Ex Libris en bibliotecas canarias
Juan Pablo Fusi Aizpurúa, director
de la Biblioteca Nacional de España entre los años 1986 y 1990 escribió, a modo
de preámbulo, en el Catálogo de Ex Libris
de Bibliotecas Españolas en la Biblioteca Nacional [1]:
El Diccionario de la Lengua de la Real Academia define así los ex
libris: “cédula que se pega en el reverso de la tapa de los libros, en la cual
consta el nombre del dueño o el de la biblioteca a que pertenece el libro”. Tan
antiguos como el libro mismo e inseparables en la historia de éste, los ex
libris tienen interés e importancia insospechada: son parte esencial del
desarrollo de las artes decorativas [y del diseño por tanto]; constituyen
capítulo fundamental, aunque a menudo olvidado, de la historia del dibujo y del
grabado; proporcionan una visión fragmentada, pero preciosa, de la evolución de
la sensibilidad y el gusto y, finalmente, en razón de su origen y función,
revelan datos singulares de la psicología individual.
Sobre todo, los ex
libris son piezas de original y humilde belleza; su contemplación y estudio
son, por ello un auténtico deleite, reservado, eso sí, a gustos exquisitos.
No encontramos una manera mejor de
explicar, con pocas palabras, la curiosa y placentera satisfacción que nos
produce el hallazgo de alguna de estas piezas, por demás rarísimas, procedentes
de las escasas bibliotecas privadas con que contó nuestro archipiélago en el
pasado o en las aún menos numerosas existentes en la actualidad.
Las estampillas de mayor antigüedad que hemos alcanzado a
ver corresponden a la segunda mitad del siglo xviii,
y abundan entre ellas las de carácter heráldico, pertenecientes a las librerías
familiares de algunos extranjeros cultos establecidos en las islas. Pocas, muy
pocas, hemos hallado que puedan datarse en la centuria siguiente. Habrá que
aguardar al siglo xx para observar
cómo algunos bibliófilos canarios retoman la costumbre del uso de estas
hermosas marcas de propiedad que fueron, ocasionalmente, encargadas a artistas
locales.
Agustín de Betancourt y Molina
Su ex libris grabado por Joaquín José Fabregat
Joaquín José Fabregat:
Ex libris de Agustín de Betancourt y Molina. Grabado. Ca. 1784 |
No vamos a intentar siquiera una
aproximación a la figura del célebre ingeniero cuya biografía ha sido tratada
por diversos estudiosos, especializados en las diferentes disciplinas
científicas y artísticas en cuyo desarrollo empleó lo mejor de su claro
talento, y nos limitaremos a recomendar una sucinta bibliografía [2], y a
transcribir, quizás por primera vez desde que vieran la luz en el Eco del Comercio de Santa Cruz de
Tenerife, en marzo de 1859, los apuntes que sobre la vida de nuestro personaje
escribiera Aurelio Pérez Zamora [3].
Apuntes para la biografía de D.
Agustín Bethencourt y Molina
Aurelio Pérez Zamora
Marcos Baeza Carrillo: Agustín de Betancourt y Molina.
Óleo/tela. Museo Municipal de Bellas Artes. Santa Cruz de Tenerife |
Coadyuvar aunque sea con una tosca
piedra al edificio que tarde o temprano es fuerza levantar a la memoria de un
hombre ilustre es un deber a que todos estamos obligados, principalmente si
hemos nacido bajo el mismo cielo en que viera la primera luz, una piedra toma
siempre la forma más o menos bella según el artífice que la talla, así es que
cuanto más hábil sea éste, aquella ha de ostentar mejor sus faces y por
consiguiente h de adquirir más gracia el edificio donde se coloca. Como yo no
soy artista no puedo más que suministrar el material: otros que tracen la obra:
He aquí pues:
Era el primero de febrero de 1758
cuando nació en este Puerto de la Cruz de Orotava un niño que fue el embeleso
de sus padres y que mas tarde ya hombre, realzó en el extranjero con su saber
el nombre de la isla de Tenerife, una de las Canarias. Aquel niño fue llamado
Agustín, hijo legítimo del teniente de infantería D. Agustín de Bethencourt y
Castro Jaques de Mesa Llarena y Hoyo, caballero profeso de la Orden de
Calatrava y de doña Leonor de Molina y Briones, hija de los señores marqueses
de Villafuerte, descendiente del señor Juan de Bethencourt, primer conquistador
de estas islas. El techo bajo el que vio por primera vez la luz del día había
oído ya en sus inmediaciones medio siglo antes los primeros cantos de un poeta:
no lejos de allí había nacido D. Juan de Iriarte. Aún se puede ver hoy el
edificio donde nació Bethencourt en la plaza de la Iglesia de este Puerto, a la
parte norte, conocida a principios de este siglo por Casa de Barry y ahora
últimamente Casa del Baile. En esta, pues, recibió Bethencourt las primeras
caricia de una madre tierna a quien idolatraba: que no perezca su cuna…
consérvese para siempre en ella a pesar de las humanas miserias la memoria de
un hijo ilustre, de un hombre que ha dado brillo a la patria.
