lunes, 26 de noviembre de 2012

El Pico de Tenerife y sus exploradores



El Pico de Tenerife y sus exploradores
 Anónimo. El Pico de Tenerife. Xilografía. Segunda mitad del siglo xix

La excursión de Esmeralda Cervantes al Teide en el verano de 1883


L. Sánchez: Clotilde Cerdá de Grossmann, 1903
 Cuando en este mismo medio dimos a conocer algunos aspectos de la biografía de la excelente intérprete y compositora, tuvimos en cuenta su ascensión al Teide y afirmamos, errando, que probablemente se tratara de la primera mujer de nacionalidad española que había coronado su cima. Más propio hubiera sido decir que Esmeralda Cervantes fue, posiblemente, la española nacida en territorio peninsular que subió al Pico de Tenerife por vez primera. Al menos, aquella de cuya ascensión se tenga, por ahora, noticia escrita.
Basábamos esta aseveración en algunas notas publicadas por la prensa local y, particularmente, en el comentario que el cronista Francisco Martínez Viera había hecho a propósito de su ascensión al Pico de Teide, acompañada de un grupo de distinguidos jóvenes del país, que la colmaron de agasajos y atenciones [1].
El militar y periodista Ricardo Ruiz y Aguilar [2], vinculado estrechamente a estas islas donde vivió gran parte de su existencia y en las que contrajo matrimonio con una hija del país, que se encontraba destinado en las Filipinas, en el mes de julio de 1890 firmó con el anagrama de su primer apellido, que usaba como seudónimo, dos artículos de prensa titulados “Tenerife en Manila”, corrigiendo las inexactitudes de otros tantos que había publicado en un rotativo de la capital de aquel archipiélago: Un señor Sánchez de Castro, que estuvo ó dice haber estado en esta isla de paso para Fernando Póo, y que en la actualidad se encuentra en Manila.
Este sujeto había publicado en un periódico de aquella Capital sus impresiones de viaje, en las que se ocupa de su estancia entre nosotros, despachándose á su gusto como hacen otros muchos, sin contar seguramente, con que había de salirle al encuentro otra persona que allí reside, muy conocida y apreciada aquí, para corregirle sus errores y extralimitaciones.
El editorialista del Diario de Tenerife concluye suponiendo que han de ser del agrado de nuestros lectores, vamos á reproducir así los artículos del señor Sánchez del Campo como las contestaciones de “Zurí”.
Decidido a desenmascarar al explorador de gabinete, Ruiz y Aguilar le contradice categórico y le manifiesta, con respecto a su supuesta subida al pico que:

No hay tal subida al Teide en acémilas y pollinos como asegura el señor Sánchez del Campo, quien, si verificó la ascensión como asegura y yo lo creo, sería en bestias mulares hasta donde llaman Alta Vista, en cuyo punto tampoco existe esa cantina-restaurant de Benigno Ramos, sino un modesto albergue donde se guarecen los viajeros y donde comen lo que cada uno de estos lleva.
No es por último imposible la subida a la cima, ni han sido pocos los aventurados viajeros que a ella han llegado, todos los años se verifican numerosas ascensiones y lo que no dijeron sin duda al señor Sánchez del Campo cuando llegó a la cantina-restaurant que cita, es que nunca faltan señoritas que terminen esa imposible subida que a él no le fue dado intentar: muchas de La Orotava, entre ellas las hijas de los marqueses de la Florida y de la Candia, las de Monteverde y otras mil, han verificado la ascensión más de una vez, y entre las extrañas al país puedo citar a la bellísima hija del actual capitán general de Canarias señor Morales de los Ríos que subió hasta la cima el año pasado; y la célebre Esmeralda Cervantes que hace pocos años la verificó también sin otra ayuda que la mano de alguno de los galantes caballeros que la acompañaron [3].

Sabemos ahora, gracias a las imposturas del señor Sánchez del Campo y a las rotundas aclaraciones de Ruiz Aguilar, que la cima del Teide había sido visitada, antes de 1890, por varias jóvenes canarias y, al menos, dos peninsulares. Entre las oriundas de La Orotava, figuran las hijas de los marqueses de la Florida y de la Candia, que no pudieron ser otras que Elena, María Candelaria, Elvira y Concha Marina Benítez de Lugo y Benítez de Lugo, que lo fueron de los primeros, e Isabel, Laura, Beatriz y Eustaquia Cólogan y Cólogan, hijas de los segundos. En cuanto a las señoritas de Monteverde quizás se refiera Ruiz y Aguilar a María del Pilar y Catalina, aunque habría que situarlas cronológicamente en una generación anterior [4].
Pego: María Candelaria Benítez de Lugo y Benítez de Lugo
Belza: Elvira Benítez de Lugo y Benítez de Lugo

La identificación de estas intrépidas exploradoras resulta, necesariamente, provisional. Pretendemos ahora, tan sólo comenzar una lista, que resultará sin duda mucho más amplia, si tenemos en cuenta lo que escribe Ruiz y son otras mil, las que emprendieron con o sin éxito la ascensión del volcán. Lo cierto es que la primera noticia que tenemos de una canaria que acometiera esta empresa se encuentra publicada en la prensa de Madrid, treinta años antes [5]. La España, en su edición del 27 de diciembre de 1860, transcribe una carta de:


Una señorita, perteneciente a una de las familias más distinguidas de la Gran Canaria, escribe a una amiga suya, residente en España, una interesante descripción de su subida al Teide, más conocido en el mundo con el nombre de Pico de Tenerife. De esta carta extractamos lo siguiente, sin alterarlo en lo más mínimo:
“En Tenerife estuve una semana. Hoy hace dos meses que bajé del Teide. Este si que es viaje curioso. Se sale de la Orotava, o mejor dicho salimos a las once de la mañana a caballo. Descansamos a las tres para comer, y continuamos subiendo por aquellas zonas hasta las seis, que llegamos a la base del Teide. Continuamos hasta la “Estancia de los Ingleses”, y al subir aquella primera parte, se nos presentó una vista sorprendente. Veíamos muy clara la Gran Canaria y detrás de esta isla estaba la sombra del Teide, formando otra isla en un horizonte de color púrpura y carmín, que parecería, visto en un cuadro, capricho de un pintor. Esta es sin duda la que veían antiguamente, y a que dieron el nombre de “Samborondón” y decían que estaba encantada, porque no podían llegar a ella. En la Estancia pasamos la primera parte de la noche. Dormimos sobre unos felpudos, envueltos en mantas y al abrigo de una gran piedra.

