Galería Canaria de Retratos
OLGA Y ALICIA NAVARRO
Mitos de belleza isleña
por
Carlos Gaviño de Franchy
LA COLECCIÓN DE FOTOGRAFÍAS
Hace algunos años, a raíz del fallecimiento en Madrid de una anciana profesora, un anticuario, al que había conocido tiempo atrás, me mostró una notable colección de fotografías, la mayor parte de las cuales eran retratos de dos bellísimas mujeres isleñas; Olga y Alicia Navarro.
Mi amigo -gran conocedor de su oficio, del que disfruta más por dar rienda suelta a sus curiosas excentricidades que como único medio de subsistencia-
adquirió diversos objetos de aquella almoneda y reservó para mí los que ahora poseo, cumpliendo con las condiciones de un acuerdo al que habíamos llegado
y que le obliga, graciosamente, a mostrarme antes que a nadie cualquier documento gráfico relacionado con Canarias que caiga en sus manos.
En este punto he de manifestar que mi amigo anticuario es, por mitad, paisano, y sabe muy bien qué tipo de vetustos artefactos podrían interesarme y cuáles se ciñen a mi corto presupuestó.
Primo de la pintora y grabadora Carmen Arozena -cuya vida y obra había yo estudiado y perseguido en el Madrid de los años ochenta- y descendiente de uno de los miembros de la saga de ingenieros y constructores navales establecidos en la isla de La Palma, mi buen amigo José Antonio Arévalo Arozena hace lo posible por devolver al archipiélago, y a su conocimiento, cuanto de interés cultural sale de él con riesgo de perderse para siempre.
En aquel momento nadie conocía, más allá de nuestras incómodas, liquidas fronteras, a Luis Ojeda Pérez, Adalberto Benítez, Trino Garriga, Sicilia Hermanos o Fotografía Alemana, y muchos menos recordaban quiénes habían sido Olga y Alicia Navarro. Salvo mi amigo Arozena.
La colección está formada por un centenar de fotografías de las que, como hemos señalado, son excelentes los retratos de Olga y Alicia, pero la componen también revistas, fotos de agencia, instantáneas de grupo y de familia, reclamos publicitarios e, incluso, felicitaciones navideñas. La mayor parte de ellas están relacionadas con la elección de Alicia como miss en las diferentes categorías en que obtuvo este reconocimiento, y podrían fecharse e torno al año 1935, completándose la serie con escenas de su vida familiar, ya casada y con hijos, en el viejo convento de San Diego del Monte en La Laguna y, posteriormente, en la ciudad de La Habana.
Abundan los retratos de Olga, la mayor de las dos, que a pesar de no haber concursado en ninguno de los certámenes en que lo hizo su hermana, en opinión de muchos era incluso más hermosa que aquélla, y fue su compañera inseparable de viaje y aventura en el corto período de tiempo que duró la celebridad.
Por primera vez se concede a la mujer isleña la más alta representación de la belleza femenina de España. Alicia Navarro no representa sólo la belleza de la mujer tinerfeña, sino también su natural distinción y elegancia, su bondad y su cultura. Las miradas de admiración de toda España confluyen hoy en esta magnífica expresión femenina de nuestra tierra y hacia ella se dirigen los más rendidos homenajes, podía leerse en el periódico La Tarde de Santa Cruz de Tenerife en 1935.
Pero ¿quiénes eran Olga y Alicia Navarro? Este texto pretende iluminar con cortas pinceladas –utilizando la acepción del término que se empleaba para la acción de colorear las fotografías- la vida azarosa de ambas, reflejada en parte en la citada colección, recogida, con el patrocinio del Cabildo de Tenerife, en una exposición de las que integran el proyecto bianual Fotonoviembre.
De ambas hermanas, Alicia reúne sin duda los méritos necesarios para ser incluida en ésta Galería de Retratos: creemos poder afirmar, sin temor a equivocarnos, que nunca el rostro de una canaria ha ocupado tantas cubiertas y portadas de revistas y periódicos nacionales y extranjeros.
¿BELLEZA ISLEÑA?
Por Giovanni Boccaccio supo Europa que entre los canarios había jóvenes imberbes y de hermoso semblante que apenas cubrían sus cuerpos con bragas tejidas de palma, que cantaban dulcemente y bailaban casi a la manera de los franceses. Eran alegres, ágiles y muy amables, más que muchos españoles [1].