Don Agustín Bethencourt y Molina
pasó pues sus primeros años en el Puerto de la Cruz entregado continuamente a
sus estudios. Como era naturalmente laborioso y amante de las artes procuraba
ocupar sus ratos de ocio en cosas útiles, así es que solía trabajar a menudo
por vía de pasatiempo en el hilado y en el tejido de la seda, así como en otras
diferentes labores sobre este ramo.
A sus diecinueve años emprendió su
carrera empezando de cadete en las Milicias de estas islas el 15 de octubre de
1777; como aquí no tenía bastante campo donde elevarse y su alma ambicionaba
mayor espacio para volar, pasó entonces a la Corte de España mandado a buscar
por el marqués de la Sonora, quien noticioso de su natural inclinación a las
Matemáticas, a la Física y al Dibujo, deseaba que siguiese sus estudios en
Madrid, donde en efecto dio principio a ellos en 7 de enero de1779. A los cinco
meses tuvo ejercicios públicos de Matemáticas en el Real Colegio de San Isidro;
allí se dedicó a la Física y en la Real Academia de San Fernando estudió el
dibujo, teniendo la gloria de que se le asignaran diferentes premios y se le
nombrara, en 1789, sus socio honorario.
Bethencourt era naturalmente
pundonoroso, por eso es que a los cinco años de estar siguiendo sus estudios en
la Corte, ya pudo costearse su carrera a sus propias expensas con miras siempre
de servir después al Estado con más utilidad.
El hombre no es siempre hijo
absoluto de las circunstancias, a veces lo es también de sus propios méritos;
así pues, satisfecho el ministro de Indias de los extraordinarios adelantos del
joven isleño, le dio la comisión de pasar a Almadén para reconocer aquellas
minas, tanto la cantidad de agua que había en ellas, como el estado de sus
máquinas, de sus hornos para extraer el azogue y observar igualmente el método
que usaban en todas las operaciones. Bethencourt fue, estudió lo que se le
recomendara, formó tres memorias sobre dichos asuntos con diferentes planos y
las presentó al ministro. Éste quedó sumamente contento del desempeño de su
comisión, haciéndole entonces pasar a París para que estudiase la Química y la
Geología en cuyas ciencias no desplegó Bethencourt menos capacidad y aplicación
que en el estudio de la Física experimental y Metalurgia en que tanto
progresaba. Como el joven canario era de una capacidad extraordinaria, se dignó
S. M. resolver se dedicara al estudio de la Hidráulica y Maquinaria, mandando
por Real Orden de 11 de febrero de 1786 se le suministrase en París, por medio
del embajador conde de Aranda, la pensión de 1.500 reales de vellón mensuales y
que se entendiese en lo sucesivo con el ministro de Estado.
Armas de la las familias
Betancourt Castro Molina y Briones. Archivo Histórico Nacional. Madrid |
Los conocimientos que procuró
adquirir Bethencourt en las mencionadas ciencias, le proporcionaron diferentes
comisiones del servicio de S. M.: entre otras pasó a Inglaterra con miras de
conseguir el telar con que los ingleses hacían las medias de punto cruzado. A
pesar de las grandes dificultades que encontrara allí y no obstante el secreto
con que algunos de sus artistas se lo ocultaban, logró ver uno por muy pocos
instantes y esto solo fue suficiente para comprenderlo todo, haciendo fabricar
un telar en París con igual perfección a aquél, así como otro en Madrid, según
se puede ver entre las máquinas del Gabinete de S. M.
El conde de Aranda le encomendó
procurase examinar en el Jardín del Rey en París, los hornos que había hecho
construir allí Mr. Fars para extraer el betún del carbón de piedra, quedando
este al mismo tiempo purificado. Bethencourt lo ejecutó exactamente y levantó
diferentes planos que acompañados de una memoria sobre el método de construir y
usar aquellos hornos, remitió por mano del embajador a la Sociedad Económica de
Asturias. Esta le honró entonces con el título de socio de mérito y premió así
sus trabajos.
Siguiendo siempre ocupado en la
Química, prestó servicios importantes a las Artes, pues entre otros hizo un
análisis de la seda, para conocer las partes de que se compone su barniz, cuyas
materias habían sido hasta entonces ignoradas. Sobre este descubrimiento formó
una memoria muy importante tratando en ella del mejor modo de blanquear esta
materia textil. Concluido dicho trabajo expuso al ministro la utilidad que
resultaría de establecer en España una fábrica de cajas de concha, y en virtud
de la aprobación de esta propuesta, envió a Madrid todas las máquinas e
instrumentos necesarios para ello; entonces se vio él obligado a pasar a España
con el mayor sigilo para no llamar la atención sobre los oficiales y la familia
del maestro que llevaba. En Bayona quisieron prender a estos operarios, pero al
fin todos salieron en bien de la expedición, y llegaron a la Corte donde se
instaló inmediatamente la nueva fábrica. Regresando a los pocos días de esto a
París, hizo pasar a España a otros muchos artífices para emplearlos en
diferentes obras particulares, siendo una de ellas para la tintura de la seda y
otra para tejidos de gasa.
