DUMONT D’URVILLE
por
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Carlos Gaviño de Franchy
La corbeta La Coquille, a la que el almirantazgo francés, por orden de Carlos X, había encomendado diversas misiones expedicionarias en el océano Pacífico, arribó a la rada de Santa Cruz de Tenerife en tres ocasiones durante el segundo cuarto del siglo XIX.
La primera de ellas en 1822, al mando del teniente de navío Louis Isidore Duperrey, quien traía a sus órdenes, como segundo jefe, al que luego fuera célebre marino Jules Sébastien César Dumont D’Urville [1].
Rebautizado este navío con el nombre de L’Astrolabe, en recuerdo de uno de los barcos perdidos de La Pérouse, permaneció fondeado en la ensenada de Santa Cruz desde los días 13 al 21 de junio de 1826, en su segunda visita.
Posteriormente recaló este navío, con la también corbeta La Zélée, en el viaje emprendido por Dumont D’Urville al Polo Sur y Oceanía, el año 1837.
Resulta indiscutible, por tanto, que al menos en estas tres ocasiones, Dumont D’Urville desembarcara en la isla de Tenerife, acompañado por un grupo excepcional de colaboradores, entre los que figuraban el naturalista Lesson, que se ocupó de los estudios zoológicos de la primera expedición, y los pintores Ernest Goupil y Louis Auguste de Sainson, que ilustraron con espléndidas láminas el último de los viajes.
Publicamos en esta entrega dos retratos litográficos de Dumont D’Urville, fechados en 1838 y 1840, ambos del lápiz del artista Antoine Maurin [1793-1860]. El que lo figura entre los mástiles y las jarcias de un navío se encuentra inserto en el primer volumen del Atlas [2]. Antoine, discípulo de su padre el también pintor Pierre Maurin, expuso en el Salones de París de 1834 y 1836, y podemos afirmar que las estampas que representan a Dumont corresponden a uno de los mejores momentos de la carrera del dibujante, en la cúspide de su fama como retratista oficial. Autor de un sinnúmero de litografías que componían amplias galerías temáticas de celebridades, sus obras son hoy estimadas y apetecidas, particularmente aquellas que fueron iluminadas manualmente, técnica artesanal en la que se alcanzó, en este periodo, una notable calidad nunca superada.
René Primevère Lesson [3], compañero de viaje de Dumont en su primera estancia, redactó los dos tomos dedicados a la zoología.
El humor sombrío y desabrido del que hace gala el joven naturalista en su narración parece oscurecerse, aún más, a medida que la corbeta se acerca a la villa y puerto de Santa Cruz de Tenerife y la autoridad sanitaria del mismo se ve obligada a imponerle una cuarentena de ocho días, a causa de su procedencia, permaneciendo fondeados desde el día 28 hasta el 30 de agosto de 1822.
A medida que nos acercábamos a Tenerife -escribe Lesson- recordábamos todo cuanto se había escrito sobre esta isla. Por mi parte, ya estaba harto de todo lo que dicen de ella los viajeros: su sempiterno pico del Teide y su caldera, sus guanches, su drago que parece datar del diluvio, y esa familia Cólogan cuyo nombre se repite en todas las relaciones, me venían una y otra vez a la memoria.
Pero Lesson no ha cumplido aún la treintena, y se lamenta: ¡qué voluble es el alma humana! En cuanto nos fue prohibida la entrada en Tenerife, se me despertaron los deseos de recorrer su superficie tan repentinamente como un acceso de fiebre. Lo que había desdeñado me pareció digno de verse, y cien veces al día, confinado en el puente de La Coquille, dirigiendo el catalejo hacia la ciudad y sus alrededores, maldecía a estos españoles que mantienen en cuarentena a personas saludables y en plena forma. Aunque, bien mirado, nos hicieron un gran favor: las enfermedades más mortales hacen estragos entre esa población corrompida, y nunca hace escala allí un barco sin que se contagie su tripulación con las enfermedades más pertinaces y repugnantes. Semejantes a esos frutos seductores por su aspecto exterior, pero con el interior roído por los gusanos, hay muy pocas mujeres del vulgo en Tenerife que no estén gangrenadas por enfermedades vergonzosas o devoradas por una sarna de la peor especie. Leyéndole quedan claras, desde luego, las relaciones sociales que pretendía entablar entre nosotros el pletórico y fogoso Lesson, y cuales eran, primordialmente, sus intereses zoológicos.