E. Otero: Laura Cólogan y Cólogan
Elliott & Fry: Beatriz Cólogan y Cólogan
Lacombe & fils: Eustaquia Cólogan y Cólogan
Así estuvimos hasta la una y media de la noche, que avisó el práctico debíamos continuar las ascensión. Seguimos a caballo otra cuesta muy pendiente, en que andaban los pobres animales con tanto trabajo, que a los pocos pasos que daban tenían que parar. El “Altavista” dejamos las caballerías. Allí se encuentra la última vegetación, que es retama, única planta que hay en aquellas cumbres más próximas al Teide. A las tres en punto empezamos a subir a pie por un “Malpeís”, casi todo cubierto de piedras movedizas. Íbamos cada uno con un guía, y precedidos por el práctico que tiene marcado el camino con montoncitos de piedras. Así íbamos trepando por aquellas piedras del mejor modo posible, y sin dejarnos descansar, pues apenas nos parábamos para tomar aliento, nos hacía el práctico tomar licor o aguardiente que allí parece agua, y continuar andando para que no se enfriara el cuerpo. Concluido el “Malpeís” subimos el “Pilón de azúcar”, última parte del Pico, que es la más penosa, pues además de ser muy pendiente, es de zahorra y piedra pómez, y se resbala tanto, que se pierde la mitad del paso que se da. Pero al fin a las cinco llegamos a la cima. F. me acompañaba, y cuatro primos. Estos iban atrozmente mareados. F. y yo tuvimos la suerte de no marearnos, cosa muy rara, pues dicen que casi todos sufren esta molesia, causada por los gases y el aire tan ligero que se respira.
En efecto, hay arriba un olor sulfúreo tan fuerte, que me recordó cuando estuve en la fuente sulfurosa de Enghien. Además, hay un contraste de calor y frío muy raro. Cuando llegamos a la cima, empezaba a amanecer. El crepúsculo y el sol los vimos casi al mismo tiempo; y lo más admirable era ver por el Oriente, por el lado que se sube, el Teide de día claro, y por el Occidente, donde está el cráter, de noche cerrada, y alumbrado por la luna que se ocultaba. El cráter está cubierto de azufre. Yo me subí a la piedra más alta; el práctico me advirtió que allí hacía mucho frío; y en efecto, antes de tres minutos tuve que bajarme. La espalda creía que se me helaba. Me puse al abrigo de aquellas piedras, cuando siento que se me quemaba un pie. Salté al momento, y era un chorrito de humo de los muchos respiraderos que allí hay, que salía junto a mí; y si no lo siento tan pronto, me quema el vestido. Tenerife estaba cubierto con la bruma que se extendía formando un lindo algodonado. Por el inmenso horizonte que se ve de aquella altura, y saliendo de en medio, se veían la Gran Canaria, La Palma, parte de La Gomera y la costa de Fuerteventura. Las otras islas no pudimos ver. Pero era magnífico verse una a la respetable altura de 13.333 pies sobre el nivel del mar y mucho más alta que las nubes; pues estaban más bajas que la base del Teide.
Allí recogí piedras de azufre cristalizado muy lindas. A las seis empezamos a bajar, pues el calor era muy fuerte. Entonces ví los precipicios por donde habíamos pasado aquella noche. Fuimos a ver un respiradero que hay en la base del “Pan de Azúcar”, que es un cráter del último volcán que reventó y está cubierto de nieve; y por delante sale un chorro de humo, mayor de que los de la cima. Hace ruido al salir como agua hirviendo, y los gases producen un líquido que mantiene húmeda aquella parte, y con musgo la gruta por donde sale. Al concluir de bajar el “Malpeis”, estuvimos en la “Cueva del Hielo. Es un estanque cubierto [se ve por encima], todo lleno de hielo, y en el fondo, encima de este, hay unas dos varas de agua: el techo parece un trabajo gótico. Hay más adentro otra cueva formada por un arco de hielo que llaman “La Capilla”. Debe ser magnífico pero no lo vimos, porque es necesario bajar y es peligrosa. Continuamos a pie hasta la base del Teide, y allí en Las Cañadas, seguimos a caballo [eran las diez], hasta las tres de la tarde que llegamos a La Orotava. Esta es la descripción de mi viaje que supongo leerás con gusto”.
Mayer & Pierson: María del Carmen del Castillo Westerling
Mayer & Pierson: María de los Dolores del Castillo Westerling
Mayer & Pierson: María del Pilar del Castillo Westerling


Apuntamos, tan sólo como una entre muchas posibilidades, que la autoría de este viaje y su posterior descripción se deba a Pilar o a Dolores del Castillo Westerling, hijas de los cuartos condes de la Vega Grande de Guadalupe, y nos basamos en las siguientes conjeturas: tenían veintiséis y veintiún años, respectivamente, en el momento en que se publicó la carta; pertenecían a una de las más distinguidas familias de la Gran Canaria; viajaron en su juventud a Francia y cumplieron con el requisito de hacerse fotografiar en París; es muy probable que tomaran las aguas en los baños de Enghien, a tan sólo veinte minutos de la capital en la que residieron y, por último, contaban con varios primos hermanos en La Orotava, los Monteverde del Castillo, uno de los cuales, Fernando, responde a la inicial del nombre que cita la cronista cuando se refiere al único que compartió con ella la fortuna de no padecer el mal de altura, además de los otros cuatro primos.

Los compañeros de aventura de Esmeralda Cervantes

Formaban la expedición, en calidad de acompañantes de Esmeralda Cervantes y de su madre, Clotilde Bosch, ocho caballeros, además de los “prácticos” o guías y del personal encargado de los animales de silla. Se da la circunstancia de que tres de ellos eran masones, como la propia artista. Daremos a continuación unas sucintas notas biográficas de cada uno de ellos, por el orden en el que los cita la artista.


Walery: Nicolás Ruiz de Salas y Luque
Colección José Armas Díaz
Nicolás Ruiz de Salas y Luque
Presidente de la caravana.
Nació en Granada en 1834, hijo de don Manuel Ruiz de Salas y de doña Francisca Luque y Ballesteros.
Comerciante acaudalado y consignatario de buques, se afilió como miembro a la logia masónica Nivaria núm. 96, de Santa Cruz de Tenerife, en 1878, en la que alcanzó el grado 30º, con el nombre simbólico de Genil.
Fue un activo valedor de la Sociedad del Tranvía, desde su constitución hasta 1906, en que se apartó de sus cometidos en la empresa.
Casó en primeras nupcias con Antonia Díaz y Lansac, nacida en Cádiz en 1853, hija del murciano Tomás Díaz y de Dolores Lanzac, oriunda de Málaga, que estaba viuda Nicolás Marklund, natural de Fislandia en Rusia y con la que había tenido una hija llamada Elena Marklund y Díaz, que fue mujer de José Ruiz de Salas y de la Guardia [6]. Esmeralda dice de ella que era la andaluza más linda y graciosa que crió Cádiz. Falleció esta señora en Santa Cruz de Tenerife el 19 de junio de 1890 [7]. Repitió matrimonio Nicolás de Salas, el 16 de febrero de 1898, con Francisca Brito Gorrín, natural del Puerto de la Cruz, y murió a causa de una neumonía en su casa de la calle de Porlier, en Santa Cruz, a la una de la tarde del día 18 de marzo de 1914 [8].