El Conde de Aranda era uno de los
más apasionados admiradores del preclaro ingenio del joven canario, así es que
al pedir a Francia la colección de instrumentos que se necesitaron para las
corbetas que al mando de D. Alejandro Malaspina, fueron a dar la vuelta al
mundo en aquella época.
Ansioso de adquirir D. Agustín Bethencourt y Molina todos
los conocimientos posibles en las ciencias de la Hidráulica y maquinaria,
estudios que tanto se le habían recomendado, se procuró en París la amistad de
Mr. Perronet, director general de ingenieros de puentes y calzadas de Francia.
Este le proporcionó medios de observar y estudiar dichos ramos, instruyéndole
generosamente en las cosas más útiles y necesarias para estos trabajos.
El rey, satisfecho de las diferentes
comisiones que Bethencourt había tan brillantemente desempeñado, mandó que
pasara al canal de Aragón para poner en planta una máquina que ya anteriormente
había propuesto con objeto de desaguar el malecón de aquella Presa. El joven
canario lleno del mayor patriotismo quería engrandecer en cuanto estuviese a su
alcance a la madre patria; por eso mientras se copiaba en París el modelo que
había hecho para dicha empresa pasó a Madrid y propuso al conde de Floridablanca
un nuevo proyecto que hacía algún tiempo en su cabeza germinaba. Todos
aprobaron su pensamiento: era éste establecer en la Corte un cuerpo donde se
estudiara la Hidráulica y maquinaria dando los conocimientos necesarios para la
construcción de puentes, caminos y canales. S. M. aprobó el proyecto de
Bethencourt y mandó que se nombrasen dos personas que le auxiliaran en esta
clase de estudios para el establecimiento del cuerpo que se proyectaba. Este se
instaló y fue nombrado su director, en diciembre de 1788.
Armas de la las familias
Betancourt Castro Molina y Briones. Archivo Histórico Provincial de Tenerife |
Con objeto de hacer ejecutar la
colección de modelos relativos al mencionado fin, instaló un taller en la
capital y viajó con iguales miras por varias provincias, puertos y principales
Departamentos de Francia, habiendo recorrido la España y examinado detenidamente
el estado de sus caminos, puentes, canales y demás obras hidráulicas. Después
de esto hizo varios trabajos muy dignos de estudiarse que le sirvieron como de
ensayos. En el mes de diciembre del mismo año de 1788, pasó el ilustre canario
a Inglaterra con el deseo de conocer los adelantos de la construcción de las
máquinas de vapor; entonces esta invención servía todavía de palanca a las
operaciones de gran potencia. Bethencourt no pudo conseguir ver más que una
sola máquina y por una sola vez y esto fue lo bastante para comprender su
mecanismo, mientras que varias personas de la mayor instrucción que habían ido
a aquel reino con el mismo objeto, no habían podido alcanzar jamás lo que tanto
deseaban. Pasó en seguida a París, y entonces hizo construir un modelo tan
perfecto en su funcionar, que mereció la aprobación de los sabios de aquella
capital: el tuvo la gloria de que se hicieran por su diseño las primeras
máquinas de vapor de doble efecto, únicas por cierto que hasta entonces se
vieran en Francia.
Poco después de esto presentó a la
Academia de Ciencias una memoria sobre la construcción y efectos de esta
máquina; fue acogida con general aprobación y Bethencourt tuvo la satisfacción
de que aquella se imprimiese entre la de los sabios extranjeros, publicándose
en París en 11 de septiembre de 1790. Esta alta distinción con que los
franceses premian al hombre de verdadero mérito por un servicio extraordinario
que a las ciencias haya prestado, es ciertamente uno de los pocos ejemplares
hasta ahora vistos con que se haya honrado a un hijo de Canarias: tal es en
verdad la hebra empleada en un país donde (según vulgarmente se dice) se hila
tan delgado.
Esta remarcable distinción
contribuyó a hacer más popular el nombre de Bethencourt en la capital de Francia,
de suerte que habiéndose ocasionado una cuestión entre la Academia de Ciencias
y el inventor de una máquina hidráulica, llegó la queja a la Asamblea Nacional
y D. Agustín de Bethencourt y Molina alcanzó la alta honra de que la misma
Asamblea le nombrase por uno de los seis jueces que habían de decidir la causa.
El ilustre canario siguió con
constancia sus trabajos, principalmente en la parte hidráulica; emprendió
varios experimentos y presentó sus resultados a la Academia Real de Ciencias,
siendo todo esto del superior agrado de S. M. como se le hizo presente por la
primera secretaría del Estado en l6 de febrero de 1791, ofreciéndosele
remunerar sus servicios y sus altos méritos.