Valentim Fernandes, al describir a las mujeres de la isla de La Palma en los albores del siglo XVI, consideraba que eran "muy hermosas, blancas, de cabellos rubios, y de mejor corazón que los hombres" [2], compartiendo opinión con fray Alonso de Espinosa que, si bien observaba que las gentes de la banda del sur de la de Tenerife tenían la piel de color algo tostada y morena, agora sea por traér este color de generación, agora sea por ser la tierra algo cálida y tostarlos el sol, por andar casi desnudos, como andaban, no deja de reseñar que los de la banda del norte eran blancos, y las mujeres hermosas y rubies y de lindos cabellos [3].
María Rosa Alonso, en su imprescindible estudio sobre la obra y la vida del bachiller Antonio de Viana, cita este elogio a la belleza femenina como una de las posibles influencias del texto del historiador en los retratos que el joven poeta hizo de tres irreales isleñas; Dácil, Rosalba y Guacimara [4].
Con estas y otras noticias sobre las excelencias estéticas de la raza canaria se origina y fortalece un mito que llegará a adquirir proporciones desmesuradas en la vehemente literature romántica escrita en el archipiélago, y que será contradicho, antes, durante y después del largo periodo histórico en que imperó este movimiento en las islas, con mayor o menor indulgencia, por otro testigo múltiple, quizás más imparcial: la literatura de viajes.
Con notables excepciones, cada explorador se creía en la obligación de clasificar y describir la raza canaria, para solaz de ávidos lectores de curiosidades exóticas, con la misma osadía de la que hacían gala al trasladar a la letra, frecuentemente mal traducidos o copiados, fragmentos enteros de narraciones de sus predecesores en la visita, mezclando textos bien intencionados con otros que dejaban de serlo por claros intereses políticos o comerciales, constituyendo gran parte de este género una variante del periodismo de escaso mérito que no supera la consideración de baratijas coloniales.
Son los viajeros franceses los que dedican mayor atención a la condición femenina y frecuentemente se aventuran en consideraciones morales que no hacen más que contribuir a esbozar sus propios, desagradables retratos. Escribía Fleuriot de Langre, el célebre Fígaro: En cuanto al sexo, sería deseable que se pudiera hablar tan favorablemente de su virtud como de su belleza. En efecto, las mujeres son bastante hermosas, tienen unos ojos y cabellos negros magníficos, son muy blancas, porque no salen sino raramente de sus casas, y tan lozanas que una viuda de veintiséis años, que había tenido cinco o seis partos, fue tomada por varios franceses como una virgen de diecisiete [5]. Y más tarde Jacques Gérard Milbert afirmaría que la mayoría de las mujeres de Santa Cruz están lejos de ser bonitas, pero casi todas se distinguen por una isonomía expresiva, sus cabellos son negros como el ébano; tienen los ojos agradables, las cejas negras y arqueadas y la tez ligeramente aceitunada, color ordinario de los españoles; pero se cometería un error en atribuirlo sólo a la influencia del clima, si es verdad, como aseguran los historiadores contemporáneos, que entre los guanches había muchos rubios y que incluso algunos tenían la cabellera de un color dorado [6].
El doctor William R. Wilde, con británico buen gusto, afirmaría: Y, decididamente, las mujeres, las más guapas que había visto desde que abandoné Inglaterra [...]. Generalmente, son altas y maravillosamente formadas, poseyendo toda la elegancia española combinada con la atracción personal inglesa [7].
Como queda dicho, constituye esta amalgama de tradiciones, chismes y evidencias el fundamento sobre el que se construye el arquetipo de belleza de la mujer canaria, sin excluir a las mozas campesinas, cuyo atractivo se vio ponderado por la poesía y la narrativa regionales -recordemos las coplas de Diego Crosa o los cuentos y novelas de Benito Pérez Armas, por citar sólo dos casos-, la mayor parte de ella de factura culta y burguesa.
Ya en el siglo XIX queda constancia escrita de la hermosura sin límites de una canaria, una joven lagunera cuyos encantos fueron celebrados por cuantos tuvieron la fortuna de conocerla, ya fueran isleños o foráneos.
Se llamó Guillermina de Ossuna y Van den Heede [1838-1869], y de ella dijo un militar deportado en esta isla que era el tipo de mujer más hermosa que yo recuerde haber visto en mi vida: de estatura elevada sin exageración; blanca, con todos los atributos de las morenas, es decir, cabellos, ojos, cejas y pestañas negras; nariz de un perfil recto; boca diminuta, cuyos rojos labios ocultan una dentadura magnífica; esbelta, airosa, poco pagada de sí misma, y por consiguiente sin pretensiones de ningún género; hay ocasiones en que me parece que ignora su mérito, tan poco alarde hace de él [8].