Nicolás Ruiz de Salas y Luque

José Benedicto y Messeguer
Director artístico.
Artista de corazón y de hecho, andaluz, fue nombrado ordenador de pagos de Marina de la provincia de Canarias en 1880. Con posterioridad ascendió sucesivamente a comisario de Guerra, el 4 de abril de 1881; comisario ordenador, el 23 de julio de 1887-1893; comisario ordenador de primera, en 9 de marzo de 1893-1896. Comisario de intervención de Cádiz y del Arsenal de La Carraca, fue destinado a la intervención del Apostadero de Filipinas. Comisario de Sevilla. Ordenador de Cartagena.
Fue condecorado con la gran cruz de la Orden de San Hermenegildo, el 7 de mayo de 1919, cuando era intendente de la Armada en situación de reserva.

Oliveira: Patricio Estévanez y Murphy
Patricio Estévanez Murphy
Cronista de la expedición
Este escritor distinguido, y novio de todas las niñas de la isla, cuya biografía ha sido estudiada por diversos investigadores, nació en Santa Cruz de Tenerife el 31 de julio de 1850, hijo de Francisco de Paula Estévanez y García-Caballero e Isabel Murphy y Meade, oriundos de Andalucía e Irlanda, respectivamente.
Estudió el bachillerato en el Instituto de Canarias. Con veintidós años viajó a Madrid donde se encontraba establecido su hermano Nicolás, al que siguió en su destierro acompañándole a Lisboa, Oporto, Londres y París.
Fue colaborador de Las NoticiasEl Globo; Revista de Canarias, y El Memorándum y redactor de El Combate, en la Villa y Corte. Fundó, en Lisboa, en 1875, Miscelánea ilustrada, y La Floresta de la Juventud. En París llevó a cabo diversas traducciones para la Casa Garnier, dirigió El buen novelista y adaptó al español dos Guías, una de París y otra de la Exposición del 78. Trató en París a Nicolás Salmerón y a Ruiz Zorrilla. Retornó a su isla natal, por motivos de salud, en enero de 1880, y fundó La Ilustración de Canarias. Utilizó varios seudónimos, entre ellos los de Darío PérezMepMalvaviscoMiquis y Santiago de Santa Cruz y Añaza. Ejerció como sus ancestros, el cargo de mayordomo de la ermita de Gracia, próxima a su finca de recreo, en La Laguna. Ingresó en la masonería, utilizando el nombre simbólico de Tinguaro, en 1880, y fue orador y maestro de ceremonias, apartándose de ella en 1888. En 1881 planteó la posibilidad de construir un parque publico y una gran vía en Santa Cruz, idea la primera inspirada en una carta que, desde Nueva York, escribió a la prensa Alfonsa Padron Schwartz de Guinther, en la que ya proponía su actual ubicación.

Manuel González Méndez: Patricio Estévanez y Murphy
En 1882 fundó La Ilustración de Canarias, y la dirigió hasta su desaparición dos años más tarde y, en 1886, el Diario de Tenerife, su obra de mayor empeño, que estuvo a su exclusivo cargo hasta 1917. Fue elegido presidente del Gabinete Instructivo, en 1898 y 1901 y de la Juventud Republicana Tinerfeña. En 1900 editó una colección de poemas de su hermano Nicolás, con el título de Musa Canaria y prólogo de Luis Maffiotte. En 1903 patrocinó la revista Arte y Letras, cuya existencia no superó el año. Nombrado consejero del Cabildo de la isla en marzo de 1913, y su vicepresidente, renunció con anterioridad a una concejalía del ayuntamiento de Santa Cruz que ostentaba. También fundó y fue el primer presidente de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife.
Con la que fuera su mujer, Maximina López Moreno, tuvo cinco hijos llamados: Isabel, Cristina, Nivaria, Nicolás y Francisco.
Fue designado por S. M. el rey, a instancias de Mariano Benlliure, director del Museo Municipal de Santa Cruz el 4 de noviembre de 1918.
Falleció en su casa de Gracia, La Laguna, el 28 de agosto de 1926.

Los interesados en su biografía pueden consultar los siguientes trabajos:

—Alonso Rodríguez, María Rosa: «La literatura en Canarias durante el siglo xix», en Historia General de las Islas Canarias, V, de Agustín Millares Torres, Las Palmas de Gran Canaria, Editora Regional Canaria, 1977.
—Guimerá Peraza, Marcos: Patricio Estévanez. Cartas a Luis Maffiotte. Aula de Cultura de Tenerife. Madrid, 1976 y Gran Enciclopedia Canaria, VI, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Canarias, 1998.
—Izquierdo, Eliseo: Periodistas canarios. Siglos xviii al xx. Tres tomos. Gobierno de Canarias. La Laguna, 2005.
—Martínez Viera, Francisco: El antiguo Santa Cruz (Crónicas de la capital de Canarias), segunda edición, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1968.
—Padrón Acosta, Sebastián: Retablo Canario del siglo xix, Santa Cruz de Tenerife, Biblioteca de Autores Canarios, Aula de Cultura de Tenerife, 1968.
—Rodríguez González, Leoncio: Perfiles, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Herederos de Leoncio Rodríguez, 1970.
Patricio Estévanez y Murphy

Manuel Quintero y García
Secretario.
Nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1849, hijo del grancanario Agustín Quintero y de la santacrucera Remedios García, habitó en su infancia, este apreciabilísimo caballero, la casa número 16 de la calle de San Martín, en el barrio del Toscal, junto con sus padres y cinco hermanos, entre los cuales ocupaba el penúltimo lugar, una prima y dos sirvientas [10].
Rico comerciante, fue el propietario de unos grandes almacenes de tejidos y novedades, ubicados en el número 43 de la calle Castillo.
Miembro de la logia masónica Nivaria núm. 96, de Santa Cruz de Tenerife, en 1878, alcanzó el grado 11º, con el nombre simbólico de Guadarfía. Fue íntimo amigo de Imeldo Serís-Granier y Blanco, marqués de Villasegura.
Casó con Antonia Pérez y Alonso del Castillo y no tuvo sucesión de su matrimonio.
Falleció en la ciudad de su nacimiento el 3 de enero de 1930 [11].
El Progreso, en su edicion de aquel día publicó la siguiente necrológica:

Belza: Manuel Quintero y García
Manuel González Méndez: Manuel Quintero y García

En la mañana de hoy falleció en esta capital víctima de antiguos padecimientos exacerbados últimamente, nuestro respetable amigo y consecuente correligionario don Manuel Quintero y García, acreditado comerciante de esta plaza.
El señor Quintero García era persona apreciadísima en esta ciudad, por su carácter amable y recto. Era un buen amigo y buen hijo de Tenerife, por cuyos engrandecimiento y prestigio de desvivía.
Su muerte ha sido muy sentida y eso se demostrará mañana en el acto de conducir su cadáver al cementerio que constituirá una verdadera manifestación de pésame.
El señor Quintero García desempeñó varios cargos públicos y en los organismos directivos del partido republicano local, desempeñó puesto en varias ocasiones.
Reciban todos sus familiares, en particular sus sobrinos don Fernando Arozena y don Tomás de Armas Quintero, buenos amigos nuestros, la sincera expresión de nuestro duelo.