Honores tan distinguidos alentaron
más y más a Bethencourt, quien ansioso de reunir entonces en pro de la patria
todas las adquisiciones hechas en sus diferentes viajes, pidió permiso de pasar
a España, cosa que al instante se le concedió. Salió pues de París y visitó de
paso a Lyon y a otras ciudades de Francia para examinar el estado de sus
manufacturas y sus adelantos: en Barcelona permaneció algún tiempo con objeto
también de conocer sus fábricas, aunque su principal designio al detenerse allí
fue ver si podía adoptarse un método que había inventado para limpiar los puertos
de mar. Este método mereció la aprobación tanto del conde de Lacy como de la
junta de generales de la Armada a quienes lo remitió el baylío D. Fr. Antonio
Valdés para su examen. Después de haber visitado a Valencia y a otros puntos de
las Andalucías, volvió D. Agustín de Bethencourt a Madrid habiendo salido de la
capital de Francia el día 28 de julio del año de 1791.
Así que nuestro joven canario entró
en la Corte de España, empezó inmediatamente a formar el Gabinete de Máquinas
en las salas que S. M. le señaló en el Palacio del Buen Retiro.
Componíase aquel de una colección de
270 modelos, relativos en su mayor parte al estudio de la Hidráulica, de 358
planos dibujados con esmerada perfección y de 100 memorias manuscritas con 92
estampas, todo esto pertenecía a diferentes ramos del servicio de S. M. En
dicha época no era Bethencourt más que capitán y contaba ya quince años en su
carrera; la Nación, sin embargo, le era deudora de mucho por tantos méritos
contraídos, y el rey no tuvo que pagar por la preciosa colección, que se acaba
de relatar, más que el trabajo material de ella, pues su adquisición se debió
enteramente a Bethencourt; es decir, a su industria, a sus conocimientos y a su
actividad.
Colocadas las máquinas en dicho
Gabinete, tuvo este director la honra de enseñarlas a S. M. así como la de
ofrecerle el catálogo de ellas. Consistía este en un gran folio conteniendo, en
cincuenta planos perfectamente dibujados, las diferentes operaciones que se
practicaban en Francia para fundir y barrenar la artillería de hierro, cuya
adquisición le había valido a Bethencourt no pequeñas dificultades.
No paró en esto los beneficios
prestados a la Nación Ibérica por nuestro buen canario. Este continuó
presentando varias memorias importantísimas, entre ellas algunas relativas al
fomento del comercio interior de la Península, en las que exponía los defectos
de que adolecían los caminos y canales construidos en España, manifestando al
mismo tiempo los medios más oportunos para poner pronto remedio a tales males.
Antonio Pereira Pacheco y
Ruiz: Agustín de Betancourt y Molina.
Miniatura. 1805 |
Don Agustín Bethencourt y Molina
había pasado ya mucho tiempo lejos de su patria, entregado enteramente a los
negocios públicos sin gozar de los atractivos de la vida privada. Su alma
buscaba un ser en quien depositar los afectos más tiernos de su corazón, una
mujer digna de él a quien amar y la encontró al fin: en uno de sus viajes a
París tuvo ocasión de conocer a una distinguida hija de Gran Bretaña, de
religión católica, llamada Doña Ana Jourdán, con quien se casó y tuvo cuatro
hijos. El les dio a todos una esmerada educación, según su sexo, viviendo feliz
en el seno de su familia. De ellos tan sólo existe hoy un hijo suyo que ocupa
en Rusia una importante posición social y en Francia una hija casada con una
persona muy distinguida.
La brillante carrera y el buen
concepto que se mereció Bethencourt por sus conocimientos científicos, hizo,
como se ha visto ya, que estuviese continuamente empleado en importantes comisiones,
habiendo efectuado largos y repetidos viajes en el curso de su vida. El también
tuvo a su cargo la Inspección General de Canales y Caminos de España.
En una de las veces que se ausentó
de la capital por algún tiempo, encontró a su vuelta el alojamiento que tenía
destinado como Director General de Máquinas en el Palacio del Buen Retiro (donde
estaba el depósito de las máquinas) en el mayor desorden, pues se había
dispuesto de él para otro objeto.
—¿Te
hallas bien en el Retiro? le preguntó el rey cuando le volvió a ver.
—Señor,
parece que ya no se contaba conmigo: las buenas intenciones de V. M. han sido
eludidas; ya no sé donde alojarme.
—Pues
sosiégate, le respondió el monarca, yo
mismo te escogeré un alojamiento.
Y Carlos iv fue al día siguiente al Retiro y le señaló cierto
departamento diciéndole:
—Tendré
buen cuidado de que te le conserven.
Pasó algún tiempo y llegó el año
1807. Entonces presentó el sabio canario al Instituto Nacional de Francia una
memoria sobre el nuevos sistema de navegación interior, la que fue mandada
publicar en París en 21 de septiembre del mismo año: el comunicaba de esta
manera una invención que facilitaba considerablemente la construcción de
canales suprimiendo todo gasto inútil de agua. M. A. Pictet tribuno, hablando
de ella en el informe que hizo al cuerpo legislativo sobre los impuestos
destinados a la construcción dijo así:
No es propio de esta Tribuna explicar los pormenores de un invento tan
ingenioso como sencillo; pero diré sumariamente en lo que consiste. Cada
esclusa en lugar de un solo vaso, tiene dos contiguos que comunican entre sí
por el fondo; el uno está destinado a hacer subir y bajar los bateles por el
método ordinario, pero el movimiento vertical del agua que los sostiene, es
producido por una simple inmersión o emersión de un pontón en el vaso contiguo.