En 1917 la revista Castalia organizó un concurso de belleza en el que obtuvo el primer premio Mercedes Acha, seguida de Conchita Mesa y Matilde Galván, que recibieron el segundo y tercero de los galardones.
Sus retratos fueron publicados, junto con los de otras aspirantes, en los últimos números del magnífico semanario que dejaba claro, en un epígrafe bajo su título, que se ocupaba de la literatura, el arte y la vida insular.
La belleza de las canarias tomó cuerpo real y quedó patenté en la figura de Alicia Navarro, y el arquetipo se consolidó definitivamente cuando fue reconocida como la mujer más guapa de las islas, de España y de Europa, en 1935.
Olga y Alicia Navarro eran, el año anterior al que diera comienzo la Guerra Civil Española, dos niñas de la mediana burguesía santacrucera. La mayor, Olga, había nacido el día 2 de julio de 1913, y su hermana Alicia el 5 del mismo mes, dos años más tarde. Ambas vieron la luz por vez primera en el número 6 de la calle de José Murphy de Santa Cruz de Tenerife, en la parte trasera del antiguo convento de San Pedro de Alcántara, lugar en el que se encontraban por aquellas fechas las dependencias de la Prisión Provincial [9].
Su padre, don Agustín Navarro Adrián, natural de Tarazona en la provincia de Zaragoza, ejercía las funciones de administrador de aquel centro penitenciario, y su madre, doña Victorina Cambronero Arribas, nacida en el Puerto de Santa María de Cádiz -que sin duda contribuyó decididamente en la transmisión de unos genes que configuraron a dos de los más depurados ejemplares del género humano- era hija de otro funcionario, don Modesto Sánchez-Cambronero y García-Camarenas, subdirector del cuerpo de prisiones, director que había sido del correccional tinerfeño,
Pronto quedaron huérfanas de madre. Doña Victorina falleció en la casa número 22 de la calle de Méndez Núñez el 4 de julio de 193010, a los treinta y cinco años de edad, y sus hijas pasaron al cuidado de la abuela materna, doña Jacoba de Arribas y Sánchez, y de una tía carnal, doña Araceli Cambronero, que fue acompañante y carabina de Alicia en los comienzos de su insospechada popularidad. La familia regentaba en aquella época una casa de huéspedes sita en el expresado domicilio.
Con estos datos podemos concluir que las hermanas Navarro carecían de una sola gota de sangre isleña.
Eran canarias por naturaleza, que es la manera legal de serlo, pero también por amor a la tierra demostrado a lo largo de sus vidas y de la de algunos de sus parientes. Su tío abuelo, el farmacéutico don Cipriano de Arribas y Sánchez [Ávila, 1844-Los Realejos, 1921], dejó impresa una curiosa crónica titulada A través de las islas Canarias [11], escrita en colaboración con su mujer y publicada en 1900. El epitafio de esta señora, en su tumba del cementerio del Realejo Bajo, reza: Recuerdo de su esposo a la historiadora de las Islas Canarias doña Hilaria de Abía y Alonso, 8 de agosto de 1895.
Olga y Alicia jamás cortaron los lazos de cariño que les vincularon desde siempre a unas islas en las que ya no les quedaban familiares, pero sí muchos y buenos amigos.
En 1917 la revista Castalia organizó un concurso de belleza en el que obtuvo el primer premio Mercedes Acha, seguida de Conchita Mesa y Matilde Galván, que recibieron el segundo y tercero de los galardones.
Sus retratos fueron publicados, junto con los de otras aspirantes, en los últimos números del magnífico semanario que dejaba claro, en un epígrafe bajo su título, que se ocupaba de la literatura, el arte y la vida insular.
La belleza de las canarias tomó cuerpo real y quedó patenté en la figura de Alicia Navarro, y el arquetipo se consolidó definitivamente cuando fue reconocida como la mujer más guapa de las islas, de España y de Europa, en 1935.
OLGA Y ALICIA NAVARRO
Su padre, don Agustín Navarro Adrián, natural de Tarazona en la provincia de Zaragoza, ejercía las funciones de administrador de aquel centro penitenciario, y su madre, doña Victorina Cambronero Arribas, nacida en el Puerto de Santa María de Cádiz -que sin duda contribuyó decididamente en la transmisión de unos genes que configuraron a dos de los más depurados ejemplares del género humano- era hija de otro funcionario, don Modesto Sánchez-Cambronero y García-Camarenas, subdirector del cuerpo de prisiones, director que había sido del correccional tinerfeño,
Pronto quedaron huérfanas de madre. Doña Victorina falleció en la casa número 22 de la calle de Méndez Núñez el 4 de julio de 193010, a los treinta y cinco años de edad, y sus hijas pasaron al cuidado de la abuela materna, doña Jacoba de Arribas y Sánchez, y de una tía carnal, doña Araceli Cambronero, que fue acompañante y carabina de Alicia en los comienzos de su insospechada popularidad. La familia regentaba en aquella época una casa de huéspedes sita en el expresado domicilio.