Juan García y Llarena
Hijo de una de las primeras familias de La Orotava, joven abogado y buen jinete, fue nombrado por Esmeralda su escudero.
Nació en La Orotava el 27 de mayo y fue bautizado el 4 de junio de 1857 con los nombres de José Jacinto Juan, y conocido frecuentemente por este último. Fueron sus padres José García y Lugo y Rafaela Llarena y Casabuena y el último de su familia en poseer el señorío de la isla de la Alegranza, vendida posteriormente por el Estado, en la década de 1920, a Manuel Jordán y Franchy.
Licenciado en Derecho, se incorporó al Ilustre Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife el 24 de junio de 1892. Ejerció como oficial de la administración de Hacienda de la provincia de Canarias y de la intervención de la de Badajoz [1895]. Interventor de la delegación de Hacienda de Las Palmas en 1917, culminó su carrera administrativa con el empleo de jefe de Hacienda jubilado.
Casó, el 23 de abril de 1894, con Elena Machado y Benítez de Lugo y no tuvieron sucesión de su matrimonio [12].
Falleció en Santa Cruz de Tenerife, en el número 90 de la calle del Pilar, a las diez horas y treinta minutos del día 7 de mayo de 1931 [13].

Bernardino Valle Chinestra
Bernardino Valle Chinestra
Director de la orquesta de la Sociedad Filarmónica de Gran Canaria, joven de gran talento en el arte musical, pero sin práctica en el manejo de caballo ni rocín, tuvo a su cargo la dirección del coro que en acción de gracias teníamos que cantar a la salida del sol, sentados en la peña más alta del Teide.
Nació en Villamayor, Zaragoza, el 21 de mayo de 1849, hijo de Victoriano Valle y Espuña, natural de La Perdiguera, Huesca, y de Josefa Chinestra y Cerezo que lo era de Barbastro, en la misma provincia. A los siete años fue admitido como infantico de la Seo donde aprendió canto, música litúrgica, órgano y realizó estudios de Latín y Filosofía. Cuando había ya cumplido diecinueve años se trasladó a Madrid y en el conservatorio amplió sus conocimientos musicales con Zubiarre y Arrieta. Compartió aula con Bretón y Chapí, entre otros, del primero de los cuales fue amigo personal y con el que trabajó en una zarzuela que llevó por título María.
Opositó con éxito a la plaza de organista de San Isidro el Real, sin llegar a ocuparla. Compuso por estas fechas su Misa pastorela y las zarzuelas Cambio de papelesHuyendo de ellas y Bromas pesadas. Estrenó con aplauso general su Serenata española que, según Lothar Siemens se mantuvo en los repertorios sinfónicos de Madrid hasta bien entrado el siglo xx y que Bretón dirigía con especial predilección.
En 1878 fue contratado como director de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas de Gran Canaria, ciudad en la que se estableció de por vida en compañía de su esposa Joaquina Gracia y Cervera, natural de Madrid y donde nacieron nueve de los once hijos que el matrimonio tuvo y que fueron:
I. Concepción Luz Valle Gracia, n. en Madrid en 1873, c. con Bernardo Navarro de la Torre.
II. Consuelo Valle Gracia, n. en Madrid en 1874, c. con Agustín Martinón Navarro.
III. Josefa Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1878, c. con Arturo Sarmiento Salom.
IV. Joaquina Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1879, c. con Ricardo García Silva.
V. María del Pilar Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1883, c. con Domingo Bello del Toro.
VI. Bernardino Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1885, c. con Matilde Benítez Álvarez.
VII. Luis Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1889
VIII. Emilio Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1891, c. con Antonia Ramos del Castillo.
IX. Andrea Valle Gracia.
X. Ángeles Valle Gracia, c. con August Marten.
XI. Manuel Valle Gracia, n. en Las Palmas en 1897, c. con Ana Cabrera de Córdova, tercera marquesa de Casa Córdova.
Autor de un Poema Sinfónico del Descubrimiento de América, que fue premio Nacional de Música en 1892.
Falleció en Las Palmas de Gran Canaria, ciudad que lo había declarado su hijo adoptivo, el 2 de marzo de 1928 [14].

Ignacio Díaz Lorenzo
Ignacio Díaz Lorenzo
Licenciado y Filosofía y Letras y doctor en Derecho Civil y Canónico. Incorporado al Ilustre Colegio de Abogados de Las Palmas el 29 de marzo de 1886, del que posteriormente fue decano en los años 1852, 1856, 1857, 1858, 1859 1872 y 1873. Magistrado suplente de la Real Audiencia de Canarias. Alcalde de Las Palmas de Gran Canaria.
Nació en Las Palmas el día 14 de noviembre de 1858. Fueron sus padres, el licenciado en Jurisprudencia Ignacio Díaz [Álvarez de Castro] Suárez, y María Dolores Lorenzo García.
Casó en la ciudad de su nacimiento, el 4 de septiembre de 1882, con Hortensia de Aguilar González, hija del comandante Agustín de Aguilar y Páez y de Aurora González Palomar.
Hijos:
I. Ignacio Díaz de Aguilar, licenciado en Derecho.
II. Fernando Díaz de Aguilar.
III. Nicolás Díaz de Aguilar.
IV. Agustín Díaz de Aguilar.
V. Aurora Díaz de Aguilar, casada en Las Palmas, el día 14 de diciembre de 1810, con José de Aguilar Martín, presidente del Cabildo Insular de Gran Canaria.
VI. María del Carmen Díaz de Aguilar.
VII. María de los Dolores Díaz de Aguilar, f. en Las Palmas, a los tres meses de edad, el 18 de febrero de 1890.

Ignacio Díaz Lorenzo
Falleció en Las Palmas de Gran Canaria, en su casa de la calle del Espíritu Santo número 19, a las tres horas del día 8 de octubre de 1921 [15].
En su partida de defunción figura como Ignacio Díaz [Álvarez de Castro] y Lorenzo, apellido intercalado que también ostenta su padre en dicho documento y que responde a las obligaciones impuestas por los antiguos mayorazgos que disfrutaron [16].


Urbano Cabrera y Jaizme [o Jaimes]
Hijo también de Gran Canaria, poeta por naturaleza y estudio, con ideas sublimes sobre la religión y profundo respeto a la mujer por considerarla la obra más perfecta de la creación, recibió el título de orador sagrado.
Socio de número de la Económica de Las Palmas en 1884 [17], ejerció como vice-bibliotecario al año siguiente.
Concejal del Ayuntamiento de Las Palmas en primero de julio de 1881 y síndico en julio de 1885 [18].
Miembro de la Junta local de primera enseñanza de Las Palmas en 1899.
Gran bibliófilo, muy culta persona, dotado de una extrema bondad que por ser tan extrema le originó su ruina, según Eduardo Benítez Inglott, quien afirma que vivió en el número 56 de la calle de Triana, en una casa de su propiedad [19].