El pontón tiene un volumen igual al del agua que necesita quitar o poner, y
está tan ingeniosa y felizmente equilibrado, que un hombre solo basta para la
maniobra que se necesita a fin de hacer subir o bajar el barco más grande.
Bethencourt inventó también una
máquina para cortar la hierba en los ríos y canales navegables, dedicándla al
Excmo. Sr. príncipe de la Paz, protector de las Artes. Esta fue premiada y
mandada establecer por la Sociedad de Artes, Manufacturas y Comercio de
Londres.
Aquí terminan los primeros tiempos
de este buen patricio: pasemos ahora a la segunda época de su vida. El mal
estado de los negocios públicos de España en aquella época, a causa de las
desacertadas medidas de sus gobernantes, decidió a D. Agustín a buscar un campo
más despejado y libre de tropiezos donde emplear su incansable laboriosidad. En
esto le anima el embajador inglés a que pase a Inglaterra prometiéndole allí
grandes ventajas; pero Bethencourt lleno de más gratas esperanzas las desecha
todas y piensa sólo en Rusia después de haber observado algún tiempo la
tempestad. Luego que Bonaparte pidió a España las tropas que el marqués de la
Romana condujo —según se recordará— consiguió el ilustre canario licencia para
viajar y dejó a su familia en París, habiendo pasado entonces a San
Petersburgo, como dicen, a tantear el vado. Allí fue perfectamente bien
recibido del emperador, quien, deseoso de tenerlo a su servicio, le hizo muy
ventajosas proposiciones por tercera mano. Béthencourt volvió al poco tiempo a
París y consultó con su familia el punto de residencia; poco después marcharon
todos a Rusia y se admitieron las proposiciones del emperador Alejandro.
José Agustín Álvarez Rixo: Agustín de Betancourt y Molina. Miniatura. |
El emperador y la familia imperial
le recibieron con unas distinciones que él jamás se atrevió a soñar. Desde
luego le convidó S. M. a comer con él todos los días que fuesen de su agrado,
privilegio este tan marcado en aquella Corte donde son muy pocos a la verdad
los elegidos; se le señaló de sueldo 25.000 rublos anuales para sus gastos
extraordinarios y se le dio el grado de mariscal de campo equivalente al que
tenía en España. No hemos ciertamente hecho mérito en esta relación de los
grados concedidos en la Península a Bethencourt, pues sólo hemos hablado del de
capitán. Esta falta por nuestra parte exige indulgencia de los lectores en
gracia de no saberse circunstanciadamente las distintas épocas en que aquellos
se efectuaron: sábese solamente que fue cruzado, cuando era capitán, de la
orden de Santiago, por el conde de Tilly, en el Real Convento de los S. S.
Comendadores de la misma orden y que continuó ascendiendo en su carrera según
sus méritos le hacían acreedor.
Contrajo Bethencourt tanta amistad
con el emperador que entraba a menudo en su gabinete sin tener que pedir
permiso a nadie, pues así se lo había prevenido S. M. En su mismo bufete
despachaba con él los asuntos más reservados que le encargaba, dándole siempre
las mayores pruebas de estar contento con sus servicios, y puede asegurarse muy
bien que le trataba como un amigo o como un hermano. Hemos tenido ocasión de
ver varios billetes autógrafos del mismo emperador Alejandro dirigidos en
diferentes fechas a Bethencourt; por ellos (que están trazados con lápiz en
idioma francés) se deja ver el alto aprecio que hacía aquel príncipe de nuestro
compatriota, llamándole con frecuencia a palacio para tratar asuntos del
Estado.
Poco más de un año hacía que D.
Agustín de Bethencourt y Molina se hallaba en San Petersburgo cuando el
emperador le hizo teniente general; más tarde le dio la banda de San Alejandro,
que es, después de la de San Andrés, la orden más distinguida de Rusia. En el
año de 1813, le envió S. M. dicho emperador su retrato guarnecido de
brillantes. Por su parte nuestro buen isleño procuró corresponderle siempre en
cuanto pudo, sirviéndole prolijamente con el rico caudal de sus conocimientos
en varios ramos. El formó un instituto o colegio militar de ingenieros de donde
salieron en breve tiempo muchos que hicieron raya en la carrera de las armas.
Muy bien se podía lisonjear, como lo decían los inteligentes más autorizados,
de que en ninguna parte se enseñaban las Matemáticas como en su
establecimiento.