Su retrato fue grabado por el calcógrafo parisino Louis François Couché [1782-1849], e ilustra una de sus obras publicadas.
Las narraciones que relatan las peripecias de estas expediciones, poco o nada nuevo aportan a la literatura de viajes relativa al archipiélago. Las visitas al gabinete de curiosidades del doctor don Juan de Meglioriny y al liceo francés establecido por Sabino Berthelot y su amigo Mr. Aubert en el vetusto caserón de los marqueses del Sauzal en La Orotava son, con otras pocas notas de color local, los únicos argumentos frescos y diferenciadores en una tradición literaria cuyos textos acaban por aburrir al lector, harto de su homogeneidad y similitud, resultado de ser la mayor parte de ellos, copias y malas traducciones unos de otros.
Verdaderamente singular nos parece, en cambio, la aportación gráfica de la misión de D’Urville, que contribuyó a la divulgación de un elevado número de vistas exóticas en una Europa romántica, ansiosa de paisajes que reflejaban costumbres misteriosas y comportamientos lejanos.
Y es aquí donde radica la importancia de las dos láminas que el navegante incluyó en su Atlas. Ninguna imagen anterior había representado a las islas con la calidad artística con la que estas estampas las mostraron a centenares de potenciales visitantes. Habría que esperar aún seis años para que viera la luz la magnífica Histoire Naturelle des Iles Canaries de Berthelot, impresa por Béthune, que constituye un hito en cuanto a la reproducción litográfica de vistas del archipiélago.
Las ilustraciones, que en este tipo de libros se ofertaban sueltas al poner en venta la edición, se agotaron pronto, y comenzaron ha ser deshojados los volúmenes en los que se encontraban insertas con el fin de convertir las litografías coloreadas, una vez enmarcadas, en cuadros. El Atlas de Dumont D’Urville es hoy un libro rarísimo, y cuando aparece en el mercado un ejemplar completo y en buen estado, alcanza precios que pocas bibliotecas institucionales pueden pagar [4].
Santa Cruz está situada en una hondonada, al pie de una pendiente pronunciada; algunos campanarios y unos miradores o terrazas rompen la uniformidad de la línea sobre la que se extienden estas construcciones. No se ve nada verde en los flancos desgarrados de las moles basálticas que forman una especie de muralla en torno a la ciudad y la ensenada. Un calor sofocante emana de estas aristas volcánicas.
Entramos en Santa Cruz por una puerta de madera. La ciudad nos pareció grande y agradable; sus calles rectas, anchas y aireadas tienen aceras adoquinadas con piedras redondas y desiguales, bordeadas por unas losetas de lava. La calzada es polvorienta y llena de pequeños guijarros; las casas presentan un aspecto agradable. Con frecuencia un amplio patio, rodeado de columnas que sostienen las galerías, sirve de vestíbulo y almacén. En el centro, unos aljibes recogen las aguas de la lluvia; luego esta agua son filtradas en unos depósitos de piedra porosa cuyo recipiente superior, sostenido po0r unos adornos de tipo moruno, está rodeado de plantas acuáticas. La escalera, situada en uno de los laterales del patio, conduce a una construcción que, todo lo más, tiene dos plantas. Las habitaciones, cuyo techo deja ver unas largas vigas, parecen desoladoras, pues son demasiado grandes; sin embargo, por este motivo, se siente en estas casas un frescor que el calor del clima hace verdaderamente deseable. Las paredes, únicamente enjalbegadas, están cubiertas de cuadros devotos, de grabados y de pequeños espejos. […].
[…] Sin embargo, a la vista de La Laguna el terreno tomó mejor aspecto: a nuestra derecha se extendía un bosque verde y frondoso; ante nosotros había campos de maíz, de trigo, de mijo, que llegaban hasta el mismo pie de la ciudad. Esta depresión, hoy cultivada, antaño estaba cubierta de agua.
Nos detuvimos en La Laguna, antigua capital de la isla, en decadencia desde que la erupción de 1706 determinó la fundación de Santa Cruz. A partir de entonces, la población mercantil fue absorbida por esta última ciudad, y La Laguna resiste con mucha dificultad el dinamismo de su competidora. Sus casas son grandes y están bien construidas; las calles son anchas, aunque llenas de hierba. […].
