cambiar de ropa y almorzar en el comedor del
hotel.
Durante el trayecto, se acercó a darme la bienvenida
la propietaria del negocio, doña Rosario Medina Schwerer; acompañada de su
yerno y gerente, el señor Arvid Holmström, de nacionalidad sueca. Esta
emprendedora dama, viuda de don Luis Fumagallo Galli, regentaba la fonda Teide—heredada de su esposo— en la villa
de La Orotava, que traspasó unos años después de fallecer su cónyuge. Se mudó a
Santa Cruz en 1896 e inauguró el establecimiento donde me hospedo [1].
El comedor, se encuentra decorado con relativa
sencillez, no exenta de elegancia. Se trata de una habitación de buen tamaño,
situada en la planta del entresuelo. En la misma, se disponen numerosas mesas
con sillas de Viena. Las paredes, se adornan con un zócalo de estuco y espejos
ovales de marco dorado.
Ya en la mesa, se acercó el maitre. Una vez que tomó nota de mi comanda, me sirven los platos
que componen mi almuerzo, regados con un magnífico vino bordelés.
Hotel
Victoria. Tarjeta postal. Ca. 1900
Después del yantar, me traslado al cercano salón
fumador, a degustar uno de los cigarros que había adquirido en la mañana a uno
de los cambulloneros. Aquellos que
subieron a bordo del barco en el cual he llegado a esta población.
Al instalarme en una cómoda butaca y pedir un coñac,
procedo a paladear por primera vez el tabaco canario. A pesar de que nada puede
compararse a los puros habanos, me he llevado una agradable sorpresa con este corona que consumí: es un cigarro con
buen tiro, de fortaleza media y gusto algo amaderado con ciertas notas a cuero.
Según los anuncios de las tabaquerías que he visto
al pasar por la plaza, no voy a tener ninguna clase de dificultad para
conseguir mis marcas preferidas de tabaco cubano, como Hoyo de Monterrey o Partagás.
No obstante, obtengo una muy grata impresión del producto de la industria
local. Sin duda, mi afición va a tener un nuevo horizonte por descubrir.
Mientras me hallo sumido en estas reflexiones, al
tiempo que leo una revista de las varias expuestas en un velador cercano, entra
en la estancia uno de los botones del hotel preguntando por el señor Filpes. Al
hacer notar mi presencia, me entrega un sobre que no podía contener sino la
respuesta de don Juan Bethencourt a mi nota de esta mañana. Decía así:
Muy
Sr. mío:
Habiendo
recibido su atta. del día de hoy, me es grato anunciarle que tanto mi familia
como yo le recibiremos con mucho gusto esta tarde a partir de las seis,
rogándole además que nos haga el honor de acompañarnos en la cena.
Le
saluda atte.,
S. S.
S. Q. E. S. M.
Juan
Bethencourt
Anuncio de
la maison Alexandre.
Diario de Avisos,
1891
Tras redactar un breve billete en que confirmaba mi
asistencia, comencé a discurrir —mientras terminaba mi cigarro— qué clase de
obsequio sería el más apropiado para presentar durante la visita al hogar de
aquel caballero, que estaba destinado a ser mi padrino en la sociedad local; algo cerrada al forastero, según pude
leer en los relatos de algunos viajeros.
Me vino entonces a la memoria el consejo que una vez
me dio mi buen padre, que venía a decir que en un lugar donde no contase con amistades,
convenía procurarse la buena predisposición del personal del hotel, puesto que
suele tener conocimientos bastante exactos de las familias más notables de la
localidad. Como siempre, las indicaciones de mi progenitor fueron de gran
utilidad. Por ese motivo, expuse el asunto a doña Rosario, la dueña del
Victoria. Esta señora —con gran atención y gentileza—, no sólo me indicó de
forma somera quiénes componían la parentela del señor Bethencourt, sino que muy
amablemente me indicó algunos establecimientos cercanos donde podría adquirir
los artículos adecuados que pretendía llevar como presentes.
El que finalmente visité, la Maison Alexandre & Cía., se halla ubicado precisamente en lo
bajo del edificio en el que nos encontramos, como relatamos en el capítulo
anterior. Esta razón mercantil, fue fundada por Monsieur Louis Alexandre hacia 1891. Su primera sede, estuvo
ubicada en el número seis de la cercana calle de Alfonso XIII o del Castillo.
Se dedica al comercio de joyería, óptica y relojería, trabajando también
artículos para regalo, como bastones, álbumes fotográficos y postales, labores
textiles del país y hasta esculturas en bronce o terracota, entre otros objetos
diversos. La mercancía se importa preferentemente de Francia, donde en origen
contó con una sucursal en la capital de aquella nación.
Al año siguiente, se le encargó a este caballero la
compra de una Virgen en Suiza, destinada a rematar la torre del convento de San
Pedro de Alcántara. Lo curioso de la historia, merece que nos detengamos un instante
a relatarla.