Pasó algún tiempo, y Bethencourt,
tan incansable siempre en el trabajo, formó una máquina para limpiar el puerto
de Cronstad movida por una bomba de fuego; era dicho aparato tan perfecto en su
funcionar que sacaba cada dos minutos una vara cúbica de fango de 20 pies de
profundidad.
El construyó igualmente varios
puentes de mucho mérito, existiendo entre ellos uno en la misma ciudad, que es,
en opinión de los inteligentes, una obra admirable: también estableció una
fundición de cañones de bronce bajo un plan enteramente nuevo.
Pero lo más digno de ver, lo que más
ha de hacer recordar siempre en la capital de Rusia al ilustre canario es la
famosa feria de Macarieff construida por él en Nignei-no-bogorod a donde la
hizo trasladar. Ella es una verdadera curiosidad, una obra magna: baste decir
que se halla en la confluencia de los dos caudalosos ríos Volga y Oca y que los
edificios son para tener tres mil tiendas espaciosas, delante de las cuales hay
una galería sostenida por tres mil doscientas columnas de hierro fundido.
Además hay en ella hermosos edificios para la habitación del gobernador, para
Bolsa, Café, salas de las Asambleas Generales, tres iglesias, etc., etc., Sólo
para esta obra colosal le fueron entregados el año 1820 treinta millones de
reales. Y esto era una mínima parte de lo que Bethencourt tenía a su cuidado,
pues estaban bajo su dirección los caminos, y canales del imperio, la
navegación de todos los ríos, todos los mejores edificios de aquella ciudad y
tres colegios para la instrucción de ingenieros. Para dar una idea aproximada
de las obras que él tenía en aquella época a su cargo, diremos que se pusieron
a su disposición, en el referido año de 1820, más de sesenta millones de reales
para realizar los trabajos.
A pesar de tantos cuidados como le
imponían sus muchas atenciones, no abandonó nunca la instrucción de sus hijos.
Dos de las hembras pintaron en aquel tiempo cuatro ramos de flores sobre
terciopelo blanco para dos sillas que regalaron a la emperatriz madre y que
admiraron todos en aquella Corte. Alfonso que era el único varón que tuvo
recibía diariamente lecciones de su padre: éste le hacía trabajar dos horas por
día ya en el torno, ya limando o ya haciendo alguna máquina.
Aseguraba Bethencourt que de todo lo
que había aprendido en su vida, nada le había sido tan útil como el ejercicio
que practicó en sus primeros años en su patria. Los conocimientos que jugando
adquirió en el hilado, en el tejido y en la tintura de la seda, trabajos que
hacía él por mero pasatiempo en unión de sus hermanos, fueron la principal
causa de su afición a las artes mecánicas y el origen de toda su felicidad. Hoy
día existe en poder de un individuo de su familia una colección de hermosos
cuadros de incalculable mérito. Esta rica adquisición, única seguramente en su
clase en toda la provincia, según los inteligentes, es debida en parte a
Bethencourt quien contribuyó a que se compraran.
Empero demos ya fin a esta obra
harto difícil para mis cloacas fuerzas. Así pues, don Agustín de Bethencourt y
Molina dejó de existir en San Petersburgo el 14 de julio de 1824, después de
haber prestado grandes servicios con sus conocimientos y su actividad a la
mayor parte de las naciones de Europa. Cuando murió contaba 66 años 6 meses y
12 días, quedando con su muerte privada la sociedad de una lumbrera de las
ciencias y Rusia llorando una pérdida irreparable. Levantemos un templo al
ilustre patricio, a uno de esos pocos elegidos de Dios que se sienten pasar de
vez en cuando por el mundo: sean estos apuntes su primera piedra...!
levantémosle, si, un templo para que no perezca su nombre en el caos de los
siglos, bien es que hartos monumentos ha legado él al tiempo, que harán su
memoria imperecedera en la tierra.
Puerto de la Cruz de Orotava, febrero de 1859.
Platon Tiurin: Agustín de Betancourt y Molina. Óleo/tela. 1859
|
Estancia de estudios en Madrid
Nació don Agustín de Betancourt y
Molina [4] en el Puerto de la Cruz de La Orotava —lugar que más tarde se
denominó exclusivamente Puerto de la Cruz— el día primero de febrero de 1758 y
recibió el bautismo en la parroquia de Nuestra Señora de la Peña de Francia,
seis días más tarde. Fue, como queda dicho, el segundo de los once hijos de don
Agustín de Betancourt-Castro y Mesa, teniente coronel de milicias y caballero
de la orden de Calatrava, y de doña Leonor de Molina y Briones, pertenecientes
ambos a familias de la nobleza insular.
Nada sabemos de su primera
instrucción que debió recibir en alguna de las aulas conventuales del Puerto y
de La Orotava y, desde luego, en su propia casa, a cargo de sus padres. Con su
madre aprendió la lengua francesa, idioma que posteriormente le abriría las
puertas de Europa y de la lejana Rusia.
Luis de la Cruz y Ríos: José de Betancourt Castro.
Miniatura.