Por último nos queda añadir que la angelical esposa del capitán General de Canarias, Valeriano Weyler y Nicolau, mi linda amiga Teresa, se apellidaba Santacana y Bargalló, era natural de San Quintín de Mediona, en El Penedés, y había casado con el general en Barcelona, el 3 de marzo de 1875.
En cuanto al señor Fumagalli, propietario del hotel de su nombre en La Orotava, que también era conocido por Hotel Teide, respondía al nombre de Luis Fumagallo y Gall, italiano de origen, natural de Asti en el Piamonte, que había casado en Arrecife de Lanzarote con María del Rosario Medina Schwerer, con la que tuvo cuatro hijos: Dominica, Felisa, Alberto e Hipólito Fumagallo Medina.
Queremos agradecer a la doctora Zoraida Ávila Peña, estudiosa de la vida y la obra de Esmeralda Cervantes, a la par que como ella excelente intérprete y pedagoga, que nos haya comunicado generosamente el texto de la crónica publicado por la artista en La Ilustración de la Mujer, en 1884. 



Un recuerdo de mis viajes
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Ascención al volcán El Teide.
Verano de 1883


                  Ascensión al Teide. Xilografía. 1851
Revista de Modas y Salones. La Ilustración de la Mujer [Barcelona], número 20, 15 de marzo de 1884.

Deseando conocer las Canarias, al emprender mi segundo viaje a América, me detuve en dichas islas, visitando primeramente la de Tenerife.
A cuarenta leguas de distancia se divisa el majestuoso volcán “El Teide” conocido vulgarmente por el Pico de Tenerife y su blanca cúspide sirve de guía a los navegantes que desde Europa y África se dirigen a las Américas.
Después de haber visitado las bellezas que la naturaleza vertió a manos llenas en esa isla privilegiada y de la cual me propongo hacer revista minuciosa, quise subir a la cúspide del majestuoso volcán.
Se me demostraron las grandes dificultades que ofrecen ascensiones de esta especie, pero nada enfrió mi deseo, y los amigos que deseaban acompañarme se apresuraron a vencer todos los obstáculos y gracias a sus finas atenciones, en tres días, trajes, calzado y demás aprestos nos permitieron emprender el viaje, dirigiéndonos a la villa de la Orotava que dista seis leguas de Santa Cruz.
No recuerdo que hasta hoy, expediciones arriesgadas como la que íbamos a emprender, hayan sido tratadas artísticamente.
Citas se han dado en aquellas alturas, los principales sabios del mundo para estudiar la formación geológica de sus terrenos, sus piedras, sus cristalizaciones y sus vapores sulfurosos… Pero como yo no tengo la pretensión de ser una máquina de hipótesis y teorías, una biblioteca científica, ni un botánico consumado, diré, de la manera como subimos y como bajamos, mis impresiones al encontrarme sobre el colosal Pico, y si bien la ciencia nada ganará con mi descripción, los amigos que lean este relato sonreirán alguna que otra vez, considerando los esfuerzos de mi cabeza catalana para llegar a la cima del volcán y conociendo los diferentes episodios a que esto dio lugar.
Me parece oportuno antes de empezar la relación de nuestro viaje dar una idea de quienes eran mis compañeros de expedición.
Don Nicolás Salas, uno de los caballeros más respetables de Tenerife, comerciante acaudalado, y esposo de la andaluza más linda y graciosa que crió Cádiz, el cual obtuvo el título de presidente de la caravana.
Don José Benedicto, contador de marina, artista de corazón y de hecho, andaluz, enamorado y formándose ilusiones sobre el discurso que preparaba para el momento de saludar a España desde la cumbre del Teide, a quien se nombró director artístico.
Don Patricio Estébanez, escritor distinguido, y novio de todas las niñas de la isla, con el cargo de cronista de la expedición.
Don Manuel Quintero, caballero apreciabilísimo, nos hizo de secretario.
Don Juan García y Llarena, hijo de una de las primeras familias de la Orotava, joven abogado y buen jinete, fue nombrado mi escudero.
Don Bernardino Valle, director de la orquesta de la Sociedad Filarmónica de Gran Canaria, joven de gran talento en el arte musical, pero sin práctica en el manejo de caballo ni rocín, tuvo a su cargo la dirección del coro que en acción de gracias teníamos que cantar a la salida del sol, sentados en la peña más alta del Teide.
Don Ignacio Díaz, joven, elegante y distinguido, hijo de la Gran Canaria, fue nuestro tesorero.
Don Urbano Cabrera, hijo también de Gran Canaria, poeta por naturaleza y estudio, con ideas sublimes sobre la religión y profundo respeto a la mujer por considerarla la obra más perfecta de la creación, recibió el título de orador sagrado.
Y mi mamá el de cocinera y repostera de la caravana.
A las cuatro del día 2 de Agosto de 1880, el Capitán General, D. Valeriano Weyler y su angelical esposa mi linda amiga Teresa, nos tenían preparada una comida exquisita como bálsamo para tan fatigosa expedición y a las ocho de la noche, D. Nicolás Salas, vino a buscarnos en su elegante dokar, tirado por briosos caballos y a escape tomamos el camino de la Orotava, punto de reunión de los expedicionarios.
El Sr. Fumagalli, propietario del hotel de su nombre, nos tenía ya preparados todos los pertrechos bucólicos y las cabalgaduras necesarias para la ascensión, pues realmente desde este delicioso valle, patria de D. Juan y D. Tomás de Iriarte, es de donde se levanta el gigantesco Pico.

Esmeralda Cervantes
[Se continuará]


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Un recuerdo de mis viajes

Subida al Teide

Revista de Modas y Salones. La Ilustración de la Mujer [Barcelona], número 21, 22 de marzo de 1884.

[Continuación]