Con estos datos podemos concluir que las hermanas Navarro carecían de una sola gota de sangre isleña.
Eran canarias por naturaleza, que es la manera legal de serlo, pero también por amor a la tierra demostrado a lo largo de sus vidas y de la de algunos de sus parientes. Su tío abuelo, el farmacéutico don Cipriano de Arribas y Sánchez [Ávila, 1844-Los Realejos, 1921], dejó impresa una curiosa crónica titulada A través de las islas Canarias [11], escrita en colaboración con su mujer y publicada en 1900. El epitafio de esta señora, en su tumba del cementerio del Realejo Bajo, reza: Recuerdo de su esposo a la historiadora de las Islas Canarias doña Hilaria de Abía y Alonso, 8 de agosto de 1895.
Olga y Alicia jamás cortaron los lazos de cariño que les vincularon desde siempre a unas islas en las que ya no les quedaban familiares, pero sí muchos y buenos amigos.
Cuando Olga Navarro falleció en Madrid, y sus pertenencias fueron vendidas por sus herederos, se hizo factible comprobar hasta qué punto seguía viviendo entre nosotros. Libros, postales, fotografías, folletos, impresos y anotaciones de trabajo de su tío Cipriano, todo un conjunto relativo al archipiélago daba forma al pequeño mundo isleño que había creado en su domicilio de la calle de Recoletos número 18 y en el que habitaba su soledad.
Ambas hermanas diferían en aspecto y carácter. Olga era una belleza de cabello rubio que escapó a las presiones y tabúes del momento y, en contra de lo previsto dadas sus circunstancias ambientales, pudo desarrollar adecuadamente su capacidad intelectual. Estudió el bachillerato en el Instituto de Canarias, se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de San Fernando de La Laguna y fue más tarde profesora de Literatura.
Conoció y trató a María Rosa Alonso, que fue su amiga en Madrid, pero también a George Bernard Shaw, a Giménez Caballero y a otros escritores y artistas de su entorno que alabaron, unánimemente, su belleza física y espiritual. Casó, en Dusseldorf, con el ciudadano alemán Eric Albrecht Braud y falleció en Madrid, el 10 de mayo de1995 [12].
Alicia, por el contrario, llevaba el pelo negro y sus aspiraciones eran otras. En una entrevista que concedió, tras su elección, al periodista Luis Álvarez Cruz, dejó claro que era una mujer de gustos sencillos, que cree en el hogar y en la felicidad del matrimonio. Le gustaba la natación, leer versos y caminar. En aquellos momentos era novia de Alfonso Santaella, joven perteneciente a una acaudalada familia de Santa Cruz.
La crónica de sus éxitos y andanzas ha sido escrita por Gilberto Alemán, y remitimos a los interesados a su libro Alicia Navarro, publicado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y Ediciones Idea en 1997.
Casó Alicia Navarro con el prestigioso abogado don Manuel Felipe Camacho, nacido en la isla de La Palma pero naturalizado cubano -ciudadanía que Alicia ostentó, por su matrimonio, hasta que renunció a ella, recuperando la española, en la Embajada de España en París en 1966-, con el que tuvo dos hijos: Alicia y Manuel Felipe Navarro.
Vivieron en La Laguna, como queda dicho, en el Viejo convento de San Diego del Monte, y, luego, en La Habana.
Disuelto el matrimonio y tras una estancia de algunos años en Madrid, Alicia Navarro se estableció en París, donde conoció a su segundo marido, el anticuario de origen helénico Thales Papadopoulos, con el que contrajo matrimonio en segundas nupcias el 6 de julio de 1973. Por una de esas casualidades que la vida nos ofrece constantemente y que hicieron exclamar a Úrsula Iguarán -el personaje de Cien años de soledad- todo gira, Thales resultó ser hermano de la representante de Grecia en el certamen de Miss Europa al que había concurrido Alicia.
Pasaron temporadas en Tenerife y Alicia colaboró con la prensa local enviando desde la capital de Francia noticias de sociedad y avances de moda.
Murió Alicia Navarro en su domicilio de la calle François Premier de París, al mes de haber fallecido su hermana Olga, el 22 de junio de1995 [13].