Col. part. Tenerife
|
Vinculado desde joven a la Real
Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, en cuya fundación en el año
1777 participó su progenitor, y con la que su hermano mayor José colaboró
activamente, ese mismo año ingresó en el regimiento de infantería de La Orotava
en calidad de cadete y, al siguiente, ascendió sucesivamente a subteniente y
teniente del arma. Cercano su viaje a la Corte, tanto su padre como él mismo,
solicitaron información de hidalguía y nobleza, documento que resultaba
imprescindible a los aspirantes a labrarse una carrera ventajosa. Afirma Rumeu
de Armas: El éxodo está pronto, en busca
de nuevos e insospechados horizontes, Pero el acuciante amor paterno vela para
que adonde quiera que vaya luzca la progenie del hijo y nadie pueda dudar de su
notoria calidad [5].
En octubre realizó el viaje
acompañado por el licenciado don Bartolomé Hernández Zumbado, abogado de los
Reales Consejos, que sería nombrado posteriormente encargado de los negocios de
la Sociedad Económica en Madrid.
En 1779 comenzó su formación en los
Reales Estudios de San Isidro, que complementó con la práctica del dibujo en la
Academia, y es probable que ese mismo año —si no desde el mismo momento de su
llegada a la capital del reino— trabara contacto con don José de Viera y
Clavijo, que se encontraba al servicio del marqués de Santa Cruz y con el que
compartió intereses por la ciencia y, en particular, por la mecánica. En los
meses de noviembre y diciembre de 1783, ambos hicieron elevarse sendos globos
aerostáticos, Betancourt en la casa de campo del infante don Gabriel, en El
Escorial, y Viera, en los jardines de la del marqués en Madrid. Los estrechos
lazos de amistad entre paisanos y la mutua protección son factores que
resultaban comunes a la mayoría de los canarios residentes en la Corte. Un año
después de la suelta de los globos, Viera le proporcionó al joven Betancourt
una carta de recomendación para un amigo, ante la inminencia del traslado de
este a París.
José Joaquín Febregat e
Isidoro Carnicero: José de Viera y Clavijo. Grabado. 1784 |
Otro miembro distinguido de la familia Clavijo que en
aquellos momentos desempeñaba su labor en Palacio, don José Clavijo y Fajardo,
fue considerado por Agustín y José de Betancourt como un segundo padre. En una
misiva de éste último a su progenitor le escribe: Con las primeras cartas que Vm. nos dirija, escríbale a nuestro Clavijo
dándole las gracias por los muchos favores que nos hace, por el cariño que nos
tiene, y la ternura con que se interesa en todos nuestros asuntos, y en primera
ocasión vea Vm. cómo le remite el barril
doble de vino dulce buen y el otro del verde del buen vidueño, pues lo
agradecerá muchísimo [6].
Don José Clavijo, director del
Gabinete Real de Historia Natural fue testigo, en 1792, en las pruebas de
ingreso de don Agustín en la orden de Santiago y volvió a serlo, cinco años más
tarde, en el expediente de soltería del ingeniero, afirmando que lo conocía y
trataba desde el año pasado de setenta y
siete en esta Corte [7]. Sin duda Clavijo erró en la fecha, porque es por
todos admitido que Agustín de Betancourt llegó a Madrid en otoño del año
siguiente, 1778.
Hasta aquí cuánto nos interesa de la
biografía de Agustín de Betancourt, en relación con la hechura de su ex libris.
Veamos ahora los puntos de confluencia con la etapa madrileña de la vida del
grabador de la bella estampa que ahora damos a conocer.
El autor
José Joaquín Fabregat [8], nació en
Torreblanca, Castellón, en 1748. Comenzó su formación en la Academia de San
Carlos de Valencia. Continuó su aprendizaje en la de San Fernando de Madrid
donde obtuvo, en 1772, el premio de grabado y que le nombró luego académico
supernumerario en 1774. Permaneció en dicha villa hasta 1788, fecha en que
partió hacia México a tomar posesión de la plaza de director de grabado de la
Academia de Bellas Artes de San Carlos establecida en aquella ciudad, que había
solicitado un año antes. Falleció en la capital de la Nueva España el 6 de
enero de 1807.
José Joaquín Fabregat: Viñeta |
Fabregat abrió, en 1784, la conocida
lámina con el retrato del abate Viera por dibujo de Isidoro Carnicero, fechado
en 1780 que, curiosamente, ilustra su Elogio
de Felipe V. Rey de España, dado a la estampa por Joaquín Ibarra, impresor de Cámara de S. M. y de la Real
Academia, en 1779. Lo que nos permite aventurar que la obra permaneció sin
ser encuadernada, al menos cinco años.
La posible amistad entre Fabregat y Betancourt, si es que la
hubo más allá del encargo profesional del grabado para el ex libris, pudo
surgir del conocimiento trabado en las clases de la Academia o, por el
contrario, a causa de su vinculación afectiva con los Clavijo.