[Estas descripciones están tomadas de PICÓ, B. y CORBELLA, D.: Viajeros franceses a las Islas Canarias. Instituto de Estudios Canarios. Güímar. 2000].
NOTAS
[1] Jules Sébastien César Dumont D’Urville, nació el 23 de mayo de 1790 en Condé sur Noireau, Calvados, Francia, hijo de un magistrado local, Jean François Dumont, señor d’Urville, y de Jeanne Françoise Julie Victoire de Croisilles. Huérfano tempranamente su educación fue encomendada a un tío materno, el abate de Croisilles, quien lo confió al Colegio de Bayeux y, posteriormente, al Liceo de Caen. A los diecisiete años entra en la Marina, prosiguiendo sus estudios en Toulon, ciudad en la que conoce a la que sería su esposa, Adèle Pepin, hija de un relojero, y casa con ella el primero de mayo de 1815.
En 1820, y en calidad de guardiamarina, presencia el descubrimiento de la Venus de Milo y convence al embajador de Francia en Constantinopla para que la adquiera en nombre del gobierno de su país.
Con Duperrey realiza en 1822 su primer viaje de circunnavegación del mundo, que repetiría dos veces más a lo largo de su vida. Las ciencias de la naturaleza deben a Dumont el conocimiento de multitud de especies, así como el descubrimiento de nuevas tierras y sus habitantes. En 1830 le fue encomendado conducir a su exilio británico a Carlos X.
En 1837, con el apoyo del rey Luis Felipe, intenta por segunda alcanzar el Polo Sur y hallará en su camino un paraje inexplorado al que, en homenaje a su esposa, bautizará como Terre Adélie.
El 8 de mayo de 1842, acompañado por su mujer y su único hijo, a la vuelta de Versalles, perecerán los tres en la primera gran catástrofe ferroviaria, a la altura de Meudon.
[2] Editado por Gide. Forma parte del Voyage au pôle Sud et dans l’Océanie sur les corvettes L’Astrolabe et La Zelee, exécuté par ordre du Roi pendant les années 1837-1838-1839-1840 sous le commandement de M. J. Dumont d’Urville publié par le ministère de la marine et sous la direction de M. Jacquinot, capitaine de vaisseau. Histoire du voyage. París, Gide et Vincent-Dumoulin, 1841-1846. Atlas pittoresque.
[3] René Primevère Lesson. Nacido en Cabane-Carée, Rochefort, Charente-marítimo, el 20 de marzo de 1794, y fallecido en la misma ciudad el 28 de abril de 1849. Farmacéutico y botánico. Pintor naturalista. Escribió los dos volúmenes de zoología de la publicación del viaje de La Coquille. Participó como segundo cirujano y farmacéutico en la campaña de circunnavegación a bordo de esta corbeta, a las órdenes de Duperrey y de Dumont, de 1822 a 1825.
[4] La Ville de Laguna. Ile de Ténériffe. Dibujo de Ernest Goupil, litografiado por Emile Lassalle. Litografía de Thierry Frères. París. Editado por Gide. Forma parte del Voyage au pôle Sud et dans l’Océanie sur les corvettes L’Astrolabe et La Zelee, exécuté par ordre du Roi pendant les années 1837-1838-1839-1840 sous le commandement de M. J. Dumont d’Urville publié par le ministère de la marine et sous la direction de M. Jacquinot, capitaine de vaisseau. Histoire du voyage. París, Gide et Vincent-Dumoulin, 1841-1846. Atlas pittoresque, pl. 1.
Sainte Croix de Ténériffe. Canaries. Louis Auguste de Sainson, pintor oficial del almirantazgo francés, que tomó parte en la segunda expedición es el autor del dibujo. Guérard y V. Adam lo litografiaron. Litografía de Langlumé. J. Tastu, editor. Pl. 7.
Voyage de la corvette L’Astrolabe execute pendant les années 1826, 1827, 1828 y 1829 sous le commandement de M. Jules Dumont D’Urville, capitaine de vaisseau.
J. Tastu, editeur. París. MD CCC XXX III. 5 volúmenes en folio (545 x 390 mm).
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