A las ocho de la mañana del siguiente día, 20 cabalgaduras con sus mozos a pie. y el guía Ignacio, formaban delante del hotel el cuadro más pintoresco que imaginarse pueda, por la diversidad de trajes y la animación de nuestra comitiva.
Precavidos contra los ardorosos rayos del sol que, no teniendo consideración a la frescura de nuestra tez, nos harían desde el horizonte sin que velo alguno nos defendiera, que tan benéficos nos hubieran sido, y contrastando con el riguroso frío que habíamos de pasar en la siguiente noche, la caravana se puso en marcha con Ignacio de vanguardia.
Por camino torcido y pedregoso llegamos al pie del monte de los castaños, y confesaré que jamás espectáculo más grandioso se presentó a mi vista. Cuantas maravillas ostenta la naturaleza, las vi allí reunidas; árboles de todos los climas flores de perfumado aroma, plantas cuyas hojas ocultaban los plateados hijos de pequeños arroyos que refrescaban una sin igual vegetación. Pájaros de mil colores producían sus trinos y cadencias, en el valle, la armonía divina de la naturaleza, y bien se puede asegurar que estaba Homero en lo cierto cuando dijo que la mansión de los buenos, en los fabulosos Campos Elíseos, se hallaba situada en el valle de la Orotava. Laureles. castaños, mirlos, hiedras, gramas y abrezos se reunían en admirable consorcio, formando bóvedas deliciosas y alfombras de ricos colores que con dolor veía holladas por mi brioso alazán.
Serían las once cuando llegamos a la estancia llamada “Pino del Dornajito”, a 1.040 pies sobre el nivel del mar y desde donde se descubren las altísimas montañas que sirven de pedestal al Teide, cubiertas de elevadísimos árboles y entre ellos el Drago, gigantesco anciano de la Isla, que es considerado entre los seres vegetales como el que más vive.
Siguiendo nuestro camino, a través de escarpadas rocas, bien entonando baladas catalanas de mi amigo Guañabens, bien cantos árabes que en mal hora llaman hoy flamencos, por haber desvirtuado su origen, triste triste y melancólicos, malos tañedores de guitarra que sin orden ni compás destrozan esas melodías soñadores, llegamos ala región de los helechos, en donde vi una inmensa variedad de plantas de esta familia, ya confundiendo sus verdes hojas con los castaños, ya raquíticas y rastreras al dejar  las zonas vegetales para entrar en el monte de lava en donde desaparece por completo la vida vegetal. En esta zona, a mayor altura que las nubes, están amontonadas a nuestros pies, nos ocultaron el valle, la isla toda, y sólo descubríamos el pico del volcán. que parecía alejarse más cuanto más a él nos acercábamos.
El polvo que levantaban nuestras caballerías al hundirse en la piedra pómez de que está formado el terreno, nos hacía difícil la respiración, siendo necesario refrescarnos a menudo con frutas u bebidas que nos ofrecían los mozos.
En este soto crecen retamas de ocho y hasta diez pies, así como el tagasaste, arbusto que debiera aclimatarse en España (1). Al terminar esta inmensa llanura llegamos al pie del monte llamado “Montón de trigo”, en atención a su figura y a su piedra pómez menudísima. Enormes peñascos de mineral de hierro, sonoros al golpe de nuestras lanzas, arrojados por erupciones antiquísimas y esparcidos de trecho en trecho, quitan la monotonía a ese llano ceniciento.
A las seis de la tarde nos detuvimos en la Estancia de los ingleses, en cuyo punto se hace alto bajo una gruta formada por rocas colosales. Fiambres, frutas, conservas, todo esto rociado con vinos dulces y espumosos, a falta de agua que no debíamos encontrar hasta la gruta del hielo, fue nuestra opípara comida.
Una hora después el guía nos hizo abandonar el descanso y emprender de nuevo la peligrosa ascensión en medio de un silencio sepulcral por un terreno árido y resbaladizo en forma de zigzag que el instinto de las caballerías que montábamos supo vencer, y al cabo de tres horas mortales, cogidos siempre de las crines de los caballos, nuestras cabezas sobre las suyas, cerrados los ojos sin tener valor para dirigir la vista al camino por temor al vértigo, llegamos rendidos de cansancio, helados de frío y muertos de hambre a la plazoleta llamada “Altas Villas”.
Nuestros guías encendieron teas, descargaron las caballerías, mientras Salas, Quintero, Díaz y Benedicto colocaban mantas a la altura de un metro, sostenidas por nuestras lanzas, y bajo aquella fantástica tienda de campaña, envuelta en el humo nauseabundo de la resina, tratamos descansar.
Mamá como cocinera nos hizo un arroz con pollo tan exquisito que puso en evidencia sus altos conocimientos en el arte culinario, pero nuestra fatiga era tan grande, el mareo producido por la atmósfera tan elevada nos daba tal malestar, que sólo deseábamos reposo. La regia comida preparada para ese momento fue saboreada por los mozos de a pie, que acostumbrados a aquellas fatigas ni compasión nos tenían.
Jamás caverna de ladrones pudo parecerse a la nuestra: sucios, fatigados, echados en el suelo, envuelto cada uno en su abrigo y en mantas que por precaución al frío los mozos habían traído, la luz de las hogueras, las risas y canciones de aquellos y el relincho de los caballos, formaban un cuadro digno de ser descrito por nuestro cronista.
A las dos de la madrugada nos anunció Ignacio que debíamos levantar el campo y proseguir nuestra subida. Mamá no pudo continuar, Quintero tampoco, ambos atacados de vértigos continuos; los demás, empuñando nuestras lanzas y nuestro valor a dos manos, emprendimos la marcha a pie, con el estómago caliente con buen caldo y mejor vino, atravesando unos terrenos que con justicia los indígenas llaman “Mal País”, compuestos de fragmentos de materias arrojadas por el volcán en forma de grandes rocas movedizas. La oscuridad de la noche y la violencia del viento norte, nos exponía a cada momento a los mayores peligros. Grietas profundas, peñascos altísimos nos obstruían el camino, y nuestras lanzas se hundían a menudo entre las rajas del terreno, quedándose hundidos sobre horribles precipicios, y debo confesar que si salvé tanto peligro lo debo a Juan García que me sostenía y animaba con exposición de su vida.
Salas soplaba como el Dios de las tempestades; Cabrera dirigía la vista al cielo pidiendo inspiración para el brindis que desde lo alto del Teide tenía que dirigirnos e inmortalizarle, inseparable de su paraguas siempre abierto, precaviéndole de la humedad de la noche como de los rayos de sol.
Estébanez, caviloso, formaba planes para organizar una república modelo que uniese a todos los hombres con lazo fraternal.
Díaz acariciaba las cuentas de su rosario, y mi buen amigo Valle desapareció en un precipicio, temiendo todos, por momento, que se quedaba sin su querido director la sociedad filarmónica de Gran Canaria.
Dos horas larguísimas pasamos para atravesar es “Mal País”, que termina en La Rambleta, desde donde se alza el pan de azúcar o el cono del volcán.
La subida aún más dolorosa era la que nos quedaba por vencer, compuesta de cenizas y escoria de lava, tan menuda y resbaladiza, que en cada paso que adelantábamos nos escurríamos y hundíamos hasta la rodilla. Por fin a las seis de la mañana llegamos a la cúspide del Teide.
El frío era intenso, el viento soplaba con tal violencia que, a no tenernos todos cogidos de la mano, es probable que hubiéramos rodado por algún despeñadero. Estábamos a 3.760 metros 60 centímetros sobre el nivel del mar, descubriendo nuestra vista hasta 250 leguas de horizonte. La islas Gran Canaria Fuerte Ventura y Lanzarote por un lado, las del Hierro, la Gomera y la Palma por el opuesto, señalándome los guías la de San Balandrán, que su imaginación creía distinguir.

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(1)     El tagasaste crece espontáneamente en la isla de la Palma; apropiado para forraje, ha dado la práctica por resultado que los animales que con ello se alimentan, se ponen en un estado de nutrición que no se obtiene con otro alimento alguno. Sus raíces son tan fuertes y profundas, que se debe considerar como una de esas  plantas desorganizadoras del suelo, que lo mejoran con sus despojos, lo dividen y van a buscar sus jugos en las capas inferiores, conservando frescura y lozanía para proporcionar forraje verde en la estación calurosa. Su leña es de excelente calidad y su madera buena para construcción. Alimentadas una yeguas criando sus potros con tagasaste y otras en iguales circunstancias con pastos ordinarios, las nutridas con tagasaste han sido mucho más corpulentas y su piel más brillante y dina, debido a la parte aceitosa del follaje, que contiene un principio de hidro-carbonato volátil, por lo que creo debiera ensayarse su cultivo en España.