Iglesia de
San Francisco y convento de San Pedro de Alcántara. Tarjeta postal. ca. 1920
El primer día de 1891, un fuerte temporal azotó a
esta capital, derribando la estatua marmórea de Nuestra Señora de la
Concepción, que coronaba el campanario. En su aparatosa caída, rompió gran
número de los azulejos que revestían la cúpula de dicha construcción [2].
Algunos de ellos se pueden admirar hoy en el Museo Municipal, tras haber sido
sustituidos en su totalidad por los actuales.
El beneficiado de dicha parroquia, don Antonio Verde
y León [3],
abrió una suscripción popular con el fin de adquirir una nueva Imagen. Cuando
se recaudó la suma apropiada, encargó la compra de la misma, que en este caso
fue una Milagrosa hecha en bronce. El inconveniente resultó ser su elevado
peso, que no sólo hacía muy difícil instalarla en lo alto de la torre; sino que
se pensaba que ésta corría peligro de hundirse, si se coronaba con aquella
figura. Esta es la que al presente se encuentra en el nicho situado sobre la
puerta del templo [4], viniendo a
sustituir la escultura de San Pedro de Alcántara que allí se ubicaba [5].
En otro orden de cosas, Monsieur Alexandre, fue comisionado para traer el reloj que se
colocó en el Instituto de Segunda Enseñanza de esta capital [6];
así como el que donó al Hospital Civil don Santiago de la Rosa en 1901,
colocado en un patio de dicho edificio. También don Luis obsequió al cuerpo de
correos con otro aparato similar, instalado en la sede de dicha institución.
Otra de sus actividades mercantiles fue la creación,
en 1902, de la primera empresa de autobuses —o guaguas, como aquí las llaman— que hubo en la isla. Se trataba de
un vehículo con carrocería abierta, conocido popularmente como jardinera. Hacía el trayecto entre La
Laguna, La Orotava y el Puerto de la Cruz [7]
y estuvo en servicio durante tres años.
A mediados de 1901, trasladó su negocio al local
actual. Este es muy amplio y bien iluminado, instalado de forma moderna. Sus
vistosos escaparates suelen servir de expositores para los premios que se
otorgan en concursos, exposiciones, competiciones deportivas, etc.
Hoy en día, este comercio lo regenta la hija de don
Luis, tras su fallecimiento en 1904, mientras veraneaba en Los Realejos. Ha
sido la propia doña Rosario Medina, tras haber insistido en ello, quien ha
tenido la gentileza de acompañarme a la Maison
Alexandre y presentarme a la propietaria; doña Marta, viuda de Blairsy y
casada en segundas nupcias con don Felipe Martínez Gil-Roldán.
Al exponerle las razones de mi visita, reflexionó un
instante y encargó a sus dos dependientas que me mostrasen artículos de la
mejor calidad. Estas señoritas, llamadas Clara y Amelia, poseedoras de una
notable belleza y simpatía, han sido protegidas por la señora Alexandre tras
haber perdido a su familia en un pavoroso incendio. Transcurrido un buen rato
examinando diversos objetos, me he decantado por la compra de un delicado
abanico cantonés —de los llamados de las
mil caras— con varillaje de nácar y estuche lacado, para la esposa de don
Juan. Como detalle simpático, he adquirido un barco en hojalata pintada para el
nietecito del señor Bethencourt, pues según me ha confirmado doña Marta, en él
se contempla la familia al tratarse del único niño que la compone.
W. Holl: Sir Thomas Troubridge.
Grabado al acero.
Ca. 1860. Colección particular
Después de empaquetar convenientemente los regalos,
dí un pequeño paseo por la plaza, con el fin de hacer tiempo hasta la hora de
la visita. Crucé a los edificios de en frente y me detuve en el que hace
esquina con la calle de la Cruz Verde —en cuya fachada exhibe un hermoso balcón
en madera, al estilo tradicional del país— y que alberga varios
establecimientos comerciales, como la tabaquería La Matildita, propiedad de la viuda de Zamorano; un bazar del que
son dueños los hermanos hindúes Pohoomull, o la sombrerería de Teodoro Bolaños.
En este último negocio, me procuré un nuevo sombrero de jipijapa. El que tengo,
lo adquirí poco antes de marcharme de La Habana y se encuentra algo ajado. Este
vetusto caserón, actualmente pertenece al consignatario
don Antonio J. Brage, y fue edificado a mediados del siglo XVIII por don Blas
del Campo [8].
Durante la célebre jornada del 25 de julio de 1797, albergaba los almacenes de
abastos del puerto. Por ello, fue asaltado por el capitán Troubridge y sus
hombres, a la espera de unos refuerzos que nunca llegaron. Esa noche, salió de
este mismo lugar un sargento inglés, en compañía de don Antonio Power y don
Luis de Fonspertuis, con el fin de parlamentar la capitulación con el general
Gutiérrez [9].