Notas
Conoció y trató a María Rosa Alonso, que fue su amiga en Madrid, pero también a George Bernard Shaw, a Giménez Caballero y a otros escritores y artistas de su entorno que alabaron, unánimemente, su belleza física y espiritual. Casó, en Dusseldorf, con el ciudadano alemán Eric Albrecht Braud y falleció en Madrid, el 10 de mayo de1995 [12].
Alicia, por el contrario, llevaba el pelo negro y sus aspiraciones eran otras. En una entrevista que concedió, tras su elección, al periodista Luis Álvarez Cruz, dejó claro que era una mujer de gustos sencillos, que cree en el hogar y en la felicidad del matrimonio. Le gustaba la natación, leer versos y caminar. En aquellos momentos era novia de Alfonso Santaella, joven perteneciente a una acaudalada familia de Santa Cruz.
La crónica de sus éxitos y andanzas ha sido escrita por Gilberto Alemán, y remitimos a los interesados a su libro Alicia Navarro, publicado por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y Ediciones Idea en 1997.
Casó Alicia Navarro con el prestigioso abogado don Manuel Felipe Camacho, nacido en la isla de La Palma pero naturalizado cubano -ciudadanía que Alicia ostentó, por su matrimonio, hasta que renunció a ella, recuperando la española, en la Embajada de España en París en 1966-, con el que tuvo dos hijos: Alicia y Manuel Felipe Navarro.
Vivieron en La Laguna, como queda dicho, en el Viejo convento de San Diego del Monte, y, luego, en La Habana.
Disuelto el matrimonio y tras una estancia de algunos años en Madrid, Alicia Navarro se estableció en París, donde conoció a su segundo marido, el anticuario de origen helénico Thales Papadopoulos, con el que contrajo matrimonio en segundas nupcias el 6 de julio de 1973. Por una de esas casualidades que la vida nos ofrece constantemente y que hicieron exclamar a Úrsula Iguarán -el personaje de Cien años de soledad- todo gira, Thales resultó ser hermano de la representante de Grecia en el certamen de Miss Europa al que había concurrido Alicia.
Pasaron temporadas en Tenerife y Alicia colaboró con la prensa local enviando desde la capital de Francia noticias de sociedad y avances de moda.
Murió Alicia Navarro en su domicilio de la calle François Premier de París, al mes de haber fallecido su hermana Olga, el 22 de junio de1995 [13].
Notas
[1] BOCCACCIO, Giovanni: De Canaria y de las otras islas nuevamente halladas en el océano allende España (1341). Traducción de José A. Delgado Luis. La Laguna: J.A.D.L., 1998.
[2] Fernandes, Valentim: Manuscrito (1506-1507). Traducción de José A. Delgado Luis. La Laguna. J. A. D. L., 1998.
[3] ESPINOSA, fray Alonso de: Historia de Nuestra Señora de Candelaria. Introducción de Alejandro Cioranescu. Goya Ediciones. Santa Cruz de Tenerife, 1980.
[4] ALONSO, María Rosa: El poema de Viana: estudio histórico-literario de un poema épico del siglo XVII. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1952.
[5] FLERIOT DE LANGRE, Jean M.: Viajede Fígaro a la isla de Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1998.
[6] MILBERT, Jacques Gérard: Viaje pintoresco a la isla de Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1996.
[7] WILDE, William R.: Narración de un vije a Tenerife. Traducción de José A. Delgado Luis. J.A.D.L. La Laguna, 1994.
[8] RUIZ Y AGUILAR, Ricardo: Estancia en Tenerife. Introducción, transcripción y notas de Carlos Gaviño de Franchy. Tenerife: Área de Cultura del Cabildo de Tenerife, 2000.
[9] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección primera. Tomo 71, p. 375, y tomo 75, p. 275.
[10] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera. Tomo 90, p. 322.
[11] ARRIBAS Y SÁNCHEZ, Cipriano de: A través de las islas Canarias. A. D. Yumar. Santa Cruz de Tenerife, 1900.
[12] Registro Civil de Madrid. Sección tercera. Tomo D-84, f. 445.
[13] Registro Civil Consular de París. Sección tercera. Tomo 73, p. 32. Consulado de España en París. Debo el conocimiento de estas partidas a mi buen amigo el abogado don Miguel Cabrera Pérez-Camacho, sobrino del primer marido de Alicia Navarro.
Magnífica página. Debes saber que no consigo formar parte de la corte/cohorte, amén de para eucaristías, de amigos de esta página.
ResponderEliminarTe he puesto como link con letras vigorosas.