Esmeralda Cervantes
 [Se continuará]

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Un recuerdo de mis viajes
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Ascensión al Teide [Tenerife]

Revista de Modas y Salones. La Ilustración de la Mujer [Barcelona], número 23, 29 de marzo de 1884.

[Conclusión]

La cima del Pico forma un muro circular; a él subimos y colocados sobre su piedra más alta dirigimos una plegaria a Dios dándole gracias por haber llegado sin accidente, y destapando unas botellas de espumoso Champagne, brindamos por nuestra querida España, por nuestras familias, por nuestros amigos y por nuestro feliz regreso a la Orotava.
Cabrera sacó un papel y con voz solemne y sonora, me dedicó un brindis improvisado durante las veinticuatro horas que había durado su silencio.
Estébanez, rendido de fatiga, descansó sobre unas lavas, que sólo abandonó al sentir las ardientes caricias de uno de los respiraderos del volcán, sobre el cual se había sentado y que suavemente le había quemado el traje.
Todos buscaban cristalizaciones para ofrecerme y llamaban mi atención, ya señalándome la isla de San Balandrián, que en su fantasía descubrían, o la gran caldera de Las Palmas, molde exacto del volcán donde nos encontrábamos.
yo me senté sobre una roca de cara a España; las estrellas aún brillaban veladas ya por los nacientes rayos del sol; este astro majestuoso salía con lento paso y a mis pies se formaban copos de blanquísimo algodón que por momentos me ocultaban el inmenso horizonte, las islas y la base de la montaña. ¡Grandioso espectáculo que solo pueden describir plumas como la de Castelar o poetas como Balaguer y Zorrilla!
Mi ancho sombrero me preservaba de los rayos del sol, mis pies vacilaban sobre el abismo, mil ideas cruzaban por mi imaginación alentada por el majestuoso silencio que nos rodeaba.
Mis ojos se velaron y soñé. Recordé mis viajes triunfales por Europa y América, vi flores y laureles ofrecidos por poetas y trovadores y pueblos aclamándome me tendían las manos para que deslizándome sobre las nubes  abordase a sus playas cariñosas… Desperté a los cantos de mis compañeros que dedicaban a la patria y al amor, a la felicidad y al dinero… Recogí mi espíritu y pedí a Dios un retiro solitario, un nido oculto en la cumbre de una montaña, lejos de la envidia y a intriga, de la calumnia y la hipocresía, pulsando mi arpa sólo para Dios.
mis compañeros de viaje, como decía, al despertarme me enseñaron diferentes cristalizaciones que habían arrancado de las grietas del cráter; para llegar a él, tuve que vencer las enormes rocas que en forma de murallas coronan el Teide, y por unas cortadas a picos descendimos al fondo de la caldera. Por diferentes aberturas salían vapores acuosos produciendo un ruido extraño y un olor sulfuroso. Según la opinión de varios sabios que han visitado el Teide, el volcán por su centro ha permanecido muchos años en inacción y las erupciones tenían lugar por sus costados.
En algunas grietas arrancamos cristalizaciones de sulfato de sosa y amoníaco, así como azufre cristalizado y diáfano en su superficie, y otros minerales que no me permito analizar. Imposible nos era estar mucho tiempo en un mismo sitio, por el ardor que salía del suelo.
El guía nos hizo observar que debíamos emprender la marcha, por lo avanzado de la hora y el calor insoportable que nos enviaba el astro del día.
Dirigí mi vista por última vez a esa inmensidad, a esas nubes que en forma de montañas de nieve se mecían a mis pies, y agitando un pañuelo lancé un beso a mi querida patria.
Benedicto y García me cogieron en brazos y nos dejamos arrastrar por las cenizas volcánicas, bajando en poco minutos el terreno que habíamos tardado dos horas en subir; verdad es que dejamos en recuerdo parte de nuestro calzado y de la túnica de mi vestido.
Uno de mis grandes deseos al subir el volcán era visitar la gruta del Hielo, que se encuentra a 3.456 metros sobre el nivel del mar y al pie del Pan de Azúcar, y confieso que a pesar de haberla visitado, no me explico como en ese conjunto de piedras volcánicas, entre grietas sin fondo, existe una gruta de 5 metros de altura y de longitud desconocida, como rodeada de filtraciones sulfurosas y donde emanan bocanadas de humo ardiente, se encuentre una corriente de agua sobre un depósito de hielo.
Enormes carámbanos penden del techo de le gruta, y de su suelo completamente terso se eleva en un extremo una masa de hielo de unos 3 metros de altura con todas las formas de un obispo: traje talar, manto, mitra y báculo.
A muchas suposiciones y leyendas da lugar esa gruta de hielo rodeada de fuego, en cuyo centro se agita una cantidad de agua, ignorándose de dónde viene y a dónde va, y hoy mi curiosidad, más avivada que en aquel momento, me hace desear hacer otra vez esa excursión, para ver de averiguar lo que hay de positivo sobre su dimensión, aunque fuese llegar a lo más profundo del volcán, y quizá en esta investigación encontrase un camino recto o torcido para llegar a la caldera central y ver los potajes que allí se cocinan.
A las diez regresamos a “Alta Vista”, en donde mi querida madre, sumamente inquieta nos tenía preparado un opíparo almuerzo y cuidaba del pobre Quintero, que más muerto que vivo deseaba el momento de llegar a la Orotava.
Nuestro cansancio era tal, que sólo anhelábamos el santo suelo para descansar de tanta fatiga, y así olvidamos en un apacible sueño las horas que transcurrieron, desoyendo los consejos de nuestro guía, que nos instaba para marchar.
A las tres emprendimos a pie la horrible bajada que tantos vértigos nos había causado al subir.
Estábamos a las diez de la noche en la región de los laureles, en la más completa oscuridad, pues la luna creciendo no había tenido a bien enseñarnos un hilo plateado de su brillante cabellera, envueltos en una densa nube durante tres horas que nos hizo muy peligrosa la situación, y a no ser por la voz de Valle que en gritos lastimosos decía: “¡que me paren la mula!!, y la estentórea de Salas que de lejos gritaba: “vuélvela para acá: tira la brida!, a lo que replicaba moribunda y medrosa la del pobre Bernardino: “si no puedo!, si no sé”, es probable que nos hubiésemos perdido entre la niebla.
Más lejos mi pobre madre, sostenida por dos guías, pedía un carruaje por todo el oro del mundo, o un momento de descanso, lo que el guía no se dignó conceder para aprovechar el cuarto de luna que debía alumbrarnos al atravesar el bosque verde…
Dos horas antes de llegar a Realejos fue necesario que García a escape fuera a buscar un sillón con hombres de carga, y así sólo mamá pudo llegar al pueblo, y de allí a La Orotava.
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A bordo del Pampa, 19 de agosto.