Tras solicitar el envío de mi nuevo sombrero al
hotel, visité el local contiguo que lleva el nombre de British café. Su propietario es el popular Pepe el malagueño, personaje de gran simpatía, dada por su gracejo
andaluz. Una vez que tomé asiento, mientras degustaba un buen café y leía la
prensa, fui testigo de una anécdota protagonizada por este señor, que se
hallaba cómodamente sentado en una butaca de mimbre.
Se acercó un asistente militar que le pidió:
—De parte del señor teniente, que
me dé usted dos pesetas de jamón serrano
Se volvió don
Pepe hacia el chico que estaba en la trastienda y le ordenó:
—Niño, dale a olé a este mozo er jamón
y cóbrale doh pezeta [10].
El edificio que
alberga el establecimiento en el que me encuentro, fue antaño la morada de don
Bartolomé Antonio Méndez Montañés, personaje del cual hablamos en el capítulo
anterior [11].
Además del British, es sede de otro
bazar hindú, propiedad del señor Chellaram. Todos estos negocios ofrecen
prácticamente los mismos artículos: mantones, marfiles, cerámicas y porcelanas
orientales, incienso, calados canarios y un largo etcétera. Si el cliente que
entra es conocido del propietario, éste le ofrece asiento y una taza de té. En
cualquier caso, el regateo es de obligado cumplimiento en las transacciones con
los indios, que siempre tienen en la boca la ya consabida frase: tú ofrece, yo dar barato [12].
Anónimo:
Calle del Castillo y plaza de la Constitución. Ca. 1910
Anónimo: Plaza de la Constitución. Ca. 1910
Termino mi café.
Ya es casi la hora de la visita. Faltan pocos minutos para las seis de la tarde
y la plaza se halla un tanto concurrida a pesar de ser lunes. Me llama la
atención que en el costado sur donde me encuentro, los transeúntes son gente
humilde, sobre todo soldados y chicas de
servir. En el lado opuesto, pasea gente más acomodada. Según averigüé
después, esto se debe a que en la zona norte se colocan las sillas de alquiler
en dos hileras, ascendiendo el precio de cada una a diez céntimos. En la parte
sur, bancos municipales gratis. Como
los haberes diarios de un soldado ascienden a quince céntimos, no puede
permitirse una silla si obsequia con una golosina a su Dulcinea [13].
El reloj del
Gobierno Civil hace un instante que ha dado seis campanadas. Es hora de encaminar mis pasos hacia la
casa de don Juan Bethencourt, cuya visita relataré en la siguiente crónica.
-->
Francisco
González Espinosa: Plaza de la
Constitución. Tarjeta postal. Ca. 1920
[1] Entre el año 1896 y los primeros
meses de 1899, el hotel estuvo instalado en la calle de La Marina núm 9 [N. del
a.]
[2] Dichas cerámicas se fabricaron en
los Países Bajos y Talavera de la Reina en el último cuarto del siglo XVIII.
Fueron donados por el comerciante irlandés don Pedro Forstall [N. del a.]
[3] Antonio Verde y León [Garachico
1850-1915]. Compañero de Seminario de sacerdotes de la talla de Santiago Beyro
y José Rodríguez Moure. En unión de ambos, organizó los actos de la Coronación
Canónica de la Virgen de Candelaria, siendo autor en 1889 de una novena a dicha
advocación. En noviembre de 1894 fue nombrado arcipreste de Garachico y
subcolector de capellanías. En 1900 publicó la Novena del glorioso San Roque [N. del a.]
[4] González, Blas [Marcos
Pérez]: Santa Cruz anecdótico. Santa Cruz de
Tenerife. Biblioteca canaria del tiempo viejo, Librería Hespérides, s/f.
[5] Hecha en mármol blanco,
simbolizaba la advocación bajo la cual se puso en convento franciscano. Según
Felipe Poggi, fue donada por don Diego Serrano [N. del a.]
[6] Ubicado en la plaza de Ireneo
González [N. del a.]
[7] Naval
Pérez, Jorge: Tenerife y el automóvil. Santa Cruz de
Tenerife, Ediciones Idea, 2004
[8] Don Blas del Campo y
Campos-Crousbeck [Santa Cruz de Tenerife 1734-1772]. Capitán de Milicias.
Alcalde real de Santa Cruz en 1760 [N. del a.]
[9] Rumeu de Armas, Antonio. Piraterías
y ataques navales a las islas Canarias. Madrid, Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, 1950
[10] Borges
Salas, Miguel:
“Carta al amigo Antonio Marti”. El Día.
Santa Cruz de Tenerife, 27 de julio de 1968
[11] Esta casa fue
derribada en 1932 para dar paso al
edificio del Círculo Mercantil, actual Cámara de Comercio [N. del a.]
[12] Testimonio oral de doña Narcisa
de León Mendívez [88 años], 2004
[13] Borges
Salas, Miguel: Op. cit.
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