La estampa
Necesariamente, la lámina que
representa tres putti haciendo uso de
diversos artefactos relativos a las Bellas Artes y la Geometría, en torno a un
medallón ovalado circundado por guirnaldas vegetales y que muestra el nombre
del comitente, tuvo que ser grabada entre 1778 y 1788, años que coinciden con
la llegada a Madrid de Betancourt y la marcha de esta ciudad de Fabregat.
Una viñeta, de similar apariencia a
la de nuestro ex libris, aunque de composición más compleja, figura un grupo de
siete niños empeñados en la confección de medallas o monedas y fue grabada por
dibujo de Rafael Ximeno Planes.
[1] Catálogo de Ex
Libros de Bibliotecas Españolas en la Biblioteca Nacional. Dirección
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[2]
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Anónimo: José de Betancourt Castro. Óleo/tela. Col. part. Tenerife |
[3] Hemos optado por publicar los Apuntes para la biografía de Don Agustín de Béthencourt y Molina, de Aurelio Pérez Zamora, por varias
razones. Sea la primera de ellas un intento de hacer justicia con la obra de
este autor, considerada la primera aproximación a la vida y la obra del
ingeniero escrita en Canarias. Afirma Rumeu de Armas que la biografía más antigua de Betancourt fue escrita, a raíz de su
muerte, por Jean Résimont [en Rusia: Iván Stiepánovich Résimont], ex oficial francés,
íntimo colaborador del afamado hombre de ciencia. […] El estudio de Résimont ha sido inspirador de todas las
reconstrucciones biográficas posteriores hasta mediados del siglo xx. El primero en beneficiarse de sus
datos fue el secretario de redacción de la Revista peninsular-ultramarina
de caminos de hierro, telégrafos, navegación e industria, don Manuel Pérez Durán, quien insertó como anónima una traducción del
trabajo de Résimont en su versión francesa con el título de Noticias
biográficas de D. Agustín de Betancourt [tomo ii, año 1857, pp. 345-346 y 353-354].
Véase Rumeu de Armas, Antonio: Ciencia y tecnología en la España Ilustrada.
Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Ediciones Turner. Madrid,
1980, pp. 29-30.
El trabajo de Pérez Zamora apareció en La Ilustración de Canarias [Año ii,
números ii y iii, pp. 19-20. Santa Cruz de Tenerife,
15 de julio y 10 de agosto de 1983], sin firma, con algunas correcciones de
estilo y suprimido el párrafo en que se hace referencia a los hijos vivos del
científico en la fecha del trabajo original y ha dado pie a que sea
constantemente plagiado. Publicado originalmente en folletín en el Eco del Comercio de Santa Cruz de
Tenerife, los días 5, 12, 16 y 19 de marzo de 1859, varias de las entregas
fueron recortadas y sustraídas del ejemplar que se conserva en la Biblioteca
Municipal de Santa Cruz de Tenerife, que es el mismo que se utilizó para el
nunca bastante ponderado proyecto “Jable” de la Universidad de Las Palmas de
Gran Canaria. La transcripción que ahora damos es trasunto de un copia
manuscrita realizada por don Sebastián Padrón Acosta, sin que podamos precisar
la procedencia de la misma.
A la figura de Aurelio Pérez Zamora [Puerto de la Cruz,
1828-Santa Cruz de Tenerife, 1918], dedicaremos un estudio en fecha próxima.
[4] La grafía del apellido Bettencourt, originario de
Normandía, se ha visto modificada caprichosamente en nuestro archipiélago con
el paso de los siglos y ha dado como resultado que se le encuentre escrito de
formas diversas, tales como: Béthencourt, Betancort, Betancor, Betancurt o
Betancourt. La rama de la familia a la que pertenecía don Agustín optó por
escribirlo de esta última manera. En carta de Alfonso de Betancourt a su primo
José de Bethencourt Castro y Lugo, le especifica: Firmo con mi nombre como lo hacía mi padre, pero convengo es más
regular escribirlo como tu, Bethencourt. Sin que sepamos bien porqué,
algunos miembros de la estirpe insular del ingeniero comenzaron a utilizar una
forma primitiva de la grafía. Véase Cullen
Salazar, Juan: La familia de
Agustín de Betancourt y Molina. Correspondencia íntima. Domibari Editores.
Consejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias. Las Palmas de Gran
Canaria, 2008, p. 291.
[5] Rumeu de Armas,
Antonio: “Agustín de Betancourt, fundador de la Escuela de Caminos y Canales.
Nuevos datos biográficos”. Anuario de
Estudios Atlánticos. Número 13. Madrid-Las Palmas, 1967, p. 244.
[6] Cullen Salazar,
Juan, op. cit., p.106.
[7] Rumeu de Armas,
Antonio, op. cit., pp. 261 y 293.
[8] Barrena,
Clemente; Blas, Javier; Matilla, José Manuel; Romero de Tejada, Lola y Villar, José Luis: “Diccionario crítico
de grabadores valencianos del siglo xviii”.
Coordinación a cargo de Antonio Correa. En Fernando
Selma. El grabado al servicio de la Cultura Ilustrada. Fundación La Caixa.
Madrid, 1993.
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