Como a una amiga querida, yo te saludo, “Teide”, y te doy las gracias desde lo más hondo de mi corazón, por haber sido el móvil que me trajo a estas Islas, en las que he conocido, y con tanto dolor me separo, amigos sinceros y leales que llenarán de orgullo mi carrera artística. Largo sería enumerar a cuantas personas se han desvelado para serme útiles, ya enseñándome las bellezas que encierran sus pueblos y campiñas, como preparándome laureles que, aunque inmerecidos, recojo con tanto placer, y los que a bordo del vapor estrechaban la mano de mis querida madre y la mía, reciban el último adiós que desde la nave les envía

Esmeralda Cervantes


Publicado en tres entregas en la Revista de Modas y Salones correspondiente a La Ilustración de la Mujer (Barcelona), en los números 20, 21 y 23, de los días 15, 22 y 29 de marzo de 1884. El viaje al Teide tuvo lugar en el verano de 1883



Notas
[1] Martínez Viera, Francisco: «Viejo noticiario isleño». La Tarde. Santa Cruz de Tenerife, 6 de septiembre de 1957.
[2] Véase su biografía en este blog.
[3] Ruiz y Aguilar, Ricardo: “Tenerife en Manila”. Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 19 y 22 de julio de 1890.
[4] Fernández de Béthencourt, F., et altNobiliario y Blasón de Canarias. Tomos y iii. La Laguna de Tenerife, 1952 y 1959 y Cólogan Soriano, Carlos: Los Cólogan de Irlanda y Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 2010.
La nómina provisional de canarias que ascendieron al Teide durante el siglo xix estaría compuesta por los siguientes nombres, sin que podamos especificar cuáles de ella lo hicieron, si no es que subieron todas:
Elena Benítez de Lugo y Benítez de Lugo [1839-1889], c. con Felipe Machado Benítez de Lugo.
María Candelaria Benítez de Lugo y Benítez de Lugo [1843-¿?], c. con Ricardo Ruiz y Aguilar.
Elvira Benítez de Lugo y Benítez de Lugo [1850-1909], c. con don Julio Vázquez y Díaz de Aguilar.
Concha Marina Benítez de Lugo y Benítez de Lugo [1855-1934], c. con Juan Antonio Benítez de Lugo y Cólogan.
Isabel Cólogan y Cólogan [1842-1928], c. con don Diego Vázquez y Carranza.
Laura Cólogan Cólogan [1850-1881], condesa del Valle de Salazar por su matrimonio con Esteban Salazar de Frías y Ponte.
Beatriz Cólogan y Cólogan [1856-1899]. Soltera.
Eustaquia Cólogan y Cólogan [1865-1891], religiosa.
María del Pilar Monteverde del Castillo [1823-1907]. Soltera.
Catalina Monteverde del Castillo [1832-¿?]. Soltera.
[5] Esta información me ha sido comunicada por Juan Tous Meliá, excelente investigador y amigo a quien agradezco la gentileza de proporcionarme un texto que aún no ha publicado. Forma parte del contenido de un trabajo suyo que permanece inédito y lleva por título: La medida del Teide. Historia, descripciones y cartografía. La erupción de Chahorra.
[6] José Ruiz de Salas y de la Guardia, nacido en Granada en 1840, hijo de don José Ruiz de Salas y de doña Antonia de la Guardia, pariente cercano de Nicolás casó, como queda dicho, con su entenada, Elena Marklund y Díaz, con la que tuvo cuatro hijos, nacidos todos en Santa Cruz de Tenerife:
I. Nicolás Ruiz de Salas y Marklund, c. con María de la Presentación Mellado.
II. José Ruiz de Salas y Marklund, c. con María de los Dolores Santos y Madan y se establecieron en Argentina.
III. Antonia Ruiz de Salas y Marklund, c. con José Mellado y Quintero, del cuerpo de administración de la Armada.
IV. Patti Ruiz de Salas y Marklund.
Cónsul de las repúblicas del Perú, Ecuador y Guatemala; comendador de la orden de Isabel la Católica y caballero de la de Carlos III, estaba también condecorado con la del Busto del Libertador de Venezuela y la placa de honor de la Cruz Roja Española. Falleció en Santa Cruz de Tenerife el 21 de agosto de 1926. Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera, Tomo lxxxvi, p. 45.
[7] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera, tomo xxix, p. 359.
[8] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera, tomo lxviii, p. 114. 
[9] Boletín Oficial de Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 16 de febrero de 1880.
[10] Padrón eclesiástico de Santa Cruz de Tenerife. Iglesia del Pilar. 1854.
Calle de San Martín, número 16.
—Agustín Quintero, casado, Canaria, 37 años.
—Remedios García, mujer, Santa Cruz, 31 años.
—Juana, hija, soltera, Santa Cruz, 19 años.
—Francisco, soltero, hijo, Santa Cruz, 15 años.
—Adelaida, soltera, Santa Cruz, 11 años.
—Ángela, soltera, Santa Cruz, 9 años.
—Manuel, soltero, Santa Cruz, 5 años.
—Ermógena [sic], soltera, Santa Cruz, 2 meses.
—Agustina Santana, sobrina, soltera, 17 años.
—María Hernández, soltera, Lanzarote, 27 años.
—Josefa Gil, soltera, Tacoronte, 23 años.
Archivo Histórico Diocesano de San Cristóbal de La Laguna.
[11] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera. Tomo xc, p. 80.
[12] Fernández de Béthencourt, Francisco et alt. : Nobiliario y blasón de Canarias. Tomos iii. La Laguna de Tenerife, 1952 y 1967.
[13] Registro Civil de Santa Cruz de Tenerife. Sección tercera, tomo lxli, p. 182v.
[14] Véase: González Díaz, Francisco: “El maestro Valle”. Diario de Las Palms. Las Palmas de Gran Canaria, 8 de marzo de 1928; Ramírez Suárez, Carlos: “El gran maestro Valle, canario por adopción”. El Eco de Canarias. Las Palmas de Gran Canaria, 27 de mayo de 1973; Siemens Hernández, Lothar: “El compositor Bernardino Valle (1849-1928) su obra y sus aportaciones musicales al IV Centenario del Descubrimiento de América”.
Revista de musicologíavol. 14, núm. 1-2, 1991 , pp. 449-456 e Historia de la Sociedad Filarmónica de Las Palmas y de su orquesta y sus maestros. Sociedad Filarmónica. Las Palmas de Gran Canaria, 1995.
[15] Registro Civil de Las Palmas. Distrito de Vegueta. Año 1921, número 152.
[16] Véase: Fernández de Béthencourt, Francisco et alt.: Nobiliario y Blasón de Canarias. La Laguna de Tenrife, 1959 y Revista del Instituto Canario de Estudios Históricos Rey Fernando Guanarteme. Tomo vi. Las Palmas de Gran Canaria,1989.
[17] Anales de la Sociedad Económica de amigos del País de Las Palmas de Gran Canaria, 31 de diciembre de 1884.
[18] Boletín Oficial de Canarias. Santa Cruz de Tenerife, 16 de diciembre de 1885.
[19] Benítez Inglott, Eduardo: “De pasados tiempos. Triana”. Falange. Las Palmas de Gran Canaria, 31 de agosto de 1